El suicidio, la amenaza silenciosa tras la pandemia: “Es algo que te rompe por dentro”

El pasado septiembre, la hermana de Míriam Farelo se quitó la vida. Unos años antes había perdido a su otro hermano, de un infarto, pero asegura que esto es distinto. Se topó con la rabia, la culpa, el estigma y con “una tristeza muy bestia”. “Es algo que te rompe por dentro”, dice esta profesora de secundaria de 39 años que vive en Arenys de Munt (Barcelona). “Ana tenía depresión crónica y le angustiaba muchísimo pensar que en la residencia de mi madre estallara un brote y no poder verla. Creo que fue la gota que colmó el vaso. Nunca piensas que va a pasar algo así. En junio tuvo un primer intento pero entonces creímos que fue un accidente”, explica. “No estamos preparados. Hay que prevenir y hablar de ello”, repite, “hay que romper el tabú”. Echa en falta recursos en la sanidad pública, más seguimiento de los pacientes. Pero en esa materia España suspende.

Cada día hay una media de 10 suicidios en el país. Uno cada dos horas y media. Fueron 3.671 en 2019, según el Instituto Nacional de Estadística. Es la principal causa de muerte no natural desde que en 2008 superó a los accidentes de tráfico —a los que ahora doblan—. Pese a ello, España carece de un plan nacional de prevención del suicidio, no hay coordinación en las respuestas autonómicas, ni campañas de sensibilización a nivel estatal. Los datos provisionales para los cinco primeros meses de 2020 apuntan a una reducción respecto al año anterior, debido al primer confinamiento, coinciden los psiquiatras y psicólogos consultados. Pero temen un repunte: la pandemia ha sacudido la salud mental de la población y han aumentado las autolesiones e intentos de suicidio entre los jóvenes.

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A mediados de julio, varios mensajes publicados en las redes sociales por una joven que vivía en el País Vasco y que se había suicidado posteriormente mandaban una señal de alerta: criticaba un trato “degradante y horrible” en salud mental y pedía recursos. Denunciaba un déficit estructural. En España, cinco de cada 100 euros invertidos en sanidad van para salud mental, explica Celso Arango, presidente de la Sociedad Española de Psiquiatría, y la media europea son siete. “Es el único país del entorno que no tiene un plan nacional de prevención del suicidio, hace ocho años que la estrategia de salud mental está caducada y es el único país de la Unión Europea sin especialidad en psiquiatría de infancia y adolescencia”, enumera el psiquiatra. Y prosigue: “Hay 9,8 psiquiatras por cada 100.000 habitantes, frente a los 17,2 de media en la UE y el Reino Unido; y 16,2 psicólogos clínicos frente a 29,9”.

Profesionales, familiares y asociaciones llevan años clamando en el desierto, pidiendo más inversión; una estrategia transversal a nivel nacional; un teléfono gratuito de ayuda de tres dígitos, como el 016 de la violencia de género; campañas de sensibilización; formación y capacitación en diversos ámbitos, no solo sanitario, también educativo, por ejemplo.

Pero España está aún muy verde. Míriam Farelo reclama que los recursos en salud mental no sean un “privilegio” de quienes tienen dinero. “El psiquiatra de mi hermana era de 10, pero no todos son así. Y no disponen del tiempo que sería necesario. Los hay que se limitan a revisar la medicación y a citar a los seis meses, no les da para más. Quizás ella necesitó eso, hablar más con gente especializada”, lamenta. Su hermana tenía 44 años. “Dejó un hijo de 17, un marido y una madre que no lo supo hasta seis meses después”. La madre vivía en una residencia, donde estalló un brote cuando todo ocurrió y los psicólogos consideraron que era lo mejor. En aquellos momentos Farelo también se encontró sin recursos públicos a los que acudir: “El psicólogo que fue el primer día no volvió a llamar”, recuerda.

Un impacto en seis personas

La Organización Mundial de la Salud calcula que cada suicidio causa un impacto serio en al menos seis personas. Farelo ha vivido tres duelos muy seguidos: primero, su hermano; después, su hermana Ana; y hace unos días, su madre, que estaba enferma. El peor, el de Ana. “Te queda la culpa, muchas preguntas. Se despidió de mí, pero en ese momento no fui consciente. Vino a casa y me trajo una piedra de un pueblo de la Vall d’Aran que me encanta, me dio un abrazo y me dijo que me quería mucho. Yo no lo entendí en su momento, luego ya sí”, afirma. “Los ‘y si’ son horribles: ¿y si la hubiera llamado? Luego esto lo vas trabajando y ves que la culpa no es de nadie”.

