A la izquierda, Janis Joplin, en Woodstock en agosto de 1969. A la derecha, Miley Cyrus, en Glastonbury el pasado junio. FOTO: E. LANDY / Y. MOK REDFERNS (GETTY) / VÍDEO: EPV
Parecía un plan infalible, pero ha terminado convertido en un fracaso: volver a celebrar Woodstock, el festival más famoso de la historia, con motivo de su 50º aniversario. Un fracaso que, bajo el empuje de su creador y principal responsable, Michael Lang, ha sido todo un proceso de obstáculos y pifias, culminando este pasado miércoles con la cancelación definitiva de un certamen que se anunció a bombo y platillo en enero. “El espíritu de Woodstock sigue vivo”, rezaba el eslogan de la edición conmemorativa. El espíritu ahora, sin embargo, está moribundo. “Estamos apenados porque una serie de reveses imprevistos han hecho imposible llevar adelante el festival que imaginábamos con los grandes artistas contratados”, lamentó Michael Lang, el mismo hombre que medio siglo atrás puso en marcha —con decenas de riesgos también— el archiconocido festival del sueño hippie.
Del sueño se ha pasado a la pesadilla. A la pesadilla de ver cómo un reguero de problemas ha boicoteado la posibilidad de revivir esos tres días de “paz, amor y música” que se celebraron entre el 15 y 17 de agosto de 1969 en una granja de 240 hectáreas en una localidad del Estado de Nueva York. El pasado enero se anunciaba Woodstock 50, una fiesta “multigeneracional” para los días 16, 17 y 18 de agosto encabezada por músicos de primer nivel como Jay-Z, The Raconteurs, Chance The Rapper, The Killers, The Black Keys, Imagine Dragons, The Lumineers, Miley Cyrus o Pussy Riot. Incluso iban a participar dos iconos que pisaron los escenarios del Woodstock original: Santana y John Fogerty, que lo hizo con su banda de entonces, Creedence Clearwater Revival. Pero ninguno volverá a celebrar el espíritu de Woodstock.
Antes de la cancelación, muchas de las estrellas ya habían dejado el barco. Los últimos fueron Jay-Z y Miles Cyrus, que dieron la puntilla al festival esta semana. Ambos siguieron los pasos de The Rancoteurs o Santana, que se salió del cartel en cuanto se enteró de que el principal inversor del macroconcierto, la agencia de promoción publicitaria Dentsu Aegis Network, abandonaba también a Lang porque el proyecto no aseguraba “la salud y la seguridad de los artistas y el público”. Eso fue el pasado abril. Dentsu Aegis Network alegó que la producción del certamen no estaba a la altura de su legendario nombre, pero Lang siguió adelante y consiguió otro inversor, el banco Oppenheimer & Co.
Los problemas no habían hecho más que empezar. Apenas unos días después se fueron los equipos de producción. La compañía Superfly, que está detrás de festivales solventes como Bonnaroo y Outside Lands, anunció que no se encargaría de levantar el recinto para Woodstock 50. Alegaba los mismos motivos que Dentsu Aegis Network. “Un festival de estas características necesita una atención de primera clase que no se puede garantizar”, recogía el comunicado de Superfly. Lang intentó que grandes promotoras como Live Nation se hicieran cargo del evento, pero no lo consiguió.
Inversores y promotores dejaron de apostar por el sueño de un nuevo Woodstock, en parte por todos los inconvenientes que surgieron para encontrar un emplazamiento adecuado para celebrarlo. Al principio, el festival se iba a hacer en Watkins Glen, en el Estado de Nueva York, pero las autoridades denegaron los permisos. Lang dijo que lo trasladaba al hipódromo de Vernon Downs, también en Nueva York, pero la ciudad anunció a principios de julio que no estaba preparada “en tan poco tiempo” para acoger a los cerca de 150.000 asistentes previstos, menos de la mitad de los que acudieron al evento de 1969. El último intento fue rebajar la ambición y celebrarla en Merriweather Post Pavilion, un anfiteatro al aire libre en Columbia, Maryland, con capacidad para 30.000 personas. Esta solución a la desesperada chocó con los intereses de varios artistas. Algunos se quejaron del perfil bajo del certamen mientras otros aseguraron que el nuevo emplazamiento descuadraba sus giras.
Una joven canta desnuda en Woodstock en 1969. Archive Photos Getty Images
El caos era tan tremendo que, a menos de un mes del comienzo del festival, no se habían puesto las entradas a la venta e incluso se llegó a plantear la posibilidad de hacerlo gratuito por temor a un fracaso de asistencia de público. Lang, que seguía tirando para adelante con el proyecto entre pleitos e inversiones de más de 20 millones de euros, estaba acorralado en su propio delirio.
En los últimos días, muchos en Estados Unidos comparaban Woodstock 50 con el Fyre Festival, el mega certamen de las Bahamas que en 2017 terminó siendo el más famoso fraude musical del siglo XXI. Por suerte para Lang, la diferencia es que Woodstock, al no celebrarse ni poner entradas a la venta, no podrá dejar varadas a las decenas de miles de personas que tenían previsto acudir a la cita, ahondando más en el desastre, como sucedió en Fyre Festival y se pudo ver en un documental de Neftlix sobre esta estafa.
En el pasado, Lang ya había celebrado otros Woodstocks conmemorativos —en 1979, 1989, 1994 y 1999—, aunque los precedentes no eran buenos. En el último de ellos la organización fue muy criticada y hubo disturbios, violaciones y hasta un muerto por sobredosis de droga. Ahora, sin necesidad de haberse celebrado, Woodstock 50 es ya sinónimo de un fracaso. En su web había un cronómetro marcando la cuenta atrás para el comienzo del gran festival conmemorativo en este agosto, pero ayer este reloj desapareció. Una poética forma de marcar el momento exacto en el que el sueño grandilocuente de un nuevo Woodstock se transformó en todo un fiasco.
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