A estas horas del día, domingo 18 de abril, ya se sabrá si el Athletic ha ganado su vigesimoquinta Copa de la historia o no. Lo bueno de escribir por anticipado es que el resultado no es lo que cuenta.
Hay sentimientos que trascienden más allá de las victorias o las derrotas del momento. La línea que separa el éxito del fracaso suele ser muy fina. Lo que antes de las 21,30 horas de la final de Copa del día 3 de abril te parece un sueño, a las 23,30 o 24 horas del 17 del mismo mes puede llegar a convertirse en una auténtica pesadilla. Los protagonistas de la hazaña o del descalabro son los mismos en uno u otro caso, lo único que varía a la hora de juzgarlos es el resultado.
El Athletic, pasara ayer lo que pasara en La Cartuja, se ha vuelto a dar una auténtico baño de rojiblanquismo. Algo que viene bien de vez en cuando. Lo de poner la guinda al pastel ya sería el no va más.
Bilbao y por extensión Bizkaia han vuelto a ver a su equipo compitiendo por un título hasta en tres ocasiones en lo que va de año. La primera salió bien, la segunda mal y la tercera… No muchos clubes del mundo pueden presumir de un hito así. Tres finales, tres.
El Athletic, guste o no, compite de una manera distinta al resto. Lo suyo tiene mucho más mérito que lo del resto de sus competidores. De todos y cada uno de ellos.
Aquí, en esta misma página, se puede comprobar el sentimiento que nace desde la raíz en torno al club rojiblanco. Un sentimiento que se traspasa de padres a niños, de aitites a txikis. De generación en generación.
Lezama, la fábrica del Athletic, se encarga de suministrar canteranos al primer equipo. Ayer, en víspera de la gran final, el Bilbao Athletic de Etxebe peleaba en casa por el ascenso de categoría. En un campo de hierba, con las instalaciones en pleno proceso de remodelación y el arco de San Mamés como testigo, ante tres tribunas… Renovarse o morir, de eso se trata. Ganar, créanme, no siempre es lo más importante.
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