El precio de una abuela


Mi abuela materna fue enfermera en su juventud y siguió siendo, hasta su vejez, una cuidadora profesional. Aunque vivíamos al otro lado de la ciudad, me cuidó durante incontables enfermedades, fines de semana y vacaciones. Me cuidó, hasta que hubo que cuidarla a ella. Un día amaneció segura de que estaba en Acapulco y de ahí en adelante padeció una demencia senil que no le permitía hacer nada sola. Mi madre y sus hermanos se turnaban para acompañarla y contrataban enfermeras y aquello era un desastre más o menos funcional. Cuando murió mi abuela, mi madre juró que no iba a volver a tener mascotas, porque ya había cuidado a suficientes seres vivos en su vida. Pero nació mi hijo y cambió de parecer: decidió involucrarse en su cuidado y su crianza. Mi pareja y yo nos dividimos esas labores, pero el apoyo de mi madre ha sido fundamental. Las varias horas a la semana en que arma con mi hijo museos miniatura, fabrican monstruos de papel y se inventan recetas de cocina nos han dado tiempo para trabajar y tener pequeños momentos de soledad.

Hace unos años, mi madre se enfermó de cáncer. Pasó por esos brutales bombardeos de quimioterapias y empezó después a tomar una medicina para que el cáncer no vuelva. La medicina, llamada Lynparza, cuesta en México 150.000 pesos mensuales, 37.878 más de lo que gana el presidente. La tiene que tomar por el resto de su vida. El sistema de salud mexicano incluye la medicina en su cuadro básico; sin embargo, se encuentra (como tantas otras) en desabasto. “No es que esté en desabasto”, le dijo a mi madre su doctora, “tiene una clave y un registro, pero no existe un procedimiento para solicitarla. Así que está y no está”. A la luz de este enigma metafísico, mi madre tuvo que buscar una alternativa. Tiene la fortuna de estar casada con un alemán (un abuelo maravilloso), así que se irán a vivir allá, donde el Estado le cobra 10 euros mensuales por la Lynparza.

Hace unos días me encontré en redes sociales con un artículo de Miguel Talamas, para Northwestern University, que prueba que cuando una abuela muere en México el salario de la madre se reduce en promedio un 27%. El salario del padre no se ve afectado, y si muere un abuelo, el salario de la madre queda intacto. Hasta ese grado está normalizado que las mujeres son quienes deben encargarse de los cuidados. En México las abuelas son las cuidadoras principales. Se ocupan de casi el 40% de los niños de hasta 6 años, aquellos que no van a escuelas o guarderías. Las madres reciben pocos meses de permiso de maternidad y casi nunca tienen horarios compatibles con la crianza. De acuerdo con la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo de 2018, 8 de cada 10 trabajadoras no dispone de acceso a guarderías. El estudio de Talamas muestra que cuando una mujer cuenta con la ayuda de una abuela es un 11% más probable que pueda trabajar. Una abuela le permite ahorrar, porque muchas veces ganaría en el trabajo lo mismo que cuesta una guardería. Cuando la madre tiene acceso a guarderías gratuitas o subsidiadas, la muerte de una abuela tiene un impacto económico menor, aunque de todas formas lo tiene.

En 2019, el Gobierno de México desapareció el programa de estancias infantiles (guarderías subsidiadas) y a cambio ofreció pagarles a las abuelas que cuidan de sus nietos. El dinero llega a través de las madres: 900 pesos mensuales. El cuidado de las abuelas es trabajo no remunerado y remunerarlo adecuadamente es, como diría Silvia Federici, una forma de hacerlo visible, reconocido y valorado. Pero esto no puede hacerse a costa de los servicios de cuidado fuera de la casa, que son la opción de los millones de madres que no cuentan con una abuela.

Varias organizaciones civiles llevan tiempo luchando para que en México se cree un Sistema Nacional de Cuidados similar a los que existen en Uruguay o Dinamarca. Un sistema nacional de cuidados incluiría proyectos de educación para la primera infancia que sean verdaderos espacios para el desarrollo infantil. Significaría apoyos para las personas cuidadoras de niños, personas de la tercera edad y personas enfermas, centros de día y relevos para que estas personas cuidadoras puedan tener un tiempo personal mínimo, entre otras cosas. Actualmente, está sobre la mesa de análisis del Senado una propuesta de reforma al artículo 4º constitucional, que incluye la creación de un Sistema Nacional de Cuidados.

Urge también acabar con el desabasto de medicinas, pasar las leyes necesarias para que madres y padres tengan permisos de maternidad y paternidad de por lo menos un año, y para que haya jornadas de trabajo reducidas, entre muchos otros cambios que mejorarían la calidad de vida de millones de personas.

Llevo días pensando qué voy a hacer cuando mi hijo extrañe a su abuela, cómo podemos trasladar el museo miniatura a mi casa y si seré capaz de contarle cada día ese cuento infinito sobre el monstruo Bunkaga.

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