Ha llegado la hora, el día decisivo para la reforma de las pensiones en Francia, el momento del todo o nada para el proyecto que pone a prueba la capacidad del presidente Emmanuel Macron para reformar el país aunque sea en contra de la voluntad de la mayoría de sus compatriotas. El Senado, controlado por los conservadores de Los Republicanos (LR), ha adoptado este jueves por la mañana (193 votos a favor, por 114 en contra), como estaba previsto, la ley que aumenta de 62 a 64 años la edad de jubilación y que acelera la exigencia de cotizar 43 años para cobrar la pensión plena. Pero el destino de la reforma, su adopción definitiva o su rechazo, depende de la Asamblea Nacional. Allí los partidarios de Macron forman el primer bloque en número de diputados, pero carecen de la mayoría absoluta y necesitan los votos de la oposición conservadora para adoptarla. A unas horas de la votación, prevista para las 15.00, no es seguro que los obtengan.
Un voto negativo sellaría el mayor fracaso de Macron desde que llegó a la presidencia en 2017 y supondría un mal augurio para el resto de su segundo mandato de cinco años tras su reelección en abril de 2022. Sería un triunfo de la oposición de izquierdas y de extrema derecha. Y de la calle, un actor fundamental en la historia de Francia que lleva años sin apuntarse ninguna victoria de calado. Las manifestaciones masivas desde que en enero el Gobierno presentó el texto legislativo y las huelgas, como la que ha inundado París de toneladas de basura, habrán logrado torcer el brazo al presidente.
En una reunión el miércoles por la noche con la primera ministra, Élisabeth Borne, y varios ministros, Macron sugirió, según los medios franceses, que, en caso de un voto en contra esta tarde, disolverá la Asamblea Nacional y convocará nuevas elecciones legislativas. Estas podrían desembocar en una nueva mayoría parlamentaria y un nuevo Gobierno. Otras informaciones apuntan a que Borne asumiría de inmediato la responsabilidad del fracaso y presentaría su dimisión.
El otro escenario es la adopción de la reforma en la Asamblea Nacional, tras el voto afirmativo del Senado esta mañana. Sería un triunfo para Macron, un premio a su audacia. Conquistó el poder hace seis años prometiendo reformar a fondo el país. Se la ha jugado por cumplir la promesa y habrá ganado la apuesta. Pero será un triunfo agridulce. El precio ha sido alto. Se habrá puesto a la mayoría del país en contra. Habrá alimentado la desconfianza en los gobernantes y las acusaciones de desconexión con la realidad social. Y, aunque las concesiones del Gobierno durante las últimas semanas de negociaciones no habrán logrado apaciguar a la oposición, han acabado reduciendo los ahorros en las cuentas públicas que se suponía que iba a permitir la reforma. Al final es un texto descafeinado, menos ambicioso que el proyecto inicial y aún menos que la reforma que ya intentó Macron, sin finalmente llevarla a cabo, en 2019 y 2020.
Artículo 49.3
Hay un tercer escenario para este jueves de infarto en la política francesa, además de la aprobación o el rechazo de la reforma. Si, antes de la votación de las 15.00 en la Asamblea Nacional, Macron considera que resulta imposible obtener los votos suficientes para llegar la mayoría, puede ordenarle a la primera ministra Borne que active el artículo 49.3 de la Constitución. El artículo permite a la primera ministra poner fin a los debates y proceder a la adopción del texto sin votarlo.
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El 49.3, que Borne ya ha usado repetidas veces desde el inicio de la legislatura en junio, es el último recurso y el más peligroso. Sería legítimo y constitucional, pero el Gobierno se arriesgaría a echar más gasolina a las protestas. Y alimentaría el argumento según el cual Macron vive divorciado de la ciudadanía y la reforma es democráticamente coja porque no cuenta con una mayoría en el Parlamento.
Si Macron recurre este jueves al 49.3, a la oposición le queda una última vía para frenar la reforma: presentar una moción de censura y ganarla. En esta legislatura, tanto la izquierda como la extrema derecha han presentado varias mociones de censura, pero todas han fracasado. El presidente ha avisado en el pasado de que, si una moción prosperase, disolvería la Asamblea para convocar nuevas elecciones legislativas.
Que el desenlace de la jornada sea uno u otro entre estos tres, está en manos de LR, liderado por Éric Ciotti, la más reciente encarnación del partido hegemónico durante décadas en Francia, el de los presidentes Jacques Chirac y Nicolas Sarkozy. Es el equivalente francés del PP en España, la derecha tradicional, una formación que reclama desde hace años aumentar la edad de jubilación, pero en la que muchos son reacios a ir contra la corriente dominante en la opinión pública o en convertirse en muleta del centrista Macron.
Aunque ha quedado muy disminuido desde la llegada de Macron al palacio de Elíseo, LR conserva el Senado. Y allí ha sido clave en la aprobación de la reforma. Pero en la Asamblea Nacional, donde forma el cuarto grupo en número de diputados, quienes en el partido se oponen a la ley podrían hacerla naufragar. Tienen 61 escaños. Macron, 250. La mayoría está en los 289.
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