El triunfo sobre el río que doblegó a Henry Ford

A pesar de la crisis política que vive Ecuador, y del valor con que las comunidades indígenas se enfrentan al extractivismo galopante en el país, el avance de las infraestructuras hacia la selva es imparable. Todo será beneficioso, cuenta el discurso oficial. ¿Quién podría dudarlo? Sin embargo, para algunas comunidades indígenas en el suroeste amazónico de Ecuador, cerca de la frontera con Perú, el carácter incontestable de ese beneficio se pone hoy en duda. Más que nunca.

Desde hace algunos años está en marcha la construcción de una carretera que, a partir de la ciudad de Puyo, como una aguja afilada introducida sin piedad para extraer toda su sangre, penetra hacia la cuenca amazónica habitada por los pueblos shuar y achuar. La construcción avanza, como avanza una columna incansable de hormigas obreras. Se abre camino, conquista el interior de la selva, derriba cualquier obstáculo, irrumpiendo estrepitosamente en territorio virgen.

Siguiendo la vía hasta la comunidad de Copataza, corriendo en paralelo el torrentoso río Pastaza, la carretera atraviesa territorio de la nacionalidad shuar. Esta comunidad acordó en su día que los beneficios de la carretera compensarían su potencia destructora. Y aprobaron su avance. Las consecuencias están a la vista. Por todas partes, a lo largo de la vía, se observan edificaciones de madera de nueva planta, rodeadas de áreas incipientemente deforestadas. También proliferan las nuevas iglesias evangélicas, de ladrillo y acero.

Todo es muy reciente y, a la vez, muy explícito. Aquí y allá se hace aparente el repentino capital que traen los madereros. A lo largo de la ruta se acumulan en el arcén pilones de árboles cortados, con precisión geométrica, listos para su carga, transporte y comercialización.

Pero este capital repentino puede resultar un efímero espejismo a tenor de algunos relatos que se escuchan: una vez talada y vendida su parcela de selva, la familia propietaria queda empobrecida y despojada. Obligada entonces a venderse como mano de obra barata, a menudo desplazada hacia la periferia de la ciudad, apenas sí alcanzan a subsistir.

En muchos rincones de la Amazonia, los efectos de abrir una vía de comunicación por carretera son devastadores. Basta observar fotografías satelitales para ver cómo, en cuanto se abre una carretera que penetra el bosque, inmediatamente se abren vías secundarias que extraen las maderas. Las más valiosas primero, y luego todas la demás. La depredación es inmisericorde.

El viaje de Puyo a la comunidad de Wisui, donde por el momento termina la carretera, lo sigue Julián Illanes, un líder achuar que terminó recientemente su mandato político como dirigente de territorio de la NAE (Nacionalidad Achuar del Ecuador). Illanes se plantea ahora acompañar la llegada de la carretera y paliar los efectos que esta infraestructura tendrá inevitablemente en sus comunidades.

La NAE aprobó en su día el trazado de la pista ahora en vías de ejecución, y Julián tiene por objetivo disminuir su impacto en Copataza, que es la próxima comunidad en la línea trazada por el proyecto, y cabeza de puente para penetrar de lleno en territorio virgen.

Antes de llegar a Wisui se levanta, rodeado de terreno deforestado, un ceibo centenario de madera preciosa. Es un orgulloso gigante que se mantiene en pie pese a las ofertas que el dueño ha recibido por él. “Primero le ofrecieron 100 dólares americanos, y más tarde 500. Por suerte, el dueño del árbol es un profesor de escuela. No necesita el dinero y no lo vende”, cuenta Julián. En cualquier caso, ese ser majestuoso, sagrado, es la excepción que confirma la regla: todos sus vecinos han sido derribados sin remedio, uno tras otro.

Hasta que no esté lista la carretera, para llegar a Copataza es necesario embarcarse en una canoa y enfrentar un río lleno de corrientes y bajos pedregosos, cuya navegación se convierte en una aventura azarosa

Todavía en territorio shuar, al pie de la carretera, Julián identifica unas estaciones de extracción de madera. Son instalaciones de cable de acero suspendido que penetra en la selva para cargar de vuelta el producto más precioso que está siendo talado a toda velocidad. La proliferación de estas estaciones extractivas y el sonido de fondo de las motosierras alarman a Julián y aumentan su escepticismo sobre los beneficios de la pista en construcción.

