Estados Unidos se fue a dormir calentita después del golpe de realidad vivido contra Lituania. Sí deben preocuparse de los rivales, y mucho ahora que llega el momento de la verdad. A partir del martes, o ganan o se van para casa con la disputa de la fase final en el Mundial 2023 en Manila, Filipinas. El revés por 104-110 demostró una vez más que el talento estadounidense no siempre basta en el baloncesto FIBA. Es una realidad patente desde que Argentina rompió la imbatibilidad en torneos internacionales estrenada por el Dream Team en Barcelona 1992 durante la fase de grupos del Mundial de 2002.
Esa década sin derrotas imprimó un aura mística a los conjuntos estadounidenses de la época, si bien algunos todavía creían que muy alejados de aquel incomparable equipo con los Jordan, Magic, Bird y compañía el halo persistía. Todavía anoche, desde el continente asiático, Grant Hill, director deportivo de USA Basketball y precisamente miembro de uno de aquellos equipos invencibles en los noventa, recordaba este hecho para justificar la derrota.
“Ya no existe esa mística de jugar contra jugadores de la NBA. Sigue habiendo un respeto, pero ya no hay la admiración y el miedo de hace 27 años”, apuntó el exjugador y medalla de oro en Atlanta 1996. En una época donde la liga estadounidense está plagada de estrellas de todos los rincones del planeta y los últimos cinco MVP han sido para jugadores internacionales resultaba meridiano para cualquier entendido que atender al torneo con 12 novatos en el escenario FIBA conllevaba sus riesgos.
Una apuesta arriesgada sin la tensión necesaria
Si de algo ha pecado el joven grupo armado por Steve Kerr para la cita mundialista ha sido de tensión competitiva. El 12-31 encajado en el primer cuarto y los 17 puntos de desventaja al descanso fueron la confirmación de un problema latente a lo largo del campeonato. Ya empezaron 10 abajo en su debut contra Nueva Zelanda y luego se vieron por detrás contra Grecia y Montenegro a las primeras de cambio.
Esos avisos fueron apuntados por el cuerpo técnico, incapaz de transmitir la urgencia necesaria a sus jugadores más allá de la sala de prensa. Solo en el partido trámite de la primera fase ante Jordania fueron capaces de empezar ganando con solvencia y evitar sustos. “No podemos salir y tener una primera parte así”, comentó Austin Reaves, uno de los referentes del combinado.
“Odio perder, y creo que esta noche no dormiré demasiado”, reconoció Kerr, una vez más centrado en sacar lo positivo de los momentos más complicados. La fórmula no le ha funcionado del todo todavía, a pesar de que han alcanzado los cuartos y teóricamente tendrán un rival asequible en Italia, evitando la peor parte del cuadro.
“Para mejorar, necesitamos sentir esto, responder como lo hemos hecho”, apuntó el seleccionador y técnico de los Golden State Warriors. Precisamente su apuesta por el small-ball y su insistencia a la hora de evitar juntar en sus quintetos a sus interiores de mayor tamaño, ya de por si bastante limitado, han situado al grupo en una disyuntiva difícil de resolver sobre la pista.
Las dos torres NBA de la segunda fase han desnudado las carencias del juego interior basado en Jaren Jackson Jr., irónicamente ganador del premio a mejor defensor de la liga estadounidense. No es culpa del jugador sino del sistema, que le sitúa como falso cinco ante los más que habituales pívots de corte clásico que habitan las canchas FIBA. El único capaz de medirse en tamaño a sus rivales en la pintura, el rookie de 2,14 metros Walker Kessler, es el jugador que menos ha contado para Kerr hasta ahora.
Ahora o nunca
De nuevo con llamadas a enmendar sus malos inicios, aprender de los errores e intentar cerciorarse de compensar con intensidad las carencias en la zona, los estadounidenses fían sus aspiraciones de oro a entender el mensaje que la competición les ha enviado. Toca despertar del sueño, olvidar ese aura de la NBA y evitar los malos vicios de la liga en temporada regular.
Ya no hay margen de error, y la nefasta idea de no preocuparse por los demás lanzada por el referente del combinado, Anthony Edwards, ha caído por su propio peso. Reaves, el más vitoreado en manila por su estrecho vínculo con Los Angeles Lakers, presenta una fórmula mucho más razonable. “Si no es ahora, no será nunca. Es ganar o irse para casa”, decía. Abrir los ojos y despertar a la realidad de la calidad del baloncesto en el mundo es la única manera de llevarse el anhelado oro a Estados Unidos.