No es exactamente una pipa de la paz, pero en estos tiempos posiblemente sea lo más aproximado que se pueda esperar. El secretario de Estado de EE UU, Antony Blinken, ha recibido finalmente el plácet de Pekín y viajará a China este fin de semana. Es la continuación de la visita que canceló a raíz de la crisis entre los dos países generada por el paso de un globo aerostático chino por territorio estadounidense en febrero.
El anuncio de la visita, que ya se daba por descontada desde la semana pasada en Washington, es el paso más tangible que han dado ambos gobiernos hasta el momento en sus tibios intentos en las últimas semanas por reencauzar unos lazos bilaterales que acumulan años de deterioro, pero que son fundamentales para ambas potencias. El presidente estadounidense, Joe Biden, había asegurado el mes pasado que “muy pronto” se verían progresos en la relación. Blinken partirá de Washington este viernes en una gira que le llevará también a Londres para participar en un foro de apoyo a Ucrania. Allí se reunirá con las autoridades británicas.
En Pekín, Blinken se verá con altos funcionarios chinos, con los que abordará “la importancia de mantener abiertas las líneas de comunicación para gestionar de manera responsable la relación entre China y Estados Unidos”, indica el Departamento de Estado en un breve comunicado en el que anuncia el viaje. El jefe de la diplomacia estadounidense también abordará “cuestiones bilaterales, asuntos globales y regionales y la potencial cooperación en desafíos transnacionales compartidos”.
En sí, el que el viaje se lleve a cabo ya es un avance significativo. El desplazamiento de Blinken en febrero debía haber culminado un proceso de deshielo cuidadosamente coreografiado y que habían pactado Biden y el presidente chino, Xi Jinping, en su único encuentro en persona como líderes de sus respectivos países, en noviembre en la cumbre del G-20 en Bali (Indonesia). Que el secretario de Estado la pospusiera cayó como un jarro de agua fría en Pekín. El derribo del globo aerostático —al que Washington acusa de cumplir funciones de espionaje, en aguas territoriales de EE UU tras atravesar el territorio continental de este país— terminó de azuzar las llamas. Durante meses, China se resistió a reprogramar la gira, mientras el clima entre los dos gobiernos regresaba a su modo habitual de profunda desconfianza.
Ninguna de las dos partes espera progresos sustanciales durante el viaje. “Vamos a Pekín con una posición realista y competente, y un deseo sincero de gestionar nuestra competición de la manera más responsable posible”, ha señalado Daniel Kritenbrink, secretario de Estado adjunto para Asia y que la semana pasada viajó a Pekín para preparar la visita.
Blinken defenderá los “valores e intereses” estadounidenses, intentará establecer o relanzar canales de comunicación efectivos y planteará la cooperación entre los dos países en cuestiones de interés compartido, como asuntos de economía global o el cambio climático, ha señalado el alto cargo diplomático. No espera avances en los temas más espinosos de la relación entre los dos gigantes económicos, como Taiwán o la guerra en Ucrania.
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Por su parte, China ha advertido que Estados Unidos debe “dejar de interferir en sus asuntos internos” y “dejar de socavar la soberanía, seguridad y el desarrollo” del país. La declaración la ha hecho el ministro de Exteriores chino, Qin Gang, en conversación con Blinken por teléfono el martes, según la versión de Pekín.
Estados Unidos ha insistido a lo largo de estos meses en la necesidad de establecer canales de comunicación, muy especialmente en el área militar, que permitan evitar que un incidente menor pueda degenerar en una crisis de consecuencias imprevisibles. Los contactos entre las dos fuerzas armadas están cortados desde la visita a Taiwán en agosto del año pasado de la entonces presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi.
Los dos gobiernos habían dado pasos tentativos a lo largo de los últimos dos meses para reencauzar la relación. A un discurso conciliador de la secretaria del Tesoro, Janet Yellen, le siguió una reunión mantenida en secreto hasta el último momento entre los consejeros de seguridad nacional de ambos países, Jake Sullivan y Wang Yi, en mayo Viena. El ministro de Comercio chino, Wang Wentao, se trasladó a Washington para reuniones con sus homólogas estadounidenses también el mes pasado.
Pero junto a los pasos adelante también llegaban pasos atrás. Pekín no aceptó las solicitudes estadounidenses de una reunión entre los respectivos responsables de Defensa, Li Shangfu y Lloyd Austin, mientras ambos participaban en un foro de seguridad en Singapur. El intercambio entre ambos se limitó a un apretón de manos y unas breves frases de cortesía durante una cena.
Casi en paralelo, se producían dos encontronazos, uno en mar y otro en aire, de patrullas de ambos países en el estrecho de Taiwán y el mar del Sur de China, que Pekín considera parte de su territorio y donde el Pentágono lleva a cabo operaciones de libertad de navegación. Estados Unidos acusa a las fuerzas chinas de una “agresividad creciente” en esa zona y considera que, de seguir así, es solo cuestión de tiempo que “alguien se haga daño”.
El anuncio de la visita coincide con la denuncia estadounidense de la existencia de una base china de espionaje en Cuba, a cerca de 150 kilómetros de territorio de EE UU, al menos desde 2019. La Casa Blanca asegura que ha expresado su descontento a La Habana. Tanto el Gobierno de Miguel Díaz-Canel como el de Xi Jinping han negado categóricamente la existencia de esa estación.
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