Por todas partes encontramos signos del creciente poder de la inteligencia artificial (IA). Si lee los canales de noticias de ciencia y tecnología, le bombardearán a diario con desarrollos asombrosos. He aquí un ejemplo que acabo de detectar. Utilizando tecnologías de “aprendizaje profundo” tales como AlphaGo, unos científicos de Singapur han fabricado un ordenador capaz de predecir el riesgo de sufrir un ataque al corazón solo con mirarle a los ojos. Y no solo eso, sino que también puede indicar el género de una persona, igualmente con solo mirarla a los ojos. Tal vez se pregunte quién necesita una máquina para hacer eso, pero la clave está en que no sabíamos que eso podía hacerse. El ordenador respondía una pregunta que ni siquiera habíamos hecho. Puede que esto parezca todavía muy alejado de un cíborg plenamente funcional, pero también la bomba de vapor de Newcomen estaba muy lejos del automóvil. Hubo que esperar casi 200 años. La tecnología digital y el funcionamiento constante de la Ley de Moore [según la cual la velocidad y capacidad de procesamiento de los chips de silicio aumentan exponencialmente] indican que esos grandes pasos se darán en unos pocos años, luego en unos pocos meses y finalmente en unos pocos segundos.
La evolución continuará guiando el proceso, pero de formas nuevas. Fueron el valor comercial y la funcionalidad (ambos atributos evolutivos favorables) de la máquina de Newcomen los que iniciaron el Antropoceno. Estamos a punto de entrar en el Novaceno de una manera semejante. Pronto se inventará algún dispositivo de inteligencia artificial que inaugurará definitivamente la nueva era. De hecho, en ciertos sentidos, tales como la ubicuidad de los ordenadores personales y los teléfonos móviles, ya estamos en un estadio similar al del Antropoceno a principios del siglo XX. Por entonces teníamos coches impulsados por combustión interna, aviones básicos, trenes veloces, electricidad disponible para los hogares, teléfonos e incluso los principios básicos de la computación digital. Un siglo más tarde, el mundo había sido transformado por el desarrollo explosivo de esas tecnologías. Ahora, menos de 20 años después de aquello, otra explosión está en curso. No fue simplemente la invención de los ordenadores lo que inició el Novaceno. Tampoco fue el descubrimiento de que los cristales semiconductores como el silicio o el arseniuro de galio se podían utilizar para fabricar máquinas intrincadas y complejas. Tampoco la idea de la inteligencia artificial ni el propio ordenador fueron cruciales para el surgimiento de esta nueva era. Recordemos que el inventor Charles Babbage fabricó el primer ordenador a principios del siglo XIX, y que los primeros programas fueron escritos por Ada Lovelace, la hija del poeta lord Byron. Si el Novaceno no es nada más que una idea, nació hace 200 años.
En realidad, el Novaceno, al igual que el Antropoceno, es una cuestión de ingeniería. El paso crucial que inició el Novaceno fue, a mi parecer, la necesidad de usar los ordenadores para diseñarse y fabricarse a sí mismos (…). Este es un proceso que surge de la necesidad ingenieril. Para que se haga una idea de las dificultades a las que se enfrentan los inventores y los fabricantes, el diámetro del cable más pequeño que puede verse y manejarse es de un micrómetro aproximadamente, el diámetro de una bacteria típica. Si tiene el último ordenador con un chip Intel i7, el diámetro de sus cables ronda los 14 nanómetros, 70 veces menor. Era inevitable que, mucho antes de aproximarse a esas ínfimas dimensiones, los fabricantes estuviesen obligados a utilizar sus ordenadores para ayudar en el diseño y la fabricación de los chips. Es importante resaltar el hecho de que esta invención de nuevos dispositivos en colaboración con la inteligencia artificial incluye el software además del hardware. Así pues, hemos invitado a las propias máquinas a fabricar las nuevas máquinas. Y ahora nos encontramos como los habitantes de una aldea de la Edad de Piedra que observan la construcción de un ferrocarril a través del valle que conduce hasta su hábitat. Se está construyendo un nuevo mundo. Esta nueva vida —pues eso es lo que es— (…) será capaz de mejorarse y reproducirse a sí misma. Los errores de estos procesos se corregirán tan pronto como se detecten. La selección natural, tal como la describió Darwin, será reemplazada por una selección intencional mucho más veloz.
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Por consiguiente, hemos de reconocer que la evolución de los cíborgs pronto puede dejar de estar en nuestras manos. Los cómodos y prácticos dispositivos nacidos de la inteligencia artificial, que realizan el trabajo pesado de las tareas domésticas, la contabilidad y demás, ya no son simplemente los ingeniosos diseños de los inventores. En un grado significativo, se diseñan a sí mismos. Esto lo digo en serio, porque no existe, por ejemplo, ningún artesano capaz de construir a mano algo tan intrincado y complejo como el chip de procesamiento central de su teléfono móvil. Los cíborgs vivos nacerán del vientre del Antropoceno. Podemos estar prácticamente seguros de que una forma de vida electrónica como un cíborg jamás podría haber surgido por azar a partir de los componentes inorgánicos de la Tierra antes del Antropoceno. Nos guste o no, la aparición de los cíborgs no se puede concebir sin que los humanos representemos el papel de dioses o de padres. No existe en la Tierra ninguna fuente natural de los componentes especiales, tales como los cables ultrafinos hechos de puro metal intacto, ni existen tampoco láminas de materiales semiconductores que posean exactamente las propiedades adecuadas.
Hay materiales como la mica y el grafito que existen de forma natural, y que podrían haber evolucionado hasta convertirse en cíborgs, pero no parece que haya sucedido tal cosa en los 4.000 millones de años disponibles. Como decía el bioquímico francés Jacques Monod, la evolución y la aparición de la vida orgánica fueron una cuestión de azar y necesidad. En el caso de la vida orgánica, las sustancias químicas requeridas existían en abundancia en la Tierra primitiva; fueron las elegidas por el azar y la necesidad. De hecho, existen en la Tierra tantas piezas de repuesto de la vida que no puedo por menos de preguntarme si alguien las puso ahí, del mismo modo que hoy estamos ensamblando las piezas integrantes de lo que pronto podría llegar a ser la nueva vida electrónica. A mi juicio, resulta crucial que comprendamos que, cualquiera que sea el daño que le hemos causado a la Tierra, nos hemos redimido justo a tiempo, actuando simultáneamente como padres y comadronas de los cíborgs. Solo ellos pueden guiar a Gaia a través de las crisis astronómicas hoy inminentes. Hasta cierto punto, la selección intencional ya está sucediendo, y su factor clave es la rapidez y la longevidad de la Ley de Moore. Sabremos que estamos plenamente en el Novaceno cuando surjan formas de vida capaces de reproducirse y corregir los errores de reproducción mediante la selección intencional. La vida en el Novaceno será capaz entonces de modificar química y físicamente el entorno para satisfacer sus necesidades. Ahora bien, y este es el meollo de la cuestión, una parte significativa del entorno será la vida como lo es hoy.
James Lovelock es un químico y ambientalista británico, padre de la ‘Teoría de Gaia’, una controvertida visión del mundo como organismo vivo. Este es un extracto de ‘Novaceno’ (Paidós), que se publica este 1 de septiembre.
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