Hubo un momento en el segundo tiempo en el Allianz Arena en el que Christophe Galtier se giró hacia el banquillo en busca de soluciones para intentar dar con el milagro y remontar la eliminatoria ante el Bayern. Fue imposible encontrar alguien mejor de los que estaban sobre la cancha, a pesar de que el rendimiento de los titulares fuera escaso. Bitshiabu, Zaïre-Emery, Ekitike y Juan Bernat entraron en el PSG. Sané, Mané, Gnabry y Cancelo en el Bayern.
Una diferencia de calidad sustancial que apunta a una mala planificación por parte del club parisino, mal estructurado desde la base. Luis Campos no ha estado a la altura de las expectativas, ni ahora en invierno ni tampoco en verano. El PSG, entregado como siempre a sus estrellas, ha vuelto a olvidar ser un equipo. Cuando las cosas se tuercen, no hay nadie a excepción de Mbappé que pueda poner un punto de sutura a la situación.
Se gastaron 12 millones de euros por Mukiele, 15 por Renato Sanches, 18 por Carlos Soler o 40 por Ekitike, por poner algunos ejemplos. Ninguno ha dado el paso al frente necesario para reivindicarse o para probar que pueden quitarle el puesto a los habituales. La plantilla, acomodada, no pudo ni competir en Europa frente a un Bayern más equilibrado y trabajado, no solo en el campo sino sobre todo desde la confección inicial.
Ser rico no equivale a ser exitoso. El dinero del PSG no ha comprado aún la Champions, una competición que ha ratificado lo empobrecida que está la institución francesa desde la perspectiva deportiva. Con la amenaza de que Qatar adquiera el United a medio plazo, hay quien empieza a pensar que el PSG dejará de tener el mismo respaldo económico de siempre. En cualquier caso, el proyecto necesita otra gestión. El dinero no le ha dado la felicidad.