El riesgo de la división

Una mujer recibe una vacuna contra la Covid-19 en Illunbe (País Vasco).
Una mujer recibe una vacuna contra la Covid-19 en Illunbe (País Vasco).Juan Herrero / EFE

La unión conlleva fortaleza si aporta eficacia, y esta es la razón de ser del club europeo, que ha demostrado con creces a lo largo de su andadura —pese a los indudables tropiezos— las ventajas de afrontar juntos las políticas comerciales, de derechos, libertades y las grandes crisis. Así ha sido ante la pandemia, una etapa en la que los Veintisiete han logrado pactar una loable respuesta en forma de fondos de recuperación financiados con endeudamiento común y, en el territorio de la vacunación, una estrategia unitaria de compras masivas de dosis. Estos aciertos, sin embargo, no excluyen que a lo largo de la gestión haya habido errores o aspectos razonablemente criticables. Todo el proceso va más lento que en otras democracias avanzadas y la reacción ante el incumplimiento de lo acordado por parte de la industria no ha sido satisfactoria.

Por ello es comprensible que, si se cuestiona esa citada eficacia, comience a agrietarse esa unidad. El primer país en desmarcarse fue Hungría, que está apostando por compras de vacunas rusas y chinas (a pesar de que solo ha inyectado el 44,6% de las dosis recibidas por la cadena de distribución europea). Ayer se sumaron Austria y Dinamarca, cuyos jefes de Gobierno viajarán esta semana a Israel para intentar llegar a acuerdos de investigación y producción que fortalezcan sus suministros. Eslovaquia, con una elevada mortalidad por covid en estos días, también mira hacia la vacuna rusa. Y Polonia estudia un suministro chino. Por otro lado, varios países son abiertamente contrarios a la idea de un pasaporte vacunal común que muchos otros reclaman.

La vacunación avanza en Europa más lentamente que en Israel, EE UU y Reino Unido, que apostaron por una autorización más rápida y trabajaron por asegurar la producción y no solo contratar las dosis. Ayer mismo se anunció el acuerdo de la farmacéutica Merck para producir la esperada vacuna de Johnson and Johnson, en lo que supone una histórica alianza entre dos gigantes competidores en el sector y que ha contado con la eficaz mediación del presidente Joe Biden. La UE avanza también estas semanas para agilizar y ampliar la producción y se han acordado una decena de alianzas de este tipo. Europa tiene una gran capacidad de producción de vacunas (20 de las 60 plantas que trabajan en ello están en Europa), pero hay que trabajar a fondo para acelerar.

La búsqueda individual de soluciones por parte de los países puede ser comprensible en un mercado tensionado y ante la creciente fatiga. Estas son bienvenidas mientras sean estrategias complementarias a la europea. Pero sería un drama que se abandonara la senda de una gestión común. Salir de esta crisis será más fácil juntos; y la tentación de salir separados es la semilla de otras crisis futuras, de resentimiento y división. Cuidado.


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