El ‘playback’ levanta la voz

Durante décadas, el playback (actuación sobre música pregrabada, simulando que se canta) fue desdeñado, escondido y negado, símbolo de una industria sintética y mercantil que paseaba a los artistas por los platós como muñecos de ventrílocuo. Hasta que, de un día para otro, empezó a ser exhibido abiertamente, con un orgullo insólito. Los más jóvenes lo convirtieron en rasgo distintivo, igual que otras generaciones habían escogido un baile lascivo o unos tejanos rasgados. El playback regresó cuando ya nadie lo esperaba. Invadió una plataforma como TikTok, que triunfó durante el largo confinamiento de 2020: en diciembre pasado tenía 689 millones de usuarios en todo el mundo, sumados a otros tantos en su versión china, Douyin. Antes ya había viajado por el mundo gracias a RuPaul y su exitoso concurso televisivo de drag queens, cuya prueba eliminatoria —y clímax narrativo de cada programa— es un duelo épico de lipsync (término inglés que denomina esta técnica) entre dos rivales (su versión española, impulsada por Atresmedia y con los Javis en el jurado, se estrenará esta primavera). Así, esta rudimentaria técnica de sincronización labial respecto a una grabación previa logró conquistar una posición central en una época propicia para lo lúdico y lo chistoso. Hace solo un par de décadas, quienes recurrían a ella eran objeto de escarnio. Hoy se han convertido en las estrellas de nuestro tiempo.

La vuelta del playback se produce en un nuevo momento de cambio en la industria cultural. Juan Martín Prada, catedrático de la Universidad de Cádiz a cargo de un grupo de investigación sobre teoría estética contemporánea, señala: “Si antes era uno de los pecados imperdonables del mundo de la música, hoy muchas veces se da por supuesto y es aceptado a condición de que se ofrezca un espectáculo ocularmente intenso, capaz de incrementar el placer sonoro mediante efectos de goce visual”. La pulsión humorística de estas grabaciones afianza su éxito en las redes, ya que la distancia irónica es uno de los combustibles principales de la viralidad. “TikTok ha sabido aprovechar muy bien el potencial cómico de estos vídeos en los que alguien se graba gesticu­lando como si dijera lo que dijo otra persona, un paródico doblaje inverso que está lleno de fina ironía”, añade Martín Prada. No es casualidad que las mayores estrellas de esa red, como Charli D’Amelio o Addi­son Rae, se dediquen al playback. El vídeo más visto de 2020 fue el rap mimetizado de una joven anónima, Bella Poarch, que logró 510 millones de visualizaciones. Hoy es la tercera usuaria con más seguidores, con un total de 58 millones.

“El resultado es imperfecto, pero eso da igual porque se produce dentro de una cultura donde importa más participar que ser un virtuoso”

El investigador Vanni Brusadin, profesor de culturas digitales en la Universidad de Barcelona y director del festival The Influencers en el ­CCCB, traza una genealogía del fenómeno que empieza en la primera década de este siglo, con los lipdubs (vídeo musical en el que un grupo de personas sincronizan sus labios, gestos y movimientos con una canción) y las flashmobs (una multitud se reúne fugazmente para realizar, de repente, una actividad sincronizada como un baile, para luego dispersarse como si no hubiese sucedido nada). Y luego se alarga hasta la invención de aplicaciones como Wombo, que crea lipsyncs automatizados a partir de un algoritmo de reconocimiento biométrico. El resultado permite ver a Kim ­Jong-un bailando al ritmo de Gloria Gaynor (su creador tuvo la idea, según su propia confesión, mientras fumaba marihuana con su compañero de piso). Un contenido falso festivo al alcance de cualquier móvil. “El aspecto técnico es fundamental para este regreso del playback: hoy contamos con herramientas expresivas muy potentes que eran inimaginables hace solo unos años”, apunta Brusadin. Sin olvidar la propia naturaleza de las redes sociales, con sus lazos virtuales que sustituyen, ahora más que nunca, las interacciones físicas. “Existe una correlación directa entre la ausencia de cuerpos a nuestro alrededor y la explosión de lo performático en las redes”, confirma el investigador, que subraya que este auge de la técnica supone una ruptura con el modelo tradicional de autoría, con la noción romántica de originalidad y su culto al genio. “En estos vídeos no existe ninguna de estas cosas. A menudo, el resultado es imperfecto y no importa que lo sea, porque se produce dentro de una cultura de los usuarios que no está hecha de obras maestras, sino de acciones colectivas en las que importa más participar que ser un virtuoso”, defiende.