En la Confederación Salud Mental España sostienen que las “causas del comportamiento suicida son numerosas y complejas y, en su mayoría, están relacionadas con situaciones vitales, bien constantes o circunstanciales”. Añaden que algunos de estos condicionantes pueden ser la pobreza, el desempleo, el abuso de alcohol y estupefacientes, malos tratos en la infancia, trastornos mentales, etc. En nueve de cada diez casos de suicidios había algún problema de salud mental asociado.

No hay datos agregados en España de tentativas de suicidio, pero las cifras que se van conociendo evidencian una subida entre los jóvenes. La Fundación ANAR recibió un 145% más de llamadas por planes o intento de suicidio de menores en 2020 que en 2019. En Baleares tuvieron un aumento del 25% al 30% entre los jóvenes. El Código Riesgo Suicidio de Cataluña, un programa de prevención que reporta las tentativas y habilita un circuito específico para tratar estos casos, detectó en 2020 un incremento del 27% en menores de 18 años (601 casos del total de 4.285 reportados). Arango, que es también jefe de Psiquiatría en el Hospital Gregorio Marañón de Madrid, sostiene que “el estrago que ha causado el confinamiento en esta población es mayor que lo que cualquier experto hubiera sido capaz de prever”.

En una carta publicada en la revista Journal of Affective Disorders, Diego Palao, director de Psiquiatría del Parc Taulí de Sabadell, reportó un incremento de tentativas en chicas adolescentes tras la vuelta a clase en Cataluña, de septiembre de 2020 al pasado marzo: los casos mensuales se triplicaron desde agosto, llegando a 90 en febrero. Mientras, entre los chicos, la evolución se mantuvo estable, con entre 10 y 20 tentativas por mes. Para todos esos pensamientos y planes suicidas hay salida, repite Palao: “Lo primero que hay que hacer es buscar ayuda, que llamen a alguno de los teléfonos. Cuando atendemos a una persona y logramos ayudarla, luego lo agradece. Al 90% de las personas incluidas en el Código Riesgo Suicidio las vemos antes de 10 días”. Entre el 14% y el 20% de las personas reinciden al año del primer intento, por eso es clave, aseguran los expertos, la asistencia precoz y la monitorización durante un tiempo para evitar recaídas.

Eduard Vieta, jefe de Psiquiatría del Hospital Clínic de Barcelona, anima a romper la espiral de silencio y el estigma: “Hay un tabú muy grande porque dicen que no hay que hablar del suicidio, pero no, no hay que censurarlo. Hay que mejorar la formación a todos los niveles y que en atención primaria pregunten por el tema: no hay que tener miedo a inducir a la idea, hay que preguntar con sensibilidad a la gente”. Pero también es preciso un cambio cultural. “Aún no somos conscientes de la magnitud del problema. Así, ¿cómo vamos a solucionarlo?”, se pregunta Andoni Ansean, psicólogo y presidente de la Fundación Española para la Prevención del Suicidio. La sociedad vive de espaldas al tema. Hasta que le toca de cerca.

Andrés Colao, el pasado jueves en su casa, en Riberas (Asturias).
Andrés Colao, el pasado jueves en su casa, en Riberas (Asturias). Paco Paredes

Andrés Colao forma parte del movimiento asociativo de la salud mental desde que, en 2013, tuvo un intento de suicidio. Este vecino de Riberas (Asturias) asegura que hablar con naturalidad es el primer paso para prevenirlo. Ese año fue “fatídico”. Tenía 38 años y pasó a cobrar una pensión, el 55% de su sueldo como conductor del servicio de recogida de residuos, después de que le quitaran el carné tras un ataque epiléptico. “Esa fue mi condena: de estar de aquí para allá, a verme sin nada. Murió mi madre, me separé. Me quedé solo en casa”, explica. Le diagnosticaron un trastorno ansioso depresivo. “Pensé que no quería ser una carga. Cuando iba a hacerlo, vi oportuno llamar a un familiar para despedirme y me dijo: ‘Espérame’. Esperé y aquí estoy”, dice. Buscó a más gente en su situación, descubrió “que ayudar, ayuda”. Pide a quien tenga ideas suicidas que lo comparta con alguien, y a quien escuche ese mensaje, “que evite el ‘no digas tonterías’, que sea empático y que le dé importancia”.

