Francisco aterrizó este martes en Kinsasa, capital de la República Democrática del Congo y primera parada del viaje que le llevará también hasta el domingo a Sudán del Sur, dos de los países más peligrosos del continente y uno de los pocos lugares donde el catolicismo mantiene su vigor. El viaje tuvo que ser aplazado el pasado julio por los problemas de rodilla del Pontífice, como él mismo recordó durante el vuelo. Nada más llegar, ante el presidente del país, Félix Tshisekedi, comenzó a desgranar su visión de los conflictos que azotan el país. “Quiten las manos de la República Democrática del Congo, no toquen el África. Dejen de asfixiarla, porque África no es una mina que explotar ni una tierra que saquear. Que África sea protagonista de su propio destino”, lanzó en un largo y profundo discurso en el que defendió de principio a fin la dignidad del continente ante los abusos políticos: internos e internacionales.
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Francisco llega al Congo en un momento especialmente delicado para la región. La escalada violenta, que el año pasado le costó la vida al embajador italiano en el país, Luca Attanasio, asesinado cerca de la ciudad de Goma, ha obligado a cancelar la parada programada en esta urbe del noreste del país, justamente por la inseguridad. “La República Democrática del Congo, atormentada por la guerra, sigue sufriendo, dentro de sus fronteras, conflictos y migraciones forzosas, y continúa padeciendo terribles formas de explotación, indignas del hombre y de la creación. Este inmenso país lleno de vida, este diafragma de África, golpeado por la violencia como un puñetazo en el estómago, pareciera desde hace tiempo que está sin aliento”.
Violencia por la explotación de yacimientos
Una gran parte de los conflictos violentos que han afectado al Congo se han producido en los últimos tiempos a cuenta de la explotación de los yacimientos, especialmente de minerales como el coltán, elemento fundamental para la fabricación de teléfonos u ordenadores. El Papa se refirió a ello directamente. “Este país, abundantemente depredado, no es capaz de beneficiarse suficientemente de sus inmensos recursos: se ha llegado a la paradoja de que los frutos de su propia tierra lo conviertan en extranjero para sus habitantes. El veneno de la avaricia ha ensangrentado sus diamantes”, señaló antes de revelar el objetivo de su viaje.
“Mirando a este pueblo, se tiene la impresión de que la comunidad internacional casi se haya resignado a la violencia que lo devora. No podemos acostumbrarnos a la sangre que corre en este país desde hace décadas, causando millones de muertos sin que muchos lo sepan. Que se conozca lo que está pasando aquí. Que los procesos de paz que están en marcha, que aliento con todas mis fuerzas, se apoyen en hechos y que se mantengan los compromisos”.
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Más allá de la violencia por la explotación de los recursos minerales del país, los conflictos políticos y étnicos han constituido también una fuente inagotable de aniquilación en el país africano: solo entre 1998 y 2007 murieron en el Congo 5,4 millones de personas, según la ONG Comité Internacional de Rescate. Los últimos datos de la ONU estiman que entre junio de 2021 y marzo de 2022 en las regiones de Kivu Norte e Ituri fueron asesinados 1.261 civiles a manos de los grupos armados.
Francisco pidió ante el presidente del país evitar “caer en el tribalismo y la contraposición”. “Tomar partido obstinadamente por la propia etnia o por intereses particulares, alimentando espirales de odio y violencia, va en detrimento de todos, ya que bloquea la necesaria química del conjunto. […] El problema no está en la naturaleza de las personas o de los grupos étnicos y sociales, sino en la forma en que deciden estar juntos. La voluntad ―o no― de ayudarse mutuamente, de reconciliarse y empezar de nuevo, marca la diferencia entre la oscuridad del conflicto y un futuro brillante de paz y prosperidad”.
Francisco junto al presidente de la República Democrática del Congo, Félix Tshisekedi, durante la ceremonia de bienvenida en el Palacio de la Nación.YARA NARDI (REUTERS)
El problema de la región, sin embargo, procede a menudo también de sus gobernantes. Tshisekedi deberá ganarse un segundo mandato en unas elecciones que se celebrarán en otoño y en las que no tiene asegurada la victoria. “Quienes ostentan responsabilidades cívicas y de gobierno están llamados a actuar con transparencia, ejerciendo el cargo recibido como un medio para servir a la sociedad. Qué importante es huir del autoritarismo, del afán de ganancias fáciles y de la avidez del dinero. […] Y, al mismo tiempo, favorecer la celebración de elecciones libres, transparentes y creíbles; ampliar aún más la participación en los procesos de paz a las mujeres, los jóvenes y los grupos marginados; buscar el bien común y la seguridad de la gente por encima de los intereses personales o de grupo; reforzar la presencia del Estado en todo el territorio; hacerse cargo de las numerosas personas desplazadas y refugiadas”.
Con Tshisekedi al lado, mirando, Francisco recordó una frase lapidaria de san Agustín. “Si de los gobiernos quitamos la justicia, ¿en qué se convierten si no es en bandas de ladrones a gran escala?”, apuntó.
El Papa cerró su discurso acordándose del lado ecológico del conflicto, una de las grandes obsesiones de este pontificado. “La República Democrática del Congo alberga uno de los pulmones verdes más grandes del mundo, que debe preservarse. Como en el caso de la paz y el desarrollo, en este campo también es importante una colaboración amplia y fructífera que permita una intervención eficaz, sin imponer modelos externos que sean más útiles para los que ayudan que para los que son ayudados”.
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