En El milagro de P. Tinto hay una escena en la que Usillos, el peón de albañil, irrumpe a lomos de su furgoneta y, sin apearse, vocea: “¡el pasao es una mieeeeerrda!”. Dice que ha viajado allí y ha visto que Brunelleschi pone el ladrillo contrapeao, cuando eso hace por lo menos 20 años que no se hace.
Desconozco qué llevó a los Fesser a que fuera precisamente el chapuzas el que protagoniza este momento, porque Usillos es un hombre que cumple con el arquetipo de lo que se ha convenido en llamar cuñao y seguramente también tenga algo de señoro. Para los no instruidos en neolengua: es un varón blanco, heterosexual y para colmo obrero que tiene almanaques de señoritas turgentes en el taller y grita cosas como “Gibraltar español”.
Me extraña que sea precisamente él quien denuesta de esa manera la Historia porque ese “el pasao es una mierda” es en el que parte de nuestras élites más progresistas ―académicas, mediáticas, empresariales o políticas― fundamentan parte de su argumentario. En contra de Karina, que ya nos advertía que, si buscamos en el baúl de los recuerdos, cualquier tiempo pasado nos parecerá mejor, no son pocos los que, cuando carecen de argumentos, sacan la carta de Usillos.
La de Usillos sacó, por ejemplo, el secretario general de Asaja en Castilla y León, que le reprochó a Garzón “querer volver al pasado que vivieron nuestros abuelos” por hablar de los perjuicios de las macrogranjas y reivindicar las pequeñas producciones. Incluso algunos de los que en el 15-M decían que el presente era una mierda y que éramos la primera generación que vivía peor que sus padres ahora son usillistas. Se conoce que su presente mejoró. Y, reconvertidos en políticos o, lo que es peor, en sus cortesanos, acusan a todo aquel que señala eso mismo de ser un reaccionario.
Es difícil de creer pero, para algunos, recordar que no hace tanto cobrábamos 45 días por año trabajado cuando nos despedían es de una nostalgia peligrosa. Y hablar de la pérdida de poder adquisitivo de la clase obrera en las últimas décadas conllevaría desear la vuelta de la heroína, la ETA y el chándal de táctel, que era lo que había cuando el capitalismo se cebaba un pelín menos con las clases populares.
A quien se atreva a señalar que, como advirtió Bauman, nuestras relaciones son cada vez más líquidas, los usillistas le acusarán de querer regresar a los años en los que el adulterio era delito. Y a quien ose preguntarse por qué España registró el año pasado la mayor tasa de suicidios de la historia, o a afirmar que en el pasao ―el año pasao, sin ir más lejos― la luz estaba menos cara, se le enseñará una foto de Las Hurdes en el año 30 y se le preguntará si acaso quiere volver a eso, que ahí no había ni luz ni depresión.
Pero lo más grave de los seguidores de Usillos, salvando la soberbia, el adanismo o que conciban el pasao como un todo sin matices, es que suelen pensarse, a la vez, superadores de todo lo anterior y fundadores de lo definitivo. Creen, inocentes, que la rueda parará con ellos. Que dentro de 10, de 100 años, no habrá usillistas que les pidan cuentas y les voceen que el pasao, que su presente y su cosmovisión, que sus políticas, su enfoque académico, su manera de hablar e incluso sus chistes, son una mierda.
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