El camino que media entre el asesino colonialista y el icono transgénero resulta resbaladizo. Como lo fue Catalina de Erauso, el personaje al que la historia llamó la monja alférez. Todo en él es dilema. Se sabe que nació en San Sebastián, pero no existe acuerdo sobre el año: pudo ser en 1588 o 1592. Tuvo varios nombres a lo largo de su vida –como Pedro de Orive, Francisco de Loyola, Alonso Díaz o Antonio de Erauso, con el que se habría asentado definitivamente en México-, y se construyó otras tantas identidades desde que, portando ropas masculinas, abandonara el convento en el que su familia la había ingresado para ser novicia. A veces se presentó como mujer y casi siempre como hombre, ya que llegó a tener permiso del Papa, además de una pensión concedida por el rey Felipe IV por su desempeño militar en las colonias ultramarinas. Y el principal texto que recoge su vida es una autobiografía que muchos investigadores consideran apócrifa o cuando menos plagada de añadidos posteriores.
Pero si Erauso se nos escurre entre los dedos es ante todo por su resistencia a ser abrazado como un referente. Por ejemplo, liquidó a varias personas, no solo debido a su facilidad para incurrir en duelos y trifulcas, sino también por su participación activa en el exterminio de los indígenas americanos al servicio de la corona española. “Cuando eres gay, lesbiana o trans, es un personaje que te resuena especialmente, porque era un drag king casi en pleno Renacimiento”, define el filósofo trans Paul B. Preciado. “Pero no nos sirve como antecedente luminoso porque está lleno de claroscuros. Es como un ancestro fascistoide y colonizador, lo que no impide ver en él aspectos de disidencia de género”.
Preciado comisaría la exposición Una voz para Erauso. Epílogo para un tiempo trans, del colectivo artístico Cabello/Carceller, que hasta el 25 de septiembre puede verse en el Azkuna Zentroa de Bilbao. La pieza central es una obra de vídeo en la que tres personajes contemporáneos interpelan a Erauso, planteando sus preguntas sobre raza, género, clase o religión a un retrato que hacia 1625 pintó de él Juan van der Hamen (aunque durante mucho tiempo estuvo atribuido a otro pintor barroco, Francisco Pacheco), que hoy forma parte de la colección de la Kutxa y que también figura en la muestra, junto a una copia realizada en 1900. Comisario y artistas consideran que se trata posiblemente del primer retrato de una persona trans. “Siempre se había difundido que el más antiguo era el Chevalier d’Eon [obra del francés Jean-Laurent Mosnier de 1791 y después copiado por Thomas Stewart] pero, aunque no podemos afirmar fehacientemente que es este, tampoco hemos encontrado otro anterior”, explican Helena Cabello y Ana Carceller. “Su destino no era sumarse a una galería de monstruos, como muchas veces se ha dicho, sino que se trataba del retrato de un hombre ilustre, con nombre y apellidos, y que adopta una pose masculina. También se ha hablado de su supuesta fealdad, pero eso es precisamente porque Van der Hamen decidió enfatizar no a Catalina, sino al soldado que quería ser, con sus cicatrices y su aspecto guerrero”.
“Este no es un cuerpo exotizado, como ocurre en las fotos contemporáneas de moda, sino un cuerpo disidente, y los cuerpos disidentes siempre se han considerado feos, incluso monstruosos”, completa Paul B. Preciado, cuya obra ha tratado, entre otras cuestiones, sobre el potencial del retrato como técnica de control y clasificación de los cuerpos. Ni él ni Cabello/Carceller pretenden explicar la figura histórica desde el marco conceptual del presente. El ejercicio que plantea la exposición es más sofisticado: “Erauso proviene del siglo XVI, cuando las nociones de transexualidad o transgénero no existían”, aclara Preciado. “Sí existía el travestismo, que estaba considerado contra natura y un crimen hereje. Eso nos hace pensar cómo históricamente ha cambiado la concepción sexual o de género, que de ser una categoría eclesial pasó a médico-jurídica, y ahora luchamos para que pase a ser una forma de vida, y punto. Cada cual puede imaginar cómo pudo ser caracterizado en tiempos de Erauso: yo mismo, por ejemplo, habría sido cocinado en la parrilla por la Inquisición”.
