El PSG, un paraíso sacudido por un terremoto


El presidente del Paris Saint-Germain, Nasser Al-Khelaifi, pasó la mañana del 9 de marzo despachando en su habitación del hotel Eurostars Madrid Tower de Madrid, después de cenar la noche anterior en el restaurante Ten Con Ten, y antes de salir a comer en Zalacaín con Florentino Pérez, su homólogo en el Real Madrid, y su antagonista en el paisaje global del fútbol. El día lo terminó en el Santiago Bernabéu, con una explosión de furia a la puerta del vestuario del árbitro, entre gritos, golpes y amenazas al empleado del Madrid que grababa la escena con su teléfono móvil.

El club acababa de quedar eliminado de la Champions, su gran obsesión institucional, y también la promesa al calor de la que se sumaron el último verano Leo Messi y Sergio Ramos, y la meta que impulsa de manera estacional a Neymar. El brasileño también terminó el día tremendamente frustrado, con una fuerte discusión en el vestuario con Donnarumma, a quien Benzema birló la pelota que supuso el 1-1 y el principio de la remontada del Madrid (3-1). La onda expansiva del batacazo no quedó ahí. Semana y media después, el Mónaco les endosó un 3-0 que el entrenador del PSG, Mauricio Pochettino, juzgó como “una vergüenza”. Y añadió: “El partido de hoy es inadmisible”.

El capitán, Marquinhos, coincidió en la valoración —”fue catastrófico. Es nuestro peor partido del año”—, pero las palabras del técnico no sentaron nada bien entre los jugadores, que sintieron que el argentino los estaba echando a los leones, según fuentes con acceso al vestuario.

El golpe de la eliminación en el Bernabéu, en una de las noches de remontada europea madridista que escapan a la lógica, dejó aturdidos a varios estamentos del club parisino, y en particular a los futbolistas, a quienes, según las mismas fuentes, después del partido les rondaba la cabeza esta pregunta: “¿Qué nos ha pasado?”.

Por la mañana de ese 9 de marzo, mientras descansaban en las habitaciones del Eurostars, o recibían visitas en las zonas comunes, flotaban instalados en la tranquilidad y la bonanza. El club está construyendo una nueva ciudad deportiva, acaba de abrir una enorme tienda en los Campos Elíseos y prepara otra en Nueva York. La acumulación de estrellas, que ha disparado su bolsa de seguidores en las cuentas de redes sociales en todo el mundo, ha provocado que no dispongan de suficientes camisetas para satisfacer la demanda. Nike planea su producción con dos años de adelanto, y hace dos años ni Messi estaba en París ni nadie lo imaginaba fuera del Barça. Para saciar el apetito comprador, han tenido que fabricar prendas con tejido de menor calidad que venden por la mitad de precio.

La construcción de la marca avanza viento en popa, tan fulgurante como la ascensión de Al-Khelaifi en la escala de poder del fútbol: es miembro del comité ejecutivo de la UEFA y presidente de la Asociación Europea de Clubes (ECA). Pero las estrellas que han impulsado ese crecimiento vuelven a dudar de poder alcanzar la Orejona en París, que es lo que los juntó allí.

Kylian Mbappé parece destinado a lucir de blanco en el remodelado Santiago Bernabéu donde cayó eliminado hace un par de semanas. Al-Khelaifi se ha puesto personalmente al frente de las conversaciones para intentar extender su contrato al menos un año, según fuentes conocedoras de las negociaciones, pero es difícil encontrar optimismo entre los ejecutivos del PSG.

Messi sigue perplejo por lo sucedido en Madrid y no termina de asimilar encontrarse a estas alturas de la temporada con que su principal objetivo es la liga francesa, cuando se mudó a París persuadido de que allí podría levantar una nueva Champions al lado de Neymar, después de verse expulsado del Barcelona.

El brasileño también flaquea. A Neymar lo movilizan los retos. Si en 2020 trabajó como casi nunca físicamente para meter al PSG en su primera final de Champions, también lo hizo antes del duelo frente al Madrid. Pero sin desafíos, se apaga. Entonces aparece su otra versión, la que en el Barça describen “como la de Ronaldinho”. Neymar se desconectó tras el hundimiento en el Bernabéu. La semana pasada, por ejemplo, no encontró mejor analgésico que viajar a Barcelona. El consuelo estaba en las partidas de póker junto a dos excompañeros del Barça, en una sala privada del casino de la Villa Olímpica, y en la noche de la capital catalana.

También en su hijo, David Lucca, nacido en 2011, cuando el delantero tenía 19 años. Entonces no compartió mucho con él, pero en 2020, en lo peor de la pandemia, se confinó con él en Río de Janeiro. “Fue muy especial. Pasamos mucho tiempo juntos. Es algo que quiero hacer más”, confesó a sus amigos. Decidido a fortalecer esa relación, Neymar compró una casa en Barcelona para la madre de su hijo, Carolina Dantas. Una doble ventaja: tener a su hijo cerca de París y una excusa para viajar allí con frecuencia.

Pochettino también empieza a otear otros destinos. Cuando se hizo cargo del PSG, Tuchel, su antecesor recién despedido, pronosticó a un amigo: “No dura un mes”. Él se iba atónito con los encargos del director deportivo, Leonardo. “Llama a la madre de este jugador, que está triste”, le pedía. La extrañeza del alemán es similar a la del argentino con la construcción del equipo, según fuentes cercanas al preparador: “Pidió un lateral izquierdo y trajeron a un jugador cedido. Y después fichan a Wijnaldum cuando ya tenían ocho jugadores en el centro del campo. Hacen cosas muy extrañas. No hay proyecto, no hay nada. Es un club artificial”, dicen.

La manera de trabajar de Pochettino choca con un proyecto como el parisino. “Los jugadores hacen lo que quieren y él no puede hacer nada. Y no es precisamente un técnico con mano izquierda para gestionar esas cosas. Le gusta intervenir”, dicen las mismas fuentes.

La noche del Bernabéu disparó todos los terremotos en el paraíso parisino del PSG.

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