El Tokio “extremo”, o donde los organismos colapsan

“Soy de aquí, y todavía no he conseguido adaptarme a esto. El verano en Tokio es extremo”. Quien habla es Miko, una reportera japonesa que sondea entre los enviados especiales acerca del calor, el tiempo, la asfixiante realidad de estos días en los que los cuerpos de los deportistas alcanzan límites y colapsan, sobre todo aquellos que compiten en espacios exteriores. Tokio, coinciden todos ellos, es una caldera. Un horno insoportable. No han sido ni uno ni dos ni tres, sino un buen puñado los que han pagado el demoledor golpe de la temperatura y la humedad, un bombazo para el organismo y el físico, por más que se hable en términos de élite y se previera que estos iban a ser unos Juegos duros. Se han superado las expectativas.

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“A los cinco segundos de entrenar la salida de tacos, las yemas de los dedos me ardían, pero no es excusa”, contaba Óscar Husillos tras la prueba de 400m. “Había descansado, la aclimatación era perfecta. Por mucho que yo sea de clima seco y la humedad aquí sea alta, no encuentro explicación al sofocón que me llevado al final y la vomitona que he echado. No entiendo nada”, añadía el palentino, consumido por la meteorología y la deshidratación. La escena se repite: mareos, desmayos, reventones que responden a ese inmenso problema que se trata, se debate y se cacarea, pero que no se aplaca. Tokio es una sauna, siempre lo ha sido, pero la Tierra grita. El calentamiento global se dispara, y el deporte también lo sufre.

Los expertos advierten. “Este tipo de temperaturas extremas serán cada vez más frecuentes a menos que los Gobiernos hagan una apuesta firme por el fin de los combustibles fósiles”, señala Mikyoung Kim, responsable de la campaña de Emergencia Climática de Greenpeace en Asia Oriental. Dicha organización ha elaborado un informe en el que explica por qué los deportistas caen como moscas en Tokio –aplicable también a China y Corea del Sur, las otras regiones analizadas– y por qué estos Juegos son los más hostiles de la historia desde el punto de vista climatológico; los hubo más calurosos, como los de Atenas 2004, pero no tan desproporcionados en cuanto a la humedad, en torno al 80% día tras día en la capital japonesa.

De entrada, el estudio de Greenpeace señala que en el periodo comprendido de 2001 a 2020, el primer día caluroso en Tokio (de 30º hacia arriba) llegó un promedio de 11 días antes que en las dos décadas anteriores; al norte del país, en Sapporo, donde se han acogido las pruebas de maratón, marcha y algunos partidos de fútbol porque el termómetro es ligeramente más benevolente, la cifra asciende a 23. El análisis también indica que las olas de calor en la capital son cada vez más habituales y agresivas, y que el registro de días en los que se superan los 33º se ha duplicado desde la década de los sesenta.

Paula Badosa abandona la pista de Tokio en silla de ruedas.
Paula Badosa abandona la pista de Tokio en silla de ruedas.LUCY NICHOLSON / Reuters

“Nunca había jugado en unas condiciones tan extremas”, comentaba la tenista Paula Badosa cuatro días antes de que su cuerpo colapsara y tuviera que abandonar en los cuartos. En el complejo del tenis, Ariake Park, las indisposiciones entre los jugadores, los recogepelotas y los voluntarios se repitieron, y la organización cedió finalmente –en consenso con la Federación Internacional (ITF)– ante la presión de los tenistas, que al menos les reclamaban un retraso en el inicio de la jornada. Los tres últimos días, al arranque se pospuso de las 11.00 a las 15.00. También se aplicó la regla del calor extremo, por la que se aumenta la duración de las transiciones entre puntos, juegos y sets.

El cuerpo se defiende hasta que puede, así que lo que está sucediendo estos días es lógico

ÁNGEL RUIZ-COTORRO, DOCTOR

“En el caso del tenis, las condiciones han sido extremas”, introduce Ángel Ruiz-Cotorro, el médico de la Federación Española de Tenis (RFET) que cuida de los jugadores por todo el mundo; “el día que ocurrió lo de Paula lo comenté: hoy vamos a tener problemas, habrá que sufrir. La noche anterior había llegado un tifón y la humedad creció muchísimo; la sensación térmica era de 40º. Y se juntó todo. Pablo [Carreño] jugó más temprano y aunque se quedó tocado, no acabó tan mal. Ante una circunstancia así, el organismo intenta adaptarse, bajar la temperatura y compensar; se defiende hasta que puede, pero hay veces en las que es imposible. Hay grados. El deportista pierde muchos electrolitos y al final se produce el shock”.

Explica el doctor que la situación es prevenible y controlable solo hasta cierto punto, porque el ritmo de absorción de líquidos es el que es, la prevención llega hasta donde llega y a estos niveles, además, no hay freno alguno. “El deportista de élite no mide. Cuando compite, compite. El nivel de intensidad es máximo y en ocasiones van justos de reservas”, añade Ruiz-Cotorro; “así que lo que está sucediendo estos días es lógico. También fue duro lo de Río, donde el índice de humedad también era elevado, pero en Tokio es todavía más extremo”.

Kristian Blummenfelt sufre un mareo tras cruzar la línea de meta.
Kristian Blummenfelt sufre un mareo tras cruzar la línea de meta.David Goldman / AP

Al impacto de la imagen de Badosa abandonando la pista en silla de ruedas se unieron las de otros deportistas que se desplomaron. Mientras competía en arco, la tiradora Svetlana Gomboeva cayó a plomo sobre la hierba y tuvo que ser atendida de urgencia. O el noruego Kristian Blummenfelt, quien tras cruzar la línea de meta como campeón desfalleció y celebró a duras penas, indispuesto y entre vómitos. Los piragüistas españoles han recurrido a toallas heladas y chalecos de hielo para resistir al sol y al recalentamiento de las aguas, convertidas en termas de las que rezuma vapor que, en consecuencia, multiplican la humedad.

La aclimatación era perfecta. No entiendo el sofocón que me llevado ni la vomitona…

ÓSCAR HUSILLOS, ATLETA

El promedio de la temperatura media anual de Tokio ha aumentado 2,86 grados desde 1900, más del triple que la media mundial. Y pega duro el efecto isla de calor urbano, concepto que explica la española Paloma Trascasa (Centro Internacional Priestley para el Clima de la Universidad de Leeds) en el informe titulado Anillos de fuego, publicado por la British Association for Sustainability in Sport (Asociación Británica para el Deporte Sostenible). Es decir, por la noche, la superficie urbanizada de la capital japonesa libera el calor que ha ido atrapando a lo largo del día e impide que la ciudad se refrigere; de esta forma, el ambiente se recalienta y Tokio se convierte en una sauna, potenciando el “estrés térmico”.

El sudor asoma a los cinco o seis pasos, y las noches tropicales (no menos de 20º) también se han duplicado a partir del siglo XX. No es la primera vez que los Juegos Olímpicos de verano se han desarrollado en un contexto climatológico difícil; ahí están Los Ángeles (1984), Atlanta (1996), Sidney (2000) o Pekín (2008). Sin embargo, ningunos tan adversos como los de Tokio por la particularidad de la humedad desproporcionada y la alarmante deriva medioambiental. En 1964, los Juegos que albergó la ciudad asiática se trasladaron a octubre para evitar poner en riesgo la salud de los atletas. Esta vez, sin embargo, el evento ha salido adelante a toda costa. Y se paga.

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