Un tiro, un gol. Y a esperar. Guion delicioso para un entrenador de un equipo pequeño, especialmente a domicilio y ante un rival directo por la permanencia. El Elche se plantó en Valladolid con once partidos seguidos sin ganar y con la vieja consigna de aguantar y ver qué pasa. La sorpresa y la alegría aparecieron súbitamente en el minuto nueve, cuando Josan recibió en la derecha y cruzó la pelota con la zurda para abrir el marcador. Nadie logró impedir su disparo ni bloquear el lanzamiento. Tampoco Masip, que bastante tuvo con intentar quedar bien para la foto. Escenario paradisíaco para los ilicitanos; pesadilla para el Pucela. Weissman conectó como pudo un envío de Luis Pérez y solo el poste pudo evitar el empate.
El ímpetu local, animoso en sus intentonas, pronto quedó sometido