Pese a la incertidumbre acerca de cómo votarán los latinos en Estados Unidos en las elecciones de medio mandato de esta semana, hay tres verdades innegables que deberían determinar la manera en que entendemos el poder político de los latinos en Estados Unidos tanto hoy como en el futuro.
En primer lugar, los votantes latinos estadounidenses ya no son el futuro de la política del país; somos el presente. Atrás quedan los días en que se pensaba en el electorado latino estadounidense como un gigante dormido. Al representar casi el 20% de la población del país y constituir el segundo mayor segmento del electorado potencial de Estados Unidos, independientemente del sentido de su voto, es innegable el papel fundamental que desempeñarán los votantes latinos el 8 de noviembre.
Será imposible explicar quién ganó, dónde y por qué en las elecciones legislativas si no se tiene un conocimiento adecuado y ponderado del electorado latino estadounidense. Para lograr ese conocimiento, se necesitará algo que escasea: una pizca de paciencia. Los latinos estadounidenses, tanto los que votan como los que no, suponen una mezcla multigeneracional de 62 millones de personas originarias de más de una docena de países con una presencia cada vez mayor en los 50 Estados. No somos un monolito.
Si no se espera un poco para hacer pronunciamientos radicales en la noche de las elecciones, dos datos tempranos y no representativos —los resultados de las elecciones en Florida y los sondeos a pie de urna en todo el país— sesgarán el conocimiento colectivo sobre el voto latino.
El comportamiento del electorado latino en Florida, y más concretamente en el sur de Florida, nos dice más bien poco sobre las motivaciones y actos de los votantes latinos en lugares como Arizona, Nevada y Colorado. Tampoco los estadounidenses de origen cubano, venezolano, colombiano u otros grupos de votantes exiliados o cuasi exiliados que viven en el singular microclima político del sur de Florida son representativos de los latinos de lugares como Pensilvania, Georgia o Wisconsin, donde los votos latinos podrían determinar quién controla el Senado de Estados Unidos y los cargos de gobernador más importantes.
Los sondeos a pie de urna también son instrumentos defectuosos para el análisis en tiempo real del electorado latino repartido por todo el país. Los desgloses demográficos finales de los sondeos efectuados a la salida de los colegios electorales tardan meses en aparecer y a menudo varían significativamente respecto de los pronósticos iniciales durante la noche de las elecciones. Los sondeos a pie de urna también dependen cada vez más de las técnicas tradicionales de sondeo, que suelen quedar en entredicho tras los resultados de las elecciones. Los sondeos a pie de urna simplemente no sirven para medir con precisión los subgrupos en la noche de las elecciones. No deberíamos recurrir a ellos para hacerlo en ese momento tan esencial.
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Esto es especialmente válido a causa de una segunda verdad fundamental sobre el electorado latino de Estados Unidos que será más evidente al día siguiente de las elecciones. Los latinos no son votantes de base de ninguno de los dos partidos, al menos no en zonas geográficas decisivas para las elecciones. Nuestro lugar en las coaliciones electorales ganadoras depende de una serie de factores y, como votantes bisagra, los latinos serán esenciales para los resultados dispares de las elecciones de medio mandato en diferentes lugares de Estados Unidos.
Las consecuencias de invertir y comprometerse a largo plazo con las diferentes comunidades latinas serán más evidentes que nunca. Quedará meridianamente claro que comprometerse en las últimas semanas de una campaña resulta improcedente, puesto que las relaciones con las comunidades latinas deben cultivarse a lo largo del tiempo. Hay que acoger a elementos del electorado latino en un sistema político que a muchos les sigue pareciendo distante. También hace falta incorporar a los latinos en los proyectos de gobierno, no solo en los electorales. Como se verá claramente cuando se analicen los resultados de las elecciones legislativas, los partidos y los políticos que no lo hayan hecho acusarán las consecuencias el día de las elecciones.
Y en último lugar, pero no menos importante, está claro que los latinos, en lo que a política se refiere, han llegado en un momento crítico para el proyecto estadounidense. Nuestra política se ha convertido básica y peligrosamente en una carrera entre dos ideas sobre quiénes somos como país. Más del 70% de los estadounidenses cree que nuestra democracia está en peligro, aunque por razones enormemente diferentes. En los próximos años, el destino de esa democracia y de la propia idea de Estados Unidos se decidirá en las urnas y no hay ningún camino hacia los 270 votos electorales necesarios para elegir a un presidente, para cualquiera de los dos partidos, que no dependa del electorado latino.
En este escenario, el nuevo papel protagonista de los electores, que creen más firmemente en el sueño americano que otros grupos en Estados Unidos, debería ser una buena noticia para aquellos de nosotros que creemos en la promesa pendiente de América de que juntos podemos construir una república inclusiva.
Cuando los latinos emitan su voto y los expertos, los partidos y los políticos intenten descifrar el significado de todo ello, les vendría bien a estos últimos entender la señal que ya está clara a medida que el ruido aumenta gradualmente. Hoy, los latinos somos más importantes que nunca en la política estadounidense. Y mañana lo seremos aún más.
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