Ser más auténtico en las redes sociales no es sencillo. ¿Quién se atreve a publicar exactamente lo que piensa en Twitter o Facebook? ¿Y a colgar una fotografía en Instagram sin editarla? ¿Y en Tinder? ¿Quién diría que no es apto para un empleo en LinkedIn? Hay usuarios que sí y para ellos hay buenas noticias, pues suelen tener mejor autoestima y potenciar su bienestar, de acuerdo con un estudio conducido por un grupo de investigadores de la Universidad de Columbia y la de Northwestern. Pero son muy pocos los que actúan así en la realidad virtual. Los psicólogos explican por qué tendemos más al postureo y menos a mostrarnos tal como somos.
Tras analizar los datos de 10.560 personas en redes sociales recopilados entre 2007 y 2012, —sobre todo en Facebook— los investigadores concluyeron que este tipo de usuarios no solo suelen tener una mayor autoestima, también combaten mejor la ansiedad y el estrés. “Nuestros resultados sugieren que las personas que utilizan las redes sociales para expresarse de forma auténtica pueden tener un mayor bienestar subjetivo”, resalta a EL PAÍS vía correo electrónico la autora principal del estudio, Erica Bailey.
Para el estudio, los usuarios completaron una serie de pruebas psicométricas para que el equipo de Bailey conociera su personalidad. Después, los investigadores compararon los resultados de las pruebas con la personalidad que mostraba cada uno en sus redes sociales, según lo predicho por un modelo informático basado en sus gustos y el lenguaje utilizado en las publicaciones. Así descubrieron que, a pesar de los diversos tipos de personalidad, “la autoexpresión auténtica se correlaciona con niveles más altos de satisfacción con la vida”.
Pero hay más. El estudio, publicado en Nature Communications, también señala que quizás le hemos dado un uso inadecuado a las redes sociales desde el principio. Según los hallazgos del equipo de Bailey, en lugar de esforzarse por presentar una versión idealizada y socialmente deseable de sí mismos, los usuarios deberían compartir más información sobre quiénes son en realidad. Pero pocos hacen esto. ¿Por qué?
Más postureo, menos verdad
“Las redes se han caracterizado por ser transmisoras del famoso postureo y el fenómeno de Instagram es el mejor ejemplo, con sus filtros, retoques y perfiles” explica Oliver Serrano, psicólogo especializado en redes sociales y gestión de comunidades en línea. Si bien los usuarios tienden a la autoidealización — la actitud impostada que se adopta por conveniencia o presunción— en vez de a la autenticidad, esta cuestión no es nueva pues ha estado allí antes de que llegaran las redes sociales. “Todos, en mayor o menor medida, queremos ser mejores de lo que somos. Por eso buscamos vestirnos bien, arreglarnos, maquillarnos. Siempre hemos sido así, solo que ahora hemos trasladado esta forma de ser a las redes sociales”, señala Serrano a EL PAÍS vía telefónica.
Para el psicólogo e investigador experto en tecnología, Celestino González-Fernández, la autoidealización puede explicarse gracias a una teoría que surgió en 1987. “Es la Teoría de Autodiscrepancia de Higgings, en la que diferencia el yo ideal, el yo real y el yo responsable y sugiere que cuando existen discrepancias entre estas, las personas sufren emocionalmente”, explica el psicólogo a EL PAÍS vía correo electrónico. Por ejemplo, si el Yo real es discrepante de un ideal (Yo ideal), las personas se sienten deprimidas, decepcionadas, desanimadas y tristes. Mientras que si es el Yo real discrepa con un deber (Yo responsable), las personas se sienten preocupadas, nerviosas y tensas. “Así podemos ver la justificación de crear esa autoidealización para supuestamente mejorar el sufrimiento emocional más que a nuestra autenticidad”, apunta González-Fernández.
“La autenticidad generalmente no está muy bien valorada”, sugiere Enric Valls, psicólogo experto en salud. Por eso, alguien muy honesto puede ser tildado de tener poco tacto y empatía, aunque debería ser al revés. “Una persona risueña, natural o espontánea es sinónimo de buena autoestima porque no le importa lo que puedan pensar los demás”, explica Valls.
El psicólogo sugiere que por esa razón mucho de lo que proyectamos en redes sociales no tiene relación con la realidad. “Seguimos patrones de idealización y de concepto de que todo es perfecto; personas que ríen siempre, a las que todo les sale bien pero que dependen de likes y son adictos a los seguidores. Y como la vida no siempre es así, las personas que siguen este patrón conscientemente sufren mucho y es motivo de consulta”, recalca Valls.
La cultura del ‘me gusta’
Hay, además, una explicación psicológica detrás del funcionamiento actual de las redes sociales. “Utilizan técnicas para llegar a la zona del cerebro denominada sistema de recompensa y conformada por el área tegmental ventral, el núcleo accumbens, la corteza prefrontal y el hipotálamo lateral. Se va liberando la hormona del placer, la dopamina y entra en un círculo vicioso de necesitar cada vez más el uso y refuerzo de nuestro smartphone y sus aplicaciones para sentir igual o mayor sensación placentera”, apunta González-Fernández.
Una de las técnicas es el botón “me gusta”, que genera en el cerebro un refuerzo positivo intermitente y que está presente en todas las redes sociales, aunque se aplica con distinto contenido: en Instagram son fotografías, en Facebook publicaciones y en Twitter opiniones cortas o ideas puntuales.
Los psicólogos consultados coinciden en que las conclusiones del estudio resaltan una cualidad humana: la coherencia. “Cuando no hay disonancia entre lo que muestras y lo que eres, estás más tranquilo y relajado. Al haber consistencia entre la vida real y la vida en las redes reducimos la ansiedad”, explica Serrano.
Pero a pesar de los hallazgos positivos, Bailey duda de la utilización, en general, de las redes sociales. “No podemos asegurar si este tipo de uso de las redes sociales [ser más auténticos y menos idealistas] sea mejor para el bienestar personal que simplemente no usarlas”, sentencia.
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