El PP se suicida en directo

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El duelo empezó con pellizcos, fue subiendo escalones hasta llegar a los navajazos y ha acabado en una devastadora guerra con armamento nuclear. La mañana más vertiginosa de la historia reciente de la derecha española arroja de momento una conclusión: uno de los dos, o Pablo Casado o Isabel Díaz Ayuso, saldrá con los pies por delante. Las hostilidades han tomado un cariz tan impensable que solo pueden acabar con la aniquilación de uno de los contrincantes. Y aún podría ser peor, que perezcan los dos. O incluso peor, que con ellos se hunda uno de los puntales del sistema político español. Lo seguro es que habrá víctimas, la única duda es cuál será la magnitud del recuento.

En 43 años de democracia creíamos haberlo visto todo sobre corrupciones y tumultos dentro de los partidos. El PP, y muy especialmente el madrileño, había protagonizado algunos de los momentos estelares de estas décadas, con ingredientes parecidos a los de ahora, contratos amañados para llenar los bolsillos de algunos dirigentes o el caso aquel de la gestapillo que reveló que en los tiempos de Esperanza Aguirre los populares se espiaban a sí mismos. El espectáculo de las últimas horas lo supera todo: un partido suicidándose en directo, con una escena de película cutre y trama mafiosa entre el líder y la más relevante de sus cargos públicos.

Si hacemos caso a Díaz Ayuso, la dirección del PP se estaría comportando como una banda de extorsionadores cruel y sin escrúpulos, dispuesta a destruir reputaciones con tal de eliminar a un adversario interno. Si el relato que compramos es el de Casado, nos encontraríamos ante una presidenta que, en lo peor de la pandemia, con la población enclaustrada y aterrorizada, los muertos contándose por cientos cada día y una dramática carencia de material sanitario, es capaz de aprovechar un contrato de emergencia para que se lucre su familia. Cada cual que elija la historia que quiera. Sin descartar una tercera hipótesis, la más inquietante: que las dos cosas fueran ciertas y que cada una de las partes estuviese contando solo la versión que le resulta más conveniente. Y todo esto en el momento en que el PP se enfrenta a otra situación desconocida, el dilema existencial de qué hacer ante una extrema derecha que no ha cesado de comerle terreno y a la que acaba de obsequiar con un festín para que siga devorando.

No se acaban ahí las conclusiones deprimentes para el PP, un partido que pierde incluso cuando gana elecciones. Ya resultaba fácil adivinar el domingo que la cacareada victoria de Mañueco contenía todos los ingredientes de una derrota. Lo inimaginable era que en la feliz imagen del balcón de la calle Génova, aquella noche del 4 de mayo de 2021, con la multitud entonando cánticos por la libertad en honor de la gloria electoral de Díaz Ayuso, se escondiese el preludio de una desgracia.

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