El Papa recibe a Biden para certificar un cambio de relaciones del Vaticano con EE UU


El papa Francisco recibirá este viernes por primera vez como presidente a Joe Biden. El mandatario ya estuvo en el Vaticano otras dos veces como vicepresidente y también recibió al pontífice en el Congreso de Estados Unidos en 2015 cuando realizó un discurso ante las dos Cámaras en sesión conjunta. Biden es el primer presidente católico de EE UU desde John. F. Kennedy, algo que aportará mucha cercanía al encuentro. Pero, sobre todo, es el hombre que acabó con la era de Donald Trump, convertido en los últimos años en una suerte de adversario ideológico y político de Francisco en cuestiones como el medio ambiente, la inmigración o los derechos humanos.

Los dos católicos más influyentes del mundo se reunirán a las 12.00 en la Biblioteca del Palacio Apostólico del Vaticano (sin imágenes en directo del encuentro previo a la reunión, como sucede generalmente). La agenda oficial habla de medio ambiente, derechos humanos, pandemia y ayuda a desfavorecidos. Pero la cita tiene también una relevancia simbólica elevada y certifica con nitidez el alivio en el Vaticano por la llegada de Biden a la Casa Blanca. La mayoría de tensiones políticas e ideológicas vividas en los últimos tiempos en la Santa Sede tenían su epicentro al otro lado del Atlántico, donde una mayoría de obispos y cardenales ha desarrollado una abierta oposición al pontificado de Jorge Mario Bergoglio. Una confrontación que siempre encontró respaldo en gran parte de la Administración de Trump y sus círculos ideológicos.

El enfrentamiento entre Roma y algunas de las diócesis de EE UU, que ha llegado a cotas inéditas en comparación con cualquier otro papado, ha encontrado un fabuloso eco en algunos medios de comunicación católicos, amplificadores de las discrepancias. El Papa, de hecho, se quejó en el viaje de vuelta de su paso por Eslovaquia de que una televisión norteamericana -parecía referirse a la cadena EWTN- difundía constantemente rumores sobre él y que era obra del diablo. Los mismos círculos de poder -eclesial y mediático- son los que pidieron que fuera negada la comunión a Biden por defender la legalidad del aborto en EE UU. Un extremo sobre el que el Papa no quiso pronunciarse claramente cuando fue interrogado por la cuestión en el mismo vuelo. “Yo nunca me he negado a darla [la comunión]”, señaló, añadiendo que no se había encontrado con ningún caso en el que fuera consciente de que la mujer en cuestión hubiera abortado.

Biden es un devoto católico, mucho más de lo que lo fue Kennedy. Acude regularmente a misa y se toma su fe muy en serio. Siempre se ha situado en la órbita reformista de Juan XXIII y del Concilio Vaticano II. Una vida espiritual activa, marcada también por la muerte de un hijo. Pero Biden no es un conservador en los asuntos sociales y sexuales. La apertura al derecho al aborto de la mujer, justamente, le separa enormemente de la Santa Sede y del Papa, que siempre usa términos durísimos contra quienes lo practican. “Es como contratar a un sicario para resolver un problema”, suele decir.

Las coincidencias llegarán de la mano de temas medioambientales, como el regreso de EE UU al acuerdo del clima de París. Francisco lleva inmerso varios meses en un intento por movilizar a jefes de Estado y a líderes de las grandes religiones -que acudieron el pasado 4 de octubre a Roma para realizar un llamamiento, junto con destacados científicos- y a los participantes en la COP26 sobre el cambio climático, que se celebrará en Glasgow el domingo. Justo ahí es a donde se dirigirá Biden después de la cumbre del G20 en Roma. La visita puede servir también para limar posiciones en ese sentido y reforzar el compromiso del político estadounidense con la visión del Papa en torno al medio ambiente, contenida en la encíclica Laudato Sii, que nunca ha sido abrazada con excesivo entusiasmo en EE UU.

La reunión, además, puede certificar un acercamiento distinto a la inmigración (la oposición al muro con México fue un caballo de batalla del Papa). La defensa de los desfavorecidos y de los refugiados ha sido la columna vertebral del papado de Bergoglio. Pero, de momento, en la Santa Sede no se han visto cambios sustanciales, y la crisis humanitaria abierta en Afganistán tras la retirada de las tropas estadounidenses de dicho país, ha creado problemas de este tipo que antes no existían.

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El Vaticano firmó un histórico acuerdo con China hace dos años para la integración de la Iglesia en un marco legal y consensuado con el Gobierno. Un primer paso, además, para reabrir las relaciones diplomáticas congeladas desde hace 70 años. El vacío en la hegemonía cultural y religiosa dejado por la Administración de Trump ayudó, sin duda, a que Pekín saludase la negociación con más ganas de las que tenía inicialmente. El experimento ha tenido altibajos, pero sigue avanzando y ha acercado enormemente a la Santa Sede al Gobierno chino. Las reticencias por ese acercamiento, en eso no hay dudas, proseguirán en la era de Biden.

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