Pese a las apariencias, el canto en mímica no nació antes de ayer. Fue usado en el cine desde 1929, año de estreno del musical La melodía de Broadway. Descontento con la calidad de audio de uno de sus números musicales, el supervisor de sonido de la MGM, Douglas Shearer, tuvo la idea de superponer una versión grabada en posproducción. El cine estado­unidense lo siguió usando para doblar a las estrellas con las cuerdas vocales menos dotadas, de Ava Gardner en Magnolia a Sidney Poitier en Porgy y Bess, hasta ejemplos recientes como Rebecca Ferguson en El gran showman, cuya doble de voz llegó incluso a calcar su acento sueco. El giro casi cervantino de Cantando bajo la lluvia (1952), donde el doblaje musical de una actriz por parte de otra es un elemento central en la trama, dejó al descubierto el secreto mejor guardado de Hollywood. “Ya vivíamos en un mundo dominado por el playback antes de que se pusiera tan de manifiesto con esos ejemplos”, matiza Eloy Fernández Porta, ensayista y profesor de la Universidad Pompeu Fabra (Barcelona). Tras el auge del videoclip que acompañó la creación de la MTV en 1981, la sincronización labial entró en decadencia hacia finales de esa década. En especial, tras el escándalo protagonizado por Milli Vanilli, dúo musical ganador de un Grammy que cayó en desgracia en 1989, cuando se descubrió que solo eran dos tipos con hombreras que movían los labios sobre la voz de otros. “Si reescribimos ese capítulo de la historia del pop, podríamos decir que fueron precursores”, ironiza Fernández Porta. Otra polémica la provocó Whitney Houston cuando cantó el himno estado­unidense en la Super Bowl de 1991, 10 días después del inicio de la guerra del Golfo. Un momento apabullante de excelencia vocal y comunión patriótica que se vio empañado cuando se descubrió que Houston solo hacía mímica respecto a una versión pregrabada. Sin el aura del directo, la secuencia se venía abajo.

“Si reescribimos ese capítulo de la historia del pop, podríamos decir que Milli Vanilli fueron precursores”

Se produjo entonces una demanda masiva de autenticidad por parte del público. La industria musical empezó a enfatizar el valor añadido del sonido directo y la propia MTV, sintiéndose contra las cuerdas, creó sus míticos conciertos unplugged, sin trampa ni cartón. Los noventa marcaron un punto de inflexión: el playback era el enemigo del grunge, con su culto estético a la naturalidad, por mucho que esta estuviera construida o prefabricada. En 1991, Nirvana quisieron evidenciar que les habían obligado a hacer playback cuando actuaron en el programa británico Top of the Pops, como volverían a hacer Oasis en 1995, cuando Noel Gallagher simuló entonar Roll With It, una canción que en realidad cantaba su hermano Liam. Esas polémicas de salón noventero resultarían exóticas en la actualidad. “Eran propias de un momento de puesta en duda de los paradigmas de los ochenta”, dice Fernández Porta sobre esa década hecha de plástico. “Pero no se sostienen en una época como la nuestra, donde el artificio se vuelve a valorar positivamente”. Ahí están, por ejemplo, el dominio del autotune (un procesador de audio) en la música actual o la proliferación de los concursos de lipsync más allá de los círculos LGTBI, que hicieron uso de esa discordancia entre cuerpo y voz para “burlarse del imperativo de coherencia de género que pesa sobre todos nosotros y poner en evidencia el carácter teatral y artificioso de su construcción”, según Fernández Porta. En 2015, seis años después que el programa de RuPaul, aparecía su versión apta para todos los públicos: Lip Sync Battle, donde una estrella como The Rock, máximo emblema de la hipervirilidad, hizo historia imitando a Taylor Swift.

Si el fenómeno tiene múltiples raíces, como el arraigo del karaoke y el cosplay (disfrazarse de un personaje ficticio) en el continente asiático, su deuda principal podría ser con la cultura drag, como insinúa Manuel Segade, director del CA2M (Móstoles), donde fue comisario, junto a Sabel Gavaldón, de la exposición Elements of Vogue, alrededor del baile que proliferó en los llamados ballrooms, espacios donde se reunían para competir usando este nuevo estilo. Como en la parábola bíblica del hombre poseído por multitudes, los espectácu­los de las drags permitían que sus protagonistas cambiasen de personalidad varias veces por noche. “Eran personas denostadas por querer convertirse en algo que les estaba prohibido, que encontraron un medio de expresión en una contracultura que les permitió hacer realidad sus fantasías delante de todo el mundo y que encima les aplaudieran por ello. El lipsync es, en ese sentido, una herramienta de batalla política”, sostiene Segade.

Los orígenes de estos números de transformismo, siempre entre el artificio y la verdad, son imprecisos. Existieron, con total probabilidad, en miles de fiestas a puerta cerrada, antes de que la revuelta de ­Stonewall los hiciera ocupar bares y clubes gay a través de los record acts, pantomimas cómicas y deliberadamente soeces en las que sus intérpretes movían los labios al ritmo de canciones y diálogos grabados. Se sofisticaron con el tiempo, hasta alcanzar una categoría estética más elevada, como demuestra el trabajo de Lypsinka —quien se negó a que la llamasen drag queen, prefiriendo el término drag artist— y su principal sucesora espiritual, Sasha Velour, ganadora de RuPaul’s Drag Race en 2017 y protagonista de la primera ópera en lip­sync, The Island We Made, una obra de la compositora puertorriqueña Angélica Negrón que acaba de estrenar la Ópera de Filadelfia. Los vídeos de Wu Tsang, artista trans (no se identifica como hombre ni como mujer) que escenifica y da cuerpo a discursos ajenos, se exponen en el ­MoMA desde 2019. Y la última obra de Thomas Ostermeier, gran estrella del teatro de texto europeo, era una sucesión de playbacks interpretados por el escritor francés Édouard Louis, que representaba las canciones que solía cantar de niño, con un bote de champú haciendo las veces de micrófono, frente al espejo de su habitación.

