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El telescopio ‘Hubble’ descubre Earendel, la estrella más lejana jamás observada


El telescopio espacial Hubble ha descubierto la estrella más lejana que se ha observado: Earendel, un astro al menos 50 veces más grande que el sol y con una temperatura de unos 20.000 grados, que está a 12.900 millones de años luz. Es decir, para llegar hasta ella habría que pasar 12.900 millones de años viajando a la velocidad de la luz, algo imposible para la tecnología humana, aunque en realidad esta estrella ya ha muerto. La luz observada por el telescopio Hubble se emitió hace 12.900 millones de años, unos 900 millones de años después del nacimiento del universo con el Big Bang.

El astro explotó hace millones de años, estiman los astrónomos, pero el Hubble ha podido captar su luz ahora gracias a una coincidencia. El físico alemán Albert Einstein predijo con su teoría de la relatividad que la fuerza de gravedad ejercida por cuerpos muy masivos puede actuar como una lente que amplifica la luz de objetos que están mucho más lejos. En este caso, un cúmulo de galaxias más cercano ha concentrado la luz de Earendel.

“La luz de la estrella la vemos ahora como era hace 12.900 millones de años, antes de que explotase”, explica José María Diego, astrónomo del Instituto de Física de Cantabria y coautor del descubrimiento. “No sabemos cuánto tiempo vivió, pero seguramente menos de 100 millones de años, que es muy poco en comparación con otras estrellas como el Sol que pueden vivir 100 veces más. La luz de su explosión aún no nos ha llegado, pero está en camino y llegará dentro de los próximos 100 millones de años como mucho”, resalta.

Earendel está en una galaxia conocida como Sunrise —amanecer en inglés—, cuya luz ha sido magnificada y distorsionada por lentes gravitacionales. “Igual que un vidrio curvado deforma la imagen cuando miramos a través suyo, una lente gravitacional amplifica la luz de objetos muy lejanos y alineados detrás de un cúmulo de galaxias. Estas galaxias son las que desvían la luz de astros lejanos debido a que su enorme masa deforma el espacio-tiempo a su alrededor”, explica Diego.

El nombre de la estrella significa estrella de la mañana o astro naciente en inglés antiguo, explican los autores del descubrimiento en un estudio publicado hoy en Nature. El nombre también es un homenaje al poema El viaje de Earendel, la estrella vespertina, escrito en 1914 por John R. R. Tolkien, autor de El señor de los anillos, según ha explicado el CSIC en una nota de prensa.

Con este hallazgo, el Hubble pulveriza su anterior récord de estrella más lejana observada: Ícaro, una estrella supergigante azul que está a 9.000 millones de años luz y que fue descubierta por este instrumento en 2018.

Earendel formaría parte de la primera generación de estrellas nacidas en el universo, los faros que emitieron su primera luz y que sacaron al cosmos de las llamadas eras oscuras. “Estas estrellas primordiales [que se forman a partir de los elementos que se forjaron poco después del Big Bang: hidrógeno, helio y pequeñas cantidades de litio], hasta ahora han eludido a los observadores, pero ahora podrían detectarse si se observan mediante lentes gravitacionales de gran aumento, como en el caso de Earendel”, ha explicado al CSIC Brian Welch, astrónomo del Instituto de Ciencia del Telescopio Espacial (EE UU) y líder del estudio.

El siguiente paso para este equipo y probablemente para otros será observar este astro con el telescopio Espacial James Webb, el más potente jamás lanzado al espacio. El objetivo primordial de este nuevo observatorio espacial desarrollado por EE UU, Europa y Canadá es captar la primera luz del universo emitida por estrellas parecidas a esta. “Combinar las observaciones de Hubble y Webb permitirá aprender también sobre las microlentes en el cúmulo de galaxias, que podrían incluir objetos exóticos como los agujeros negros primordiales”, ha dicho Welch.

El James Webb podrá también aclarar la composición de esta estrella primitiva que de seguro estaba hecha solo con los elementos más ligeros, pues aún no se habían formado metales y otros compuestos más pesados que precisamente se formaron tras la explosión de estrellas al final de su vida.

“Es un descubrimiento alucinante”, confiesa Pablo G. Pérez-González, astrónomo del Centro de Astrobiología que trabaja con el James Webb. “Nos cuesta mucho encontrar estrellas tan masivas como esta en la Vía Láctea o en galaxias cercanas, porque no hay muchas y duran muy poco. Tampoco distinguimos estrellas individuales en prácticamente ninguna galaxia”, resalta el investigador, que no ha participado en este hallazgo, pero sí en el de Ícaro. Ahora se quiere usar el Webb para seguir descubriendo estos objetos, pero la cosa no es fácil, porque hay que observar una y otra vez la misma zona del cielo cada cierto tiempo y tener suerte. Este telescopio permitirá hacer espectros de estas estrellas, algo que no tenemos hasta ahora”, añade.

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