Siete curas, una veintena de militares, el alcalde, numerosos vecinos y la familia han despedido este jueves a Vladyslav Sopronchuk, un militar ucranio de 27 años. Un último adiós en medio de un mar de flores, incienso, cánticos, oraciones y salvas de sus compañeros al cielo del camposanto de Novograd-Volinski, una localidad de la región de Yitómir, al oeste de Kiev. Un funeral por todo lo alto para un hombre obrero de profesión y patriota por convicción.
Sopronchuk acababa de atravesar la mayoría de edad cuando, entre 2013 y 2014, Kiev acogió las manifestaciones de la revolución de Maidán (plaza, en ucranio). Ucrania quería librarse del corsé que le quería imponer Moscú. Pero ese mismo año Rusia ocupó ilegalmente la península ucrania de Crimea y en el este, en las regiones de Donetsk y Lugansk, la guerra enfrentaba a las tropas locales con milicianos prorrusos. Hasta allí se fue Sopronchuk a combatir durante año y medio tras dejar su trabajo en la construcción.
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Aquel conflicto, teledirigido directamente desde el Kremlin, se ha mantenido hasta que el presidente ruso, Vladímir Putin, ordenó la invasión de Ucrania el pasado 24 de febrero. Desde entonces, los tentáculos de la guerra se han extendido como una mancha de aceite más allá del este y alcanzan, de manera directa o indirecta, a toda la antigua república soviética, donde se suceden los entierros.
El obrero de Novograd-Volinski no tardó en alistarse al ver llegar al invasor este año y se marchó de nuevo al frente. En abril resultó herido y durante su hospitalización su padre murió de un ataque al corazón, señala un funcionario de la ciudad que asiste a la familia en el entierro. Conseguida el alta, volvió a vestir el uniforme de camuflaje. Vladyslav Sopronchuk se topó finalmente con la muerte el pasado 24 de agosto mientras combatía en los alrededores de la localidad de Sloviansk, en la región de Donetsk.
Varios militares portan el féretro con los restos de Vladislav Sopronchuk en la iglesia de San Miguel de la localidad de Novograd-Volinski, en la región de YitómirLuis De Vega Hernández
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Aunque son miles los que ya han muerto en los últimos meses, Ucrania no suele dar cifras oficiales de sus víctimas en la guerra desatada desde la invasión de febrero, aunque el general Valeriy Zaluzhnyi comentó el 22 de agosto, al filo de los seis meses de conflicto, que son unas 9.000 las pérdidas en el campo de combate. Sin embargo, la cifra de más de 50.000 soldados del Kremlin muertos que ofrecen las autoridades de Kiev, y que actualizan a diario, es considerada una exageración que busca amplificar sus logros en el campo de batalla. Gran Bretaña calcula que son la mitad y EE UU unos 20.000.
Eso sí, Ucrania despide a sus caídos de la mejor forma posible y sin ocultar unas ceremonias que al otro lado de la frontera no se prodigan. El funeral y entierro de Sopronchuk es una muestra de ello. Decenas de personas portando ramos de flores rodean en círculo al finado y su familia mientras el alcalde de la localidad, Mikola Borovets, glosa la figura del caído. Los llantos de Galina, la madre, y de Darya, la viuda, que acarician el féretro cubierto con la enseña nacional, concentran la atención de todos los presentes en el patio de la iglesia de San Miguel. La comitiva emprende poco después su camino al cementerio. Allí, a ritmo de toque fúnebre de trompeta y tambor, los compañeros izan de nuevo a hombros el cuerpo.
“Fue su propia decisión y ahora lo hemos perdido. Era una buena persona. Desde 2014 decidió ir con el Ejército adonde otros jóvenes no quieren ir. Este año, igual, mi hijo tomó la decisión de ir, como hicieron en el pasado su abuelo y su padre”, comenta Galina. “Nadie puede hablar mal de él. No lo digo porque sea su madre. Todos piensan igual”.
Una hilera de otros 13 combatientes de Novograd-Volinski caídos desde el pasado 24 de febrero antecede a la fosa donde es depositado el féretro de Sopronchuk. Algunos de los presentes arrojan tierra sobre el ataúd en medio de un mar de lágrimas y llantos. Minutos después, en el colorido cementerio cuajado de flores y adornado con banderas, solo queda Lidia, una anciana de 76 años que, pala en mano, ayuda a su hijo a acabar de llenar de tierra el agujero donde descansa el último héroe local. En casa espera a Darya su hija Eva, la niña de tres años que tuvo con Vladyslav.
Lidia, de 76 años, ayuda a acabar de enterrar los restos de Vladislav Sopronchuk, muerto en el frente de Donbás, en el este de UcraniaLuis De Vega Hernández
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