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El show de Trump, el aplauso de Putin

El show de Trump, el aplauso de Putin

Ustedes juzguen: decir mentiras en EE UU puede costarles 45 millones de dólares, mientras que decir verdades en Rusia puede suponer la cárcel. Hasta ahí, la diferencia que mejor podemos comprender para contraponer los dos regímenes políticos entre los que se está jugando la gran batalla sistémica e ideológica del siglo XXI.

En el primer caso, Alex Jones, teórico de la conspiración y agitador ultraderechista desde el portal de noticias falsas Infowars, ha sido condenado a esa multa por negar la matanza en una escuela de Connecticut en la que murieron 26 personas y que él atribuía a actores que simulaban la masacre. La sentencia es un rayo de esperanza en un país abonado a los bulos y mentiras hoy veloces gracias a su viralidad en la red. En el segundo caso, la periodista Marina Ovsyánnikova ha sido puesta en arresto domiciliario esta semana y se enfrenta a 10 años de prisión por irrumpir en un informativo con una pancarta contra la guerra.

Las diferencias entre un sistema y otro son claras y deberían seguir siéndolo. A partir de ahí, sin embargo, empiezan los cruces. Y los peligros. La deriva que hoy contemplamos en EE UU, donde Trump logra dar la vuelta a una investigación judicial por su posible apropiación de documentos secretos y convertirse en víctima de caza de brujas con el aplauso de tantos ciudadanos nos avisa de algo grave. Síntomas de que la democracia está enferma.

Estábamos acostumbrados a que el peligro para la democracia viniera de fuera y hoy nos damos cuenta de que viene de dentro. Si las sospechas de que Trump robó material sobre armas nucleares no generan el rechazo del Partido Republicano, sino su cierre de filas, es que el daño que hizo el expresidente puede ser irreversible. Los hechos alternativos que inauguró se han consolidado y movilizan a sus votantes. Y esto ocurre en un momento en que el modelo rival, la autocracia, está librando un pulso feroz.

Putin quiere torcer la mano a Occidente con el grifo del gas, convencido de que en nuestras democracias está la semilla de nuestra debilidad y de que los signos de oposición minarán la fortaleza de nuestros gobiernos. China no se queda atrás. La sobrerreacción a la visita de Nancy Pelosi marca el territorio.

Por ello, que este festival trumpista tenga lugar mientras Rusia y China desafían a Occidente es el mejor regalo que nuestras sociedades pueden hacer a los autócratas. Putin lo estará contemplando y celebrando con grandes aplausos mientras envía a quienes dicen verdades a prisión. El mundo, del revés.

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