El vídeo se convierte en un musical cuando Erauso toma la palabra (se ha contado con la colaboración de la compositora Maite Arroitajauregi, Mursego, que ganó el Goya de 2020 a la mejor música original por la película Akelarre) para responder a quienes desde el presente le exigen explicaciones. Y su defensa se articula a partir de las circunstancias del momento ya que, como también subrayan Cabello/Carceller, no tiene sentido proyectar las identidades del siglo XXI al XVII. “Erauso es abiertamente monárquico y partidario del imperio, orgulloso de haber matado, pero también es un superviviente”, apuntan. “Así que les contesta en la onda de ‘sí, he matado, ¿y qué? Ya me hubiera gustado verte a ti en mi época’. Es una persona muy católica, porque la religión le permite ocupar un determinado estatus, pero su religión dice ‘no matarás’, y él ignora ese mandamiento”.
La exposición construye su contexto histórico mediante documentos de la época que el dúo artístico consultó en su investigación, pero el marco conceptual se remarca gracias a obras anteriores de Cabello/Carceller, entre ellas Autorretrato como fuente (2001), la galería de retratos Archivo: Drag Modelos (2007-en proceso) o los vídeos Movimientos para una manifestación en solitario (2021) y Lost in Transition_un poema performativo (2016). Su práctica artística lleva indagando en cuestiones de género bajo una perspectiva queer desde sus primeros trabajos de los años noventa hasta Después de Chantal Akerman, que inauguraron en febrero en Elba Benítez, su galería madrileña. Para Paul B. Preciado, constituyen un referente imprescindible: “Siempre me pareció que la suya era una obra absolutamente necesaria. En los noventa ya trabajaban con unas variables que estaban en diálogo con Zoe Leonard u otras artistas del contexto americano. ¡Y aquí se traía a Zoe Leonard pero no se exponía a Cabello/Carceller! Pues no todo es Leonard o las fotos de John Waters. Aparte de Almodóvar, aquí también ha habido una proliferación de imágenes disidentes”.
También destaca el diseño expositivo, en el que ha participado Studio Animal, plataforma fundada por el arquitecto Javier Jiménez Iniesta, que ha concebido un espacio oscuro y laberíntico que, según Preciado, remite a la penumbra en que está sumido el pasado: “Solemos decir que del futuro nada se sabe, pero tampoco se sabe nada del pasado, porque las historias menores y disidentes se han borrado. Así que la exposición es un laberinto opaco en el que entras para ir descubriendo sus distintos elementos”. Al final de ese recorrido aguarda una sorpresa: la carta dirigida al ayuntamiento de San Sebastián en la que Cabello/Carceller y Preciado solicitan que se modifique el nombre de la vía dedicada al personaje central de la exposición, de manera que pase de llamarse calle Catalina de Erauso a Catalina/Antonio de Erauso. Se atendería así a la frase final que Erauso canta en el vídeo, en euskera: “Antonio naiz!” (“¡Soy Antonio!”).
Por otra parte, Fernando Pérez, director del Azkuza Zentroa, destaca la importancia que en su programación tienen los proyectos sobre género, cuerpo o identidad: “También desde el punto de vista del arte, explorando las posibilidades de las nuevas prácticas artísticas a la hora de reimaginar el mundo en el que vivimos”.
Escribía Virginie Despentes en el prólogo de Un apartamento en Urano (2019), la reciente recopilación de textos de Paul B. Preciado, que su autor escribía para un tiempo que aún no ha sucedido y para los niños que aún no han nacido. Algo de eso ocurre en esta exposición donde el presente dialoga con el pasado y se entrecruzan los discursos propios de cada momento histórico. Así lo cree también Preciado: “Pensar que la identidad sexual es algo íntimo y personal es una tendencia muy moderna. En realidad, el género es lo más público y político que hay. Está atravesado de un conjunto de categorías históricas que se piensan inamovibles, pero te das cuenta de que en todo momento histórico hay grietas, y si no las ves es porque tu propia posición normativa te lo impide. Solo necesitas un cambio en tu mirada. Con cuatro años me preguntaban qué quería ser de mayor, y yo respondía que un chico, y mi abuela me decía que eso no se puede. ¡Pues sí se puede! Fue posible, solo que no supimos verlo”.
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