Conforme avanza la carretera y el territorio shuar queda atrás, las imágenes que se agolpan en la retina hablan por sí solas y levantan un sentimiento profundo, a caballo entre la tristeza y la estupefacción.

Intrusiones constantes

Hace tiempo que el pueblo achuar se protege de las intrusiones exteriores todo lo que puede, y el ingreso en su territorio debe ser autorizado. Por eso, junto a Julián, la expedición incorpora a Ernesto Senkuam, dirigente de comunicación de la NAE, con la misión de abrir la puerta “política” de las comunidades, presentar a los visitantes y negociar la autorización de entrevistas y la toma de imágenes en el interior del territorio.

Hasta que no esté lista la carretera, para llegar a Copataza es necesario embarcarse en una canoa y enfrentar un río lleno de corrientes y bajos pedregosos, cuya navegación se convierte en una aventura azarosa. La naturaleza torrentosa e impredecible del río ha sido, junto a la densidad del bosque primario en esta Amazonía remota, una protección portentosa para estos pueblos. Por lo menos hasta ahora.

Estos viajes en canoa son costosos. Si vienen de río arriba, además del pasaje, necesitan bajar cargados de combustible, un suministro esencial para generadores de electricidad, bombas de agua o motores fuera borda. El peso reduce la altura del francobordo que asegura la flotabilidad. Eso facilita que la ola de un rápido mal acometido pueda anegar la fina canoa y llevar a pique carga y pasaje en un abrir y cerrar de ojos.

En consecuencia, el transporte seguro de pasaje y combustible, junto a la escolarización en la ciudad y al acceso expeditivo a un centro de salud en caso de emergencia, son argumentos poderosos para defender la carretera.

Los achuar han sido un pueblo nómada hasta hace muy poco tiempo y sus asentamientos en el territorio son relativamente recientes (solo unas cuantas décadas), pero las comunidades están altamente organizadas política y socialmente. Jaime Vargas, que ocupa un lugar prominente en Copataza como síndico (así se denomina al jefe de la comunidad en territorio achuar), tiene una voz grave y una mirada imponente, de una enorme profundidad. Él habla desde el orgullo de este pueblo y desde la responsabilidad que tiene de procurar lo mejor para la comunidad.

Jaime determina que la decisión de autorizar a Julián a hablar en nombre de la comunidad no le corresponde a él, sino a la comunidad entera, que queda convocada en asamblea para las siete de la tarde.

El sentido de la autoridad y la decisión colectiva son rasgos esenciales de las comunidades achuar. Es por eso que validar en asamblea la opinión que Julián emita sobre la carretera es tan importante.

Es éste un momento decisivo para el pueblo, que ha visto cómo sus hermanos shuar se han beneficiado con transporte rápido a la capital en todoterrenos y omnibuses que milagrosamente superan los obstáculos más pedregosos e inciertos, sobre todo cuando bajan caudalosos los torrentes en las crecidas. A pesar de ello, la carretera es funcional y ahorra días de duras caminatas.

Pero los achuar también han visto la dimensión de la catástrofe que las carreteras conllevan en el norte de la Amazonía, donde opera la industria petrolera. Y están alerta.

Sin embargo, la decisión está tomada: la carretera llegará a la antigua pista de aterrizaje de las avionetas que construyeron los misioneros en Copataza, como ya está a punto de suceder en Wisui. Desde el principio de los asentamientos de estas comunidades, hace no más de cinco o seis décadas, esas pistas han significado su vía de comunicación primordial para superar, en poco tiempo, distancias que en canoa o a pie llevan varios días, o a veces incluso semanas.

Efectos indeseados

Durante el debate abierto en la casa comunal, los mayores de la comunidad expresan su escepticismo a la llegada de la carretera y no se cansan de repetir los peligros que ésta entraña. Llegarán los madereros ilegales, el alcohol, las peleas. Los misioneros evangelistas tendrán más fácil acceso. Otros elementos negativos se filtrarán, inevitablemente, por la vía abierta.

Pero el consenso político no se rompe. Abrirán el territorio a la carretera. Aurelio, el líder más elocuente, afirma: “La decisión está tomada, y harían falta cien Aurelios para revertirla”.

Tras la asamblea, Julián queda autorizado a hablar en nombre de la comunidad y a defender la llegada de la carretera, aunque esta decisión no contente a casi nadie. Con bastante más entusiasmo que de la carretera, Julián habla de las decisiones que habrá que tomar, a partir de ahora, para controlar el fuerte impacto inminente.

