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El retraso de las catalanas pospone la tregua política y los acuerdos

Pedro Sánchez saluda a Fernando Grande-Marlaska a su llegada al Centro de Coordinación de Emergencias, el miércoles en Madrid.Pool Moncloa/Fernando Calvo / Europa Press

No solo Cataluña, toda la política española estaba pendiente de las elecciones en esta comunidad, que debían abrir paso a un largo periodo de casi dos años sin comicios relevantes. Desde la renovación del Poder Judicial hasta la tensión interna del Gobierno, pasando por el decisivo encauzamiento de la crisis independentista catalana o la batalla feroz entre el PP y Vox por el espacio de la derecha, todo se iba a resolver el 14 de febrero. El retraso de las catalanas hasta mayo, coinciden diversas fuentes políticas, aplaza esa gran tregua que se esperaba tras los comicios y los posibles acuerdos entre PSOE y PP.

Desde que se doblegó la primera ola en verano el Gobierno se había marcado los dos grandes hitos que determinarían la estabilidad y duración de la legislatura: los Presupuestos y las elecciones catalanas. La aprobación de las cuentas públicas se produjo una semana antes de lo esperado, el 22 de diciembre en el Senado. Pero una vez más Cataluña ha volado por los aires los cálculos del Ejecutivo.

El primero, que tras las catalanas España entraría en un periodo sin elecciones de casi dos años —las andaluzas, si no se adelantan, serán en diciembre de 2022— inédito desde 2015 tras cuatro generales, unas europeas, unas autonómicas, unas municipales y dos mociones de censura. Un periodo de tregua en las urnas que el Gobierno pretendía aprovechar para tratar de encauzar la gran crisis territorial que, hasta la pandemia, ha condicionado toda la política nacional.

Y también para buscar acuerdos con el PP, que después de las catalanas tendría un periodo más tranquilo sobre todo si lograr superar cómodamente a Vox en esta comunidad, un asunto central para Pablo Casado. Y además era un momento ideal para reforzar la mayoría, con un acuerdo más estable con ERC, que se suponía ya estaría más cómoda en la Generalitat si lograba hacerse finalmente con la primacía del independentismo que nunca ha conseguido en las urnas.

Uno de los objetivos centrales del Gobierno para esta legislatura es reconducir el procés, aplacar la crisis independentista y buscar una nueva vía de entendimiento. La mesa de diálogo que se pactó con ERC, y que solo se ha reunido una vez, debía retomarse después del 14 de febrero, y vuelve a posponerse sin fecha. Incluso los indultos a los presos del procés estaban previstos para después de las catalanas, y ahora es posible que el Ejecutivo tenga que tomar la decisión antes de los comicios, algo muy complejo de gestionar políticamente.

Por último, las catalanas eran el hito esperado para rebajar la tensión interna entre el PSOE y Unidas Podemos. Los socialistas atribuyen parte de las posiciones del grupo de Pablo Iglesias en las últimas semanas a su necesidad de diferenciarse para evitar un mal resultado en Cataluña, uno de los baluartes del movimiento surgido del 15-M que ha derivado en varias fórmulas en cada comunidad y que está en retroceso en varias de ellas. Se suponía que tras las catalanas las cosas estarían más tranquilas, aunque en Unidas Podemos insisten en que ellos seguirán reivindicando posiciones de fondo en cuestiones sensibles para el mundo progresista y que afectan a millones de personas como la reforma de las pensiones, la laboral, el salario mínimo o las tarifas de la luz, por poner ejemplos de gran calado.

El retraso de las catalanas deja todo abierto otros tres meses y medio y elimina un escenario de calma de varios meses que el PP podía aprovechar para pactar al fin la renovación del Poder Judicial, que lleva más de dos años con el mandato caducado. Casado tiene una nueva fecha para posponer el acuerdo.

El Gobierno redoblará la presión. De hecho las conversaciones entre el Ejecutivo y el PP se mantienen. Y ya se está hablando de una posible renovación del consejo de RTVE, cuyo mecanismo está en marcha en el Congreso. Podría ser un primer acuerdo que abriera paso a los demás. Hay varios intentos en marcha para pactar también el nuevo defensor del Pueblo —el socialista Ángel Gabilondo es uno de los candidatos más fuertes, algo que abriría una renovación del liderazgo en la oposición en Madrid que muchos esperan en el PSOE— y renovar el Tribunal Constitucional, pero el retraso de las catalanas puede de nuevo complicarlo todo.

Hasta un asunto tan alejado de Cataluña como la alternativa al Gobierno de Isabel Díaz Ayuso esta así de rebote vinculado a los comicios para elegir quién dirige la Generalitat. Son las últimas grandes elecciones de un ciclo que este retraso vuelve a hacer interminable.

