El temor era constante.
A medida que se profundizaba la investigación de Rusia y amenazaba como empañar su presidencia, Donald Trump se mostraba cada vez más alarmado.
Pero la imagen que pinta el fiscal especial Robert Mueller en su informe no es la de un presidente que pensaba que él o alguien de su campaña se hubiese confabulado con los rusos para interferir en las elecciones del 2016.
El Trump del informe de Mueller es más bien un personaje abrumado por la idea de que el electorado pueda cuestionar la legitimidad de su presidencia. Que lo vea como un tramposo y un impostor.
Trump cree que su victoria sobre Hillary Clinton fue histórica y abrumadora, a pesar de que sacó millones de votos menos que su rival.
Y si la gente piensa que ganó con la ayuda de Rusia, ese glorioso triunfo podría verse empañado.
Un mes después de las elecciones, el 10 de diciembre del 2016, circularon informes de que los servicios de inteligencia había llegado a la conclusión de que los rusos habían interferido en los comicios y habían tratado de beneficiar a Trump.
Al día siguiente, Trump se presentó en Fox News y dijo que esa conclusión era “ridícula”, “otra excusa” de los demócratas para justificar su derrota. Sostuvo que los servicios de inteligencia “no tienen idea de si fue Rusia, China o algún otro”.
Poco después empezó a acusar a los demócratas y a otros rivales políticos de inventar esa historia porque “sufrieron una de las derrotas más grandes en la historia de la política”.
Pero la idea de que Rusia había interferido con las elecciones para sembrar discordia y ayudar a Trump fue su “talón de Aquiles”, según dijo una de sus principales colaboradoras de la primera época, Hope Hicks, a los investigadores.
En los meses siguientes Trump cuestionó permanentemente las investigaciones de presuntos vínculos entre su campaña, su equipo de transición y los rusos.
Michael Flynn, quien fue parte del equipo de transición y luego sería nombrado asesor de seguridad nacional, habló con Sergey Kislyak, embajador ruso ante Estados Unidos.
Flynn le pidió a los rusos que no tomasen represalias por las sanciones anunciadas por el gobierno de Barack Obama y el embajador le confirmaría más adelante que no lo haría.
Trump estuvo muy pendiente de los informes negativos sobre Trump que circularon en ese período y le irritó mucho la versión de que Flynn había hablado de las sanciones con Kislyak.
Hacia mediados de febrero, Flynn fue obligado a renunciar.
Al día siguiente, Trump almorzó con su amigo Chris Christie, ex gobernador de Nueva Jersey, y le dijo que creía que la investigación de Rusia cesaría porque Flynn había renunciado.
“Flynn se reunió con los rusos. Ese era el problema. Despedí a Flynn. Esto se acabó”, le dijo Trump.
El mandatario, no obstante, estaba muy equivocado.
El temor, y la ira, de Trump continuaron por meses a medida que iban cayendo algunos de sus colaboradores más allegados. Una y otra vez les decía a sus asesores que estaba convencido de que todo el tema de la interferencia rusa en las elecciones era un invento que tenía por fin restar mérito a su victoria. Decía que era un ataque personal.
El 9 de mayo del 2017 Trump despidió al director del FBI James Comey. Posteriormente admitió en una entrevista que uno de los factores que incidieron en esa decisión fue “este asunto de Rusia”.
Días después, Trump se reunió en su despacho con el secretario de justicia Jeff Sessions, el abogado de la Casa Blanca Don McGahn y el jefe de despacho de Sessions, Jody Hunt, para entrevistar a candidatos a suceder a Comey.
Sessions se ausentó un momento para recibir una llamada del subsecretario de justicia Rod Rosenstein. Al regresar, la informó a Trump que Rosenstein acababa de designar un fiscal especial para que investigase una posible coordinación entre la campaña de Trump y Rusia.
Trump pensó que eso podría representar el fin de su incipiente presidencia. Y estaba furioso porque sus colaboradores no lo habían protegido mejor.
El mandatario se recostó en su silla.
“Mi Dios. Esto es terrible. Es el fin de mi presidencia. Estoy jo…. Es lo peor que me pudo haber pasado”, expresó.
La investigación de Rusia se prolongó meses y meses y mucha gente del entorno de Trump parecía en la mira de los investigadores. A Trump le preocupaba la cobertura periodística. Pensaba que se estaba cuestionando la legitimidad de las elecciones.
En actos y en Twitter, Trump se quejó de que se trataba de una “caza de brujas”.
Al final de cuentas, la versión editada del informe de Mueller deja en claro que la campaña de Trump no se confabuló con los rusos para influir en las elecciones.
Trump dijo que el informe decía que no había habido colusión. Pero ignoró el hecho de que el informe dijo que la interferencia rusa fue real y buscaba ayudar a Trump.
¿Los esfuerzos de Rusia hicieron posible la victoria de Trump? Mueller no quiso opinar al respecto, ni tampoco se pronunció acerca de una posible obstrucción de la justicia por parte de Trump.
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