El nombre de Turquía ya no recuerda a los pavos

El nombre de Turquía ya no recuerda a los pavos


El presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, el pasado viernes en un acto en Estambul.DPA vía Europa Press (DPA vía Europa Press)

Desde el 1 de junio, el nombre oficial de Turquía en la ONU, y por extensión en la comunidad internacional, ha pasado a ser Türkiye, sustituyendo al anterior, Turkey (un claro caso de homonimia, pues la palabra significa Turquía y pavo). La nueva marca del país ya no dará lugar a equívocos, pero el celo de los funcionarios encargados de aplicar la medida ha sido tal que la sustitución inmediata del nombre en leyendas y carteles, vía CTRL+F, ha provocado episodios ciertamente cómicos. El más sonado ha sido el cambio automático, fuera o no pertinente, de la palabra Turkey en todos los documentos de Turkish Airlines, en cuyo programa de entretenimiento, por ejemplo, la sinopsis de un capítulo de una serie de dibujos animados en la que una familia pretende rescatar del matarife a un pavo (turkey) convierte al ave amenazada en Türkiye.

El cambio en la ONU fue automático. António Guterres, secretario general, recibió ese día una carta del jefe de la diplomacia turca, Mevlüt Çavusoglu, solicitando que “el nombre de (su) país en la ONU, en idiomas extranjeros, se registre como Türkiye”. Dicho y hecho, informó Stephane Dujarric, portavoz de Guterres, como acuse de recibo de la misiva. La iniciativa, explicó Çavusoglu en su cuenta de Twitter, obedece al deseo del presidente Recep Tayyip Erdogan, desde finales de 2021, de “aumentar el valor de marca” de su país. De hecho, en el plano económico -con una coyuntura inquietante, la inflación por las nubes y la lira depreciada-, Ankara lleva años queriendo imponer internacionalmente la marca made in Türkiye, en vez del tradicional made in Turkey.

El de Turquía no es el único cambio nominal que la ONU acepta. Desde el desmoronamiento de la Unión Soviética, con la aparición de nuevos países independientes -una auténtica orgía geográfica que también fue una revancha de la historia-, hasta el más reciente cambio de Holanda por Países Bajos, la ONU acomete la tarea sin esfuerzo. “El proceso es bastante simple: un representante oficial de un país (en este caso, el ministro de Asuntos Exteriores de Turquía) simplemente tiene que enviar una carta al secretario general solicitando que se cambie oficialmente su nombre. Tan pronto como la oficina del secretario general confirme que la carta es auténtica, el cambio de nombre entrará en vigor en Naciones Unidas. Ha habido algunos ejemplos de esto en el pasado”, explica Ian Johnson, especialista en la ONU de la Universidad de Notre Dame (Indiana).

Los ejemplos que apunta el profesor son numerosos y obedecen a causas diversas. Holanda por Países Bajos; Suazilandia por Eswatini, República Checa por Chequia, Macedonia por Macedonia del Norte. La introducción de un nuevo nombre es a menudo mucho más que un cambio de marca, una decisión que tiene tanto que ver con el discurso interno del país en cuestión como con su imagen en el exterior, ya sea por razones políticas, históricas, legales o incluso turísticas. Cuando Holanda recuperó la denominación de Países Bajos en 2020, lo hizo para que la gente supiera que es mayor que dos de sus provincias, Holanda del Norte y Holanda del Sur; es decir, para evitar la sinécdoque (uso de la parte por el todo) que implicaba la utilización del topónimo Holanda. Con el cambio, además, el país quería transmitir al exterior la innovación y la pujanza económica nacionales, que en el caso de Holanda quedaban circunscritas a un pintoresco escenario de molinos, quesos y tulipanes.

En 2018, Suazilandia, el pequeño país encajonado entre Mozambique y Sudáfrica, se convirtió en Eswatini por el deseo de romper con la herencia colonial que el primer nombre connotaba (de hecho, el cambio se anunció en la conmemoración del 50° aniversario de la independencia del Imperio británico). La pequeña monarquía absoluta argüía también que el nombre colonial del país a menudo se confundía con Switzerland, Suiza en inglés. En 2016, la República Checa, resultante de la disolución de Checoeslovaquia en 1993, adoptó Chequia, una denominación atestiguada ya en el siglo XIX, como nombre oficial abreviado, y así figura en muchas organizaciones internacionales.

El contencioso de Macedonia del Norte

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El caso de Macedonia del Norte es más complicado, ya que se trata de una modificación que implica cuestiones históricas, identitarias y administrativas, un verdadero cambio copernicano. Para que Grecia reconociese oficialmente a su vecino del norte, desbloqueando su acceso a la Unión Europea y la OTAN, la antigua República de Macedonia aceptó llamarse República de Macedonia del Norte en virtud del histórico acuerdo de Prespas (2018), ratificado después por los Parlamentos de Skopje y Atenas. El cambio obligó a renombrar desde la señalética a los billetes de banco, pasando por las menciones en los libros de texto.

“El cambio del nombre no fue automático, sino que ocurrió después de enmiendas constitucionales. Cuando entraron en vigor se hizo oficial el cambio del nombre del país”, explica desde Skopje Andreja Stojkovski, director ejecutivo del Instituto PRESPA. “No había ningún problema con la ONU, pero por Bulgaria y su problema con el nuevo nombre hicimos el pasado enero un cambio más. Hemos pasado una nota diplomática explicando que el uso del nombre abreviado Macedonia del Norte se refiere siempre al país República de Macedonia del Norte”, concluye el experto, en referencia al contencioso planteado por Sofia por demandas históricas y lingüísticas, y que bloquea el acceso de la antigua república yugoslava a la UE. La reivindicación identitaria en los Balcanes sigue a la orden del día.

Pero de todos los episodios, puede que el más llamativo sea el de Turquía. En medio de una crisis económica sin parangón, con una hiperinflación desatada, agravada además por el efecto de la guerra de Ucrania – su situación geográfica y el amplio litoral del mar Negro hacen de Turquía casi primera línea en la contienda-, no deja de sorprender el empeño dedicado a estas cuitas nominales. “Es un intento de demostrar al público turco en casa y a los turcos que viven en Alemania y otros países de Europa occidental que Erdogan tiene el poder de hacer valer su voluntad más allá de las fronteras políticas del país, y de dar forma al lenguaje y definir los términos del debate”, interpreta Mustafa Aksakal, profesor de historia en la Universidad de Georgetown. “El cambio de nombre tiene un gran valor simbólico en casa, al menos en algunos círculos. Puede parecer una tontería para algunos, pero confiere a Erdogan el papel de protector, de salvaguardar la reputación internacional del país y el respeto por el país”, concluye el académico.

Hay muchos más precedentes, incluso dentro del propio país euroasiático, por ejemplo, el denodado esfuerzo por sacudirse el término Constantinopla -el usado aún por Grecia para referirse a la ciudad- en favor de Estambul. O, no muy lejos geográficamente, los años que le costó a Irán desprenderse de la denominación Persia, sin conseguirlo del todo. Naturalmente, Internet no ha podido resistir la tentación de burlarse de una decisión geopolítica, y el ejemplo del pobre pavo turco le ofrece una ocasión en bandeja. Pura carne -alada- de meme.

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