Todo estaba pues pendiente de las catalanas, pero en La Moncloa se impone el pragmatismo y se adaptan rápidamente al cambio de escenario. Los estrategas de Sánchez, con Iván Redondo a la cabeza, habían diseñado un golpe de efecto con la candidatura por sorpresa de Salvador Illa, el ministro de Sanidad, como cabeza de lista del PSC. Ahora esos planes se han trastocado. Illa ha decidido seguir de ministro hasta el final, hasta que empiece la campaña.

Algunos creen que con el retraso, los independentistas, aliados en esto con el PP y Ciudadanos, han roto la estrategia de Sánchez y Redondo. Son muchos meses de Illa con la doble cabeza, la de ministro y candidato, y eso puede desgastarse, analizan diversos políticos consultados. Pero en La Moncloa creen que es al revés, que a ERC “le han temblado las piernas” por unas encuestas que daban un triple empate entre ellos, Junts per Catalunya y el PSC, y ahora le han dado a Illa mucho tiempo para consolidarse como el gran rival a batir.

La decisión del ministro, pese a las críticas duras que recibió, de quedarse en el puesto después de anunciar su candidatura, abre otro escenario. Si, como espera el Gobierno, la vacunación toma velocidad de crucero y para mayo la pandemia está en una nueva fase mucho más suave, podría beneficiarle. El tiempo dirá si tienen razón quienes creen que este retraso pincha el globo Illa o sus defensores que consideran que el tiempo solo hará crecer el fenómeno.

En el Gobierno se percibe un fuerte malestar con la decisión de ERC de aplazar los comicios y sobre todo con la forma, porque no le ven amparo legal. En el Ejecutivo están convencidos de que la pandemia y el agravamiento de los datos no es el motivo real de la decisión, que se toma según su visión solo por cuestiones políticas relacionadas con la candidatura de Illa. Pero en la entrevista en EL PAÍS el ministro de Sanidad y candidato del PSC ha dejado bastante claro que no piensa hacer batalla de este asunto y en La Moncloa se trabaja ya con el escenario de que las elecciones serán el 30 de mayo.

Lo que sí está claro es que la crisis de Gobierno prevista para finales de enero también se dejará para mayo. Sánchez tiene la última y casi la única palabra, pero la idea era que los cambios fuesen puntuales. En vez de una remodelación profunda, se pretendía que fuese quirúrgica: la ministra de Política Territorial, Carolina Darias, le haría el relevo a Illa en Sanidad. Y el primer secretario y excandidato del PSC, Miquel Iceta, sería la novedad en el Consejo de Ministros, como nuevo responsable de Política Territorial. Pero también eso tendrá que esperar. El retraso de las catalanas ha dejado en suspenso muchas decisiones clave en la política española.

La coalición consolida su inestable estabilidad

En la superficie, la sensación es que el PSOE y Unidas Podemos mantienen una fuerte tensión interna que tiene constantes hitos, como el ataque de la semana pasada de Ione Belarra, persona de máxima confianza de Pablo Iglesias, contra Margarita Robles, la ministra de Defensa, a la que acusó de alinearse “con la derecha y los ultras” por rechazar una investigación en el Congreso sobre el uso de fondos opacos por parte del rey emérito. Sin embargo, cuando se analiza más a fondo con algunos de los protagonistas de esa negociación permanente que es una coalición, el ambiente en los últimos días entre el PSOE y Unidas Podemos parece mucho más calmado. De hecho se están fraguando varios pactos internos sobre asuntos relevantes, aunque siguen las discrepancias en otros. “Hay que acostumbrarse a que mientras Italia rompe su Gobierno, España se está convirtiendo en una de las coaliciones más estables de Europa. Pero eso no quiere decir que no haya discusiones. La tensión sobre los temas de fondo seguirá pero ya todos saben que la coalición aguantará porque nadie quiere romperla”, resume un miembro del Ejecutivo.

Es una especie de estabilidad inestable, en la que constantemente se ven las diferentes posiciones de los dos partidos en asuntos delicados, en especial los económicos y el de la monarquía. Pero los protagonistas de las disputas y sus líderes, Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, tienen muy claro que no les interesa romper la coalición.

Al líder del PSOE porque sabe que gobernar en solitario con Unidas Podemos en contra podría ser un infierno que les desgastaría y quiere una legislatura larga para aprovechar la recuperación económica y la salida de la pandemia y sobre todo la gestión política del descomunal fondo de recuperación europeo.

Para el líder de Unidas Podemos, una ruptura tendría aún menos alicientes. Iglesias ha traslado a su equipo que aunque la actual situación pueda ser compleja para Unidas Podemos, porque vienen tiempos en los que tal vez tendrá que asumir decisiones difíciles en el Gobierno, serían muchísimo peores si estuvieran fuera del Ejecutivo dando apoyo externo, como le pedía el PSOE en 2019. Iglesias y su núcleo de confianza están convencidos de que estar en Ejecutivo es su mejor baza, y no se plantean salir. Y Sánchez tampoco parece querer sacarlos, aunque sí tratar de minimizar su peso en política económica. Esa tensión genera esa inestable estabilidad que soporta un Gobierno que intentará acabar la legislatura.


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