Ansean critica que “ningún Gobierno ha hecho prácticamente nada en prevención del suicidio”. Una portavoz del Ministerio de Sanidad defiende que “la mejora de la salud mental” y la lucha contra el suicidio es una de las “prioridades” del departamento y que están trabajando en la actualización de la estrategia de salud mental, que ya contempla recomendaciones y objetivos para prevenir las conductas suicidas. La exministra María Luisa Carcedo había anunciado en 2019 un teléfono de prevención del suicidio, como el 016 para casos de violencia de género, algo que por el momento no se ha concretado en nada.

Ansean es muy crítico y asegura que puede hacerse. “Hay otros asuntos en los que hay campañas muy potentes a nivel nacional”, insiste. Arango, por su parte, pone el ejemplo de Dinamarca: “Tenía una de las ratios de suicidio más altas de toda Europa. Hicieron una política muy agresiva, con inversión, una estrategia, campañas de sensibilización, teléfonos, intervención en colegios, incluyeron los medios de comunicación… La tasa bajó mucho. Han demostrado lo que sabíamos: el suicidio se puede prevenir”, explica.

Pero en España hay tantas acciones contra el suicidio como comunidades autónomas. En Cataluña fueron pioneros con el Código Riesgo Suicidio. En Navarra, por ejemplo, están ultimando un plan para instaurar un registro para monitorizar tentativas y, en Baleares, donde próximamente publicarán su plan de prevención del suicidio, disponen de un observatorio propio, de un equipo específico en los hospitales y tienen programas para formar a sanitarios y docentes.

A falta de un teléfono específico y común de prevención del suicidio, brotan las iniciativas de entidades y Administraciones locales. José María Sánchez, secretario técnico del Teléfono de la Esperanza (717 003 717), que atiende 24 horas, siete días a la semana, resume gráficamente su papel: “Nosotros somos una tirita en mitad de un problemón, hacemos lo que podemos con nuestros recursos limitados”. Cuentan con 1.650 voluntarios a los que se da formación y con 300 psicólogos en las sedes presenciales. El año pasado recibieron más de 160.000 llamadas, un incremento del 38% respecto a 2019. De ellas, 4.935 eran de temática suicida, 205 con el suicidio en curso, es decir, que se había iniciado alguna acción con el fin de quitarse la vida.

El Ayuntamiento de Barcelona también puso un teléfono en marcha hace poco menos de un año (900 925 555), atendido por voluntarios formados para tratar estos casos y un equipo de psicólogos que atienden también 24 horas al día. De las 2.718 llamadas recibidas, solo el 30% procedían de la ciudad de Barcelona: el 55% eran de Cataluña y el 15%, del resto de España, una situación que refleja la dimensión del fenómeno, apunta Gemma Tarafa, concejal de Salud: “No por dejar de hablarlo, dejará de existir. Ha existido mucho tabú, pero hay que abordarlo”.

El suicidio es un problema de país, coinciden las voces consultadas, y faltan respuestas para las víctimas y también para sus familiares. Cecilia Borràs perdió a su hijo, de 19 años, en 2009. “Me sentí muy sola. Estuve dos años en terapia individual, pasé un año sin poder pronunciar la palabra suicidio”. No encontró a nadie que hubiera vivido lo mismo que ella, “ni había casi formación en duelo por suicidio”. Así que ella, psicóloga, se puso a estudiar y fundó la asociación Después del Suicidio. En los últimos años han proliferado estas asociaciones de supervivientes, un lugar donde sentirse escuchados, comprendidos, no juzgados. Pero hace falta mucho más, reclama Borràs. “Cuando ocurre, y esto es muy doloroso, muchas veces te das cuenta de que hubo señales, pequeñas conductas o verbalizaciones, como expresiones de desesperanza o un futuro muy negro, que no estamos entrenados para ver”, dice. “Para prevenir el cáncer de mama, nos hacemos exploraciones. Pero no estamos orientados para prevenir el suicidio”.


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