Queda alguna incertidumbre sobre el calendario de ejecución de la obra. Mucho depende del gobernador de la provincia de Pastaza, y la situación política que vive el país es tensa y complicada. Dos semanas antes de la visita a territorio achuar, Ecuador estaba bloqueado y Quito, la capital, ocupada por más de 40.000 indígenas.

Llegados del altiplano andino y de la cuenca amazónica en protesta ante las medidas de austeridad adoptadas sin previo aviso por el gobierno, los indígenas plantaron cara. La protesta derivó en revueltas que duraron 12 días consecutivos.

La oposición a la construcción de un puente es unánime. Abrir una vía que cruce el río significa hipotecar el bosque virgen del otro costado, donde controlar las actividades extractivas ilegales se haría prácticamente imposible para la comunidad

La represión de la policía militarizada fue feroz; la resistencia. Invencible. Y finalmente, cuando las víctimas mortales empezaban ya a acumularse, el gobierno retiró el paquete de medidas. Luego estableció una mesa de diálogo con los representantes indígenas, quienes tras dos semanas de trabajos, presentaron una alternativa a la reducción del déficit que el gobierno planificó para complacer al FMI. No es banal que por parte de la comunidad indígena, el líder sea Jaime Vargas, precisamente un indígena achuar, que lleva el mismo nombre que el síndico de Copataza.

Desplazado a Puyo, Julián participó activamente en las protestas, lo que aumentó su convicción de la necesidad de paliar los efectos indeseables de la llegada de la carretera a Copataza. Lo que se plantea ahora es cuál va a ser el trazado final de esa llegada, dónde conectará la carretera con el río, y si efectivamente lo va a cruzar.

La oposición a la construcción de un puente es unánime. Abrir una vía que cruce el río significa hipotecar el bosque virgen del otro costado, donde controlar las actividades extractivas ilegales se haría prácticamente imposible para la comunidad. Aquí, por ejemplo, la construcción de un teleférico para cruzar el río sería la opción soñada.

Río abajo, durante el viaje en canoa hacia la comunidad de Sharamentsa, las trazas de agresión al territorio continúan apareciendo bien visibles. En algunas de las islas se observa actividad extractiva de madera de balsa, un material a la vez duro y muy ligero que es muy valorado por los mercados exteriores.

A la vista de este nuevo impacto, Julián siente el peso de la responsabilidad. Sabe que su territorio y la vida comunitaria, hasta ahora protegidos por el aislamiento y la inaccesibilidad, están condenados a transformarse en algo muy diferente de lo que es ahora.

El sueño de Julián

Pero si los achuar conservan la toma colectiva de decisiones, probablemente intentarán paliar las tensiones que, de manera inevitable, se van a producir por la tentación de las riquezas que se supone traerá la carretera.

La determinación que encarna Julián es conservar la soberanía, hacer que el nuevo puerto fluvial funcione. Conseguir evitar que la carretera continúe penetrando, inexorable, selva adentro.

Que el río solo sea atravesado por un teleférico. Que se afiance el proyecto de canoas eléctricas propulsadas por energía solar que lidera la Fundación Kara Solar. Que se instalen las estaciones de recarga necesarias a lo largo del río Pastaza. Julián aspira, en definitiva, a conectar su sueño con el sueño solar de los achuar, que aporte energía limpia a la soberanía de su territorio.

Los indígenas achuar, que no fueron colonizados y que han sobrevivido a múltiples amenazas, otorgan una importancia primordial a los sueños. Los usan para guiar su vida cotidiana y también sus decisiones más trascendentales.

Y se los cuentan de madrugada, mientras beben en oblongas calabazas la wayusa. Se trata de una infusión que acaba produciendo un vómito purificador, que los fortalece, antes de enfrentar sus duras jornadas de trabajo.

Hoy, ante la llegada inminente de la carretera, la capacidad de continuar defendiendo la selva de agresiones exteriores depende, quizás más que nunca en la historia del pueblo, de los sueños solares de Julián y los suyos.

Y a fe que los achuar están soñando mucho.

Este reportaje pertenece a una serie sobre defensores de los bosques que comenzó en Brasil y ahora sigue en Ecuador. Es un proyecto de openDemocracy/democraciaAbierta y ha sido realizado con el apoyo del Rainforest Journalism Fund del Pulitzer Center.

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