Agustín Álvarez (31 años) e Iago Serantes (30) se hicieron amigos casi desde que aprendieron a andar; sus abuelos eran íntimos y vecinos del barrio de Guixar en Teis, una parroquia de Vigo. Cuando era niño, Agustín también se hizo amigo de Rodrigo Hermida (28). Y los tres, en la adolescencia, conocieron a Yago Rego (36), el mayor del grupo. “Andaban de fiesta juntos, casi siempre en A Ramaiosa [parroquia de Baiona, otro ayuntamiento cercano]. Ellos [Agustín, Serantes y Rego] iban también al Arenal [una zona de copas en el centro de Vigo], a veces con Rodrigo, que es amigo de Agustín desde hace muchos años”, le contó un amigo de ese grupo a Javier Romero (Xinzo de Limia, Ourense; 41 años), autor del libro Operación Marea Negra (Ediciones B) en el que desmenuza al detalle, gracias a entrevistas y documentos inéditos, el proceso que llevó a Agustín Álvarez a los mandos del primer narcosubmarino conocido que cruza el Atlántico desde la selva del Amazonas hasta la costa gallega, y el proceso seguido por las policías de Inglaterra, Portugal y España reconstruyendo un periplo que, si no fuese por su finalidad criminal, tendría mucho de heroico. Amazon Prime estrenará en febrero una miniserie sobre el caso protagonizada por Álex González.
La relación de Álvarez, expromesa española del boxeo, con la cocaína data, según los investigadores, de su estancia en Lleida. Allí viajó para trabajar con uno de sus amigos al que las cosas le iban bien, Yago Rego. Rego era un apasionado de los karts de alta competición que había montado su propia empresa de distribución de material de karting. Con 27 años, le ofreció trabajo a su amigo del alma Agustín Álvarez, que entonces tenía 23. Tanto la Guardia Civil como los amigos de Agustín creen que ahí, gracias a sus viajes por toda España, empezó a trabajar en la distribución de droga. Creció en el negocio del narcotráfico, tanto como para que tres años después se instalase en Madrid y empezase a llevar un alto nivel de vida. Corría el año 2016. Rego seguía en Lleida con su negocio de karts, Iago Serantes se había enamorado en Mallorca y trabajaba allí de lo que le salía (empleado de tiendas como Nike o Mango, recogiendo tomates o colocando pladur), Rodrigo Hermida seguía en Vigo, en casa de sus padres, trabajando sobre todo como camarero en diversos restaurantes.
Javier Romero, periodista de investigación de La Voz de Galicia, relata en Operación Marea Negra que, cuando le adjudican la misión del narcosubmarino a Agustín Álvarez, el gallego es el plan b para llevar tres toneladas de cocaína desde América a Europa. Tiene muy poco tiempo (suspende repentinamente su fiesta de cumpleaños) y, al entrar en el semisumergible, repara en que el espacio es angosto para compartir con dos ecuatorianos (Pedro Roberto y Luis Tomás Manzaba), hay poca ventilación y del cuarto de máquinas se cuelan gases generados por el motor. Pese a ello, salieron el 19 de octubre de 2019 y cruzaron el océano tras salvar tres tormentas y la embestida de un buque mercante librada por el piloto vigués del aparato seminvisible. Al llegar al punto de las Azores en el que dos planeadoras salidas de la Península tenían que recoger la mercancía, un motor de una de las planeadoras falló por problemas mecánicos. Esperaron días allí navegando de forma errática hasta que no pudieron más. La organización (se desconocen los responsables de la operación) les ordenó subir a Galicia. Ya con el combustible justo y sin aire, tras más de 20 días encerrados en una cabina mínima, Agustín Álvarez pensó a la desesperada en su ría, la de Vigo, y en sus amigos de siempre. “No se trataba de un plan alternativo al de los dueños del perico, ni de llevarse nada, simplemente respondía a la falta de tiempo para encontrar lancheros profesionales”, explica Romero.
Ninguno de los amigos de Agustín Álvarez conocía la operación de desembarco de cocaína en la que se había metido. Pero, mediante llamadas desde los teléfonos satelitales con los que viaja Álvarez, se enteran de que su amigo se encuentra desesperado en alta mar. Los primeros que recibieron el aviso fueron Iago Serantes, que se encontraba en Mallorca, y Yago Rego, en Lleida. Este, según el relato del fiscal, llamó a un amigo de la pandilla de Vigo para pedirle un camión [la policía sospecha que para transportar la cocaína]. Rompió la comunicación cuando su amigo le dijo que no tenía Telegram y solo podía comunicarse por WhatsApp. Precisamente por WhatsApp se comunicó Iago Serantes con su padre, Carlos Enrique Serantes, también encausado. Serantes hijo voló enseguida de Palma de Mallorca a Santiago. Con un coche particular se dirigió a la ría de Aldán, en Hío, en el sur de Pontevedra. “Donde la DEA [siglas inglesas de Administración para el Control de Drogas, de EE UU], precisamente, había señalado el lugar exacto de la descarga inminente de las tres toneladas de cocaína”, cuenta Javier Romero. Por allí, en un anochecer de tormenta de noviembre, ya patrullaban dos embarcaciones del Servicio de Vigilancia Aduanera avisadas de que una embarcación sospechosa se movía cerca de la Península. Serantes se dirigió entonces a Vigo. Mientras, Yago Rego volaba hasta allí desde Barcelona.
La coordinación y ejecución de la descarga en tierra quedaba en manos de Serantes acompañado por Rego, según la investigación. Necesitaban a más gente: llamaron a Rodrigo Hermida. Según Hermida, Serantes le ofreció 20.000 euros por ayudar. Según Hermida también, rechazó la oferta pese a tener a sus padres embargados por deudas. Mientras el narcosubmarino se acercaba a Galicia, los dos Yagos se mantenían despiertos y en comunicación con Agustín. “Si Rodrigo podía llevarse hasta 20.000 euros por una colaboración terciaria, ¿por qué no les iban a caer a ambos Yagos, por ejemplo, 100.000 por barba de los 123 millones de euros en juego?”, apunta Romero. Los dos tentaron a otro amigo para que les dejase con urgencia una lancha de recreo, pero este amigo, extrañado, les dijo que no. “Y con este temporal nadie os lo va a alquilar”.
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Entre medias, Iago Serantes y su padre, en comunicación constante, comentan por WhatsApp la idea de quedarse con cinco kilos cuando hagan la descarga. “Era tu idea desde el principio hasta el final”, le escribe el hijo. “Ya te digo, genial sería. Quien roba a un ladrón tiene todo el perdón”, responde el padre.
La operación principal de desembarco de la droga dirigida por los amigos de Agustín en tierra, sin embargo, fue imposible de llevar a cabo por el mal tiempo. Y Serantes volvió a Mallorca, aunque siguió comunicándose con Agustín (que le dijo que borrara todo y que se quedaba sin línea, que no hablasen más) y con su padre (“el mar está en calma chicha total”, le escribió al día siguiente; “joder, ya podía ser ayer”, respondió Serantes).
Un pesquero contratado por la organización se dirigía ya a por el Che, nombre del narcosubmarino, y realizar así el trasvase del material en la Costa da Morte. En el lugar pactado esperaba el semisumergible y, a unas millas, una patrullera de la Guardia Civil. Cuando el pesquero se acercó al narcosubmarino a primera hora de la tarde del 23 de noviembre, apareció por los cielos un helicóptero de la Guardia Civil apuntando al pesquero con un cañón de luz. El exboxeador tiró millas hacia una cala de Aldán, en el sur gallego. Y volvió a echar mano de sus amigos: esta vez no para hacer circular la mercancía en tierra, sino para que le salvaran la vida. Le pidió a Iago Serantes que lo esperase en la costa con un coche discreto y la calefacción a tope, y un abrigo y comida. Serantes no lo hizo (su padre tampoco), pero avisó a Rodrigo Hermida para que acudiese allí. Hermida -esta vez sí y, según él, al tratarse solamente de salvar a su amigo-, se plantó con el coche en el punto indicado de la costa haciendo largas para orientar al narcosubmarino. En 15 minutos la embarcación fue hundida cerca de unas rocas; Agustín y su tripulación veían de lejos las luces largas que les señalaban la posición de su amigo. Sin saber que eso ocurría, Rodrigo Hermida se cansó de esperar y se fue. Antes, una patrulla de la Guardia Civil, pendiente de la operación, le preguntó qué hacía allí.
—Les respondí que era de Vigo y que había discutido con mi novia, estaba despejándome un poco -declaró.
Se fue con la matrícula tomada. Agustín Álvarez consiguió milagrosamente llegar a tierra esquivando la vigilancia, no así sus dos compañeros. Permaneció seis días escondido en una cabaña en ruinas con el traje de neopreno, lleno de ampollas por la humedad y la piel tiznada de negro por el aceite del semisumergible. Sin apenas comer y beber, en condiciones lastimosas. Así lo encontró la Policía Nacional. En días sucesivos, haciendo su vida normal, fueron cayendo detenidos Iago Serantes, su padre y Rodrigo Hermida. Yago Rego, el último, seguía con su rutina en Lleida, pero ya en estado de pánico sabiendo que en cualquier momento le tocaría a él. Hasta que le tocó, tras estar varias semanas vigilado. Todos declararon en el juicio el pasado mes de diciembre; todos se enfrentan a penas de prisión, si bien los únicos que permanecen en la cárcel son los tres tripulantes del narcosubmarino.
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