“La mentira original del ‘lipsync’ ya está superada. Hoy ya sabemos que toda realidad parte de un atrezo”

Conceptos como auténtico o postizo dejan de tener sentido en este tiempo de posverdades, lo que tal vez haya permitido la rehabilitación del playback como una forma de expresión tan válida como otra cualquiera. “La mentira original del ­lipsync ya está superada”, comienza María Revuelta, directora artística y comisaria del ciclo Telaraña en CentroCentro (Madrid). “Hoy ya sabemos que toda realidad parte de un atrezo, de una primera capa de falsedad. Existe una conciencia generalizada de que la verdad no es la que se nos presenta a primera vista. Se ha perdido el miedo a trabajar desde esa mentira inicial”, argumenta. “En este momento social ya no nos planteamos quién aporta la mayor verdad o quién atesora el mayor talento, sino quién pone el entretenimiento. En esta época de saturación de contenidos gana quien es capaz de entretener más y mejor”.

Otras nociones predominantes en el clima cultural, como la fluidez identitaria o la reivindicación de los discursos y de los géneros supuestamente menores, también han participado en este caldo de cultivo. “No creo que el playback sea inferior a saber cantar bien: son dos modos distintos de maestría”, relativiza Segade. “Después de todo, si algo define al siglo XXI es el triunfo de la ficción, como ya sucedió en el Barroco. Hace décadas que el arte contemporáneo ha renunciado a la mano virtuosa en favor de un nivel de conceptualización en el que la idea está por encima de su ejecución material”. ¿El playback es duchampiano? “¿Por qué no entenderlo dentro de ese marco? Llevamos más de un siglo preparándonos para este giro. Puede que haya llegado la hora de aceptarlo”, concluye el director del CA2M. Proscribamos los aplausos, como ya exigieron los sesentayochistas. El espectácu­lo está, ahora más que nunca, por todas partes.

Cronología: un siglo de ‘playback’

1929. Hollywood descubre el ‘lipsync’

La melodía de Broadway, comedia musical de la MGM, fue la primera en usar el playback para corregir un error de sonido en una secuencia.

escena del doblaje en Cantando bajo la lluvia (1952), con Debbie Reynolds y Jean Hagen

1952. Estreno de ‘Cantando bajo la lluvia’

Una actriz doblaba a otra en pleno paso al cine sonoro. Hollywood reveló su secreto: así sucedía en cientos de filmes.

Os Beatles, no programa 'Ed Sullivan Show', em 1964.

1960. La música enlatada llega a la televisión

La técnica se generalizó en los programas de variedades de medio mundo para esquivar las dificultades del sonido en directo.

Pop duo Milli Vanilli on stage on the 17th of November in 1989. (Photo by Franz-Peter Tschauner/picture alliance via Getty Images)

1989. El escándalo de Milli Vanilli

La creación de la MTV expandió su uso, pero su era dorada terminó cuando este grupo admitió que no cantaba sus temas.

Em primeiro plano, Liam Gallagher com os outros integrantes do Oasis, em 1994.

1995. Oasis, contra el ‘playback’

Los Gallagher intercambiaron sus roles en una actuación en Top of the Pops para protestar contra la imposición del pregrabado. En 1991 ya lo hicieron Nirvana en el mismo programa.

2008. Juegos Olímpicos de Pekín

El Gobierno chino suscitó una polémica al sustituir a la niña que entonaba el himno nacional por otra más fotogénica que hacía playback.

RuPaul en una escena de 'AJ and the Queen'

2009. El fenómeno ‘RuPaul’s Drag Race’

El exitoso concurso de drag queens, que ya va por la 13ª temporada, propulsó esta técnica con una prueba de eliminación llamada Lipsync For Your Life. Esta primavera se estrena la versión española, impulsada por Atresmedia y con los Javis en el jurado.

El actor Tom Holland imitando a Rihanna sin tener que teñir su piel en el programa 'Lip Sync Battle'.

2015. ‘Lip Sync Battle’: las estrellas hacen ‘playback’

Esta técnica regresó al público mayoritario con este programa, en el que estrellas de Hollywood simulan cantar grandes éxitos. Por ejemplo, Tom Holland hizo historia interpretando a Rihanna.

Bella Poarch haciendo lipsync de la canción M to the B

2020. TikTok y el confinamiento

La red social china, creada en 2016 y en la que arraigó el lipsync, triunfó durante el encierro colectivo. Al final del año sumaba 689 millones de usuarios.

2021. ‘The Island We Made’, la ópera en diferido

Estreno de la primera ópera en playback, obra de la puertorriqueña Angélica Negrón que protagoniza la drag Sasha Velour, surgida de la factoría RuPaul.

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