El Papa en Mosul: “No es lícito hacer la guerra en nombre de Dios”

Abu Bakr Al Baghdadi proclamó el 29 de junio de 2014 el califato del Estado Islámico (EI) desde la mezquita Al Nuri de Mosul, la segunda mayor ciudad de Irak. Entraron, sin apenas resistencia ante unas fuerzas armadas que huyeron como conejos, y convirtieron la ciudad en el cuartel general de la organización. Comenzó así un periodo guerra y terror que sumió a la región y a esta zona de Irak en la devastación. Hoy, siete años después, a pocos metros de la mezquita donde comenzó el régimen de sangre, en la plaza de las cuatro iglesias de una ciudad todavía en ruinas en la que apenas queda una docena de familias cristianas, el Papa rezó ante una cruz cristiana. “Si Dios es el Dios de la vida —y lo es— a nosotros no nos es lícito matar a los hermanos en su nombre. Si Dios es el Dios de la paz —y lo es— a nosotros no nos es lícito hacer la guerra en su nombre”, comenzó en una oración inimaginable hace pocos años.

Francisco, rodeado de edificios devastados tras la liberación de la ciudad, rezó por las víctimas y recordó la la sangre con la que el EI sembró los últimos años de historia en este lugar. La organización terrorista prometió invadir Roma. Pero finalmente ha sido su monarca quien ha volado hasta aquí para acompañar a sus víctimas. “En Mosul las trágicas consecuencias de la guerra y de la hostilidad son demasiado evidentes. Es cruel que este país, cuna de la civilización, haya sido golpeado por una tempestad tan inhumana, con antiguos lugares de culto destruidos y miles y miles de personas desalojadas por la fuerza o asesinadas. Hoy, a pesar de todo, reafirmamos nuestra convicción de que la fraternidad es más fuerte que el fratricidio, la esperanza es más fuerte que la muerte, la paz es más fuerte que la guerra. Esta convicción habla con voz más elocuente que la voz del odio y de la violencia; y nunca podrá ser acallada en la sangre derramada por quienes profanan el nombre de Dios recorriendo caminos de destrucción”.

El Estado Islámico marcaba las casas de los cristianos en Mosul para que pudieran ser saqueadas con mayor precisión. La barbarie provocó el éxodo de cerca 500.000 personas, 120.000 de ellas cristianos. Hoy apenas quedan un puñado de familias. Una tónica que se ha repetido en esta zona del norte del país. Por eso, el tercer y último día de la histórica visita del Papa a Irak estuvo dedicado a aportar consuelo a las minorías cristianas de la región, perseguidas y obligadas a marcharse por el Estado Islámico. En 2013 había unos 1,4 millones de cristianos en el país y actualmente oscilan entre 200.000 y 300.000. Solo el 50% de los que huyeron durante la invasión yihadista han vuelto a sus casas en Irak.

El Papa se trasladó luego a la ciudad de Qaraqosh (a 32 kilómetros al suroeste de Mosul), de mayoría cristiana, donde iba a celebrar una misa en la catedral de la Inmaculada Concepción, recién inaugurada tras su destrucción en 2014, cuando el EI la quemó y la utilizó luego como campo de tiro. Aquí le esperaban miles de familias que resistieron pese al hostigamiento del EI. También otras que tuvieron que huir en plena noche con lo puesto, como Mounir Jibrahil, profesor de matemáticas de 61 años. Emigró a Erbil y no volvió hasta 2016. Tuvo que esperar cuatro años más para volver a poner en pie su casa destruida. “Ahora es más seguro. Es maravilloso ver al Papa, nunca imaginamos que vendría a Qaraqosh. Quizá esto ayude a reconstruir el país trayendo finalmente paz y amor”. En la misma iglesia esperaba Andy Abd, de 27 años, vestido por la ocasión, una chico que también huyó en 2014. Sobrevivió en Erbil, la capital del Kurdistán iraquí, durante tres años como refugiado. Él pudo volver porque encontró un trabajo, pero muchos de sus amigos emigraban a Canadá o Australia.

Algunas familias quedaron separadas irremediablemente. Los padres de Adara, una chica de 26 años vestida con las ropas tradicionales de Qaraqosh que espera fuera del templo, por ejemplo, nunca quisieron volver. El Papa les reconfortó e invitó a volver a quienes tuvieron que hacer las maletas. “Con mucha tristeza, miramos a nuestro alrededor y percibimos otros signos, los signos del poder destructivo de la violencia, del odio y de la guerra. Cuántas cosas han sido destruidas. Y cuánto debe ser reconstruido. Nuestro encuentro demuestra que el terrorismo y la muerte nunca tienen la última palabra”.

Francisco pidió a los fieles, que le esperaban a un lado y otro de la carrera y en el interior de la catedral sin respetar casi ninguna medida de seguridad sanitaria, que levanten de nuevo aquí sus vidas. “Este es el momento de reconstruir no sólo los edificios, sino ante todo los vínculos que unen comunidades y familias, jóvenes y ancianos”. Pero muchos todavía viven aterrorizados, como Doha Sabah, que perdió a su hijo en un bombardeo, y aportó su testimonio al Pontífice durante la celebración religiosa en la Iglesia de la Inmaculada Concepción de Qaraqosh, renovada para la ocasión después que los yihadistas del grupo Estado Islámico (EI) la incendiaran en 2014. “Decimos no al terrorismo y a la instrumentalización de la religión”, insistió el Papa.

La jornada del domingo terminó con una misa masiva en Erbil, ciudad del Kurdistán Irakí, que puso fin a tres intensos días de viaje. El primero que realizaba el Papa después de 15 meses. Un éxito, según fuentes del Vaticano, y un punto de inflexión en su política construir puentes con el Islam. La idea del Pontífice, una vez vacunado él y los trabajadores que le acompañan, es reprender su agenda de compromisos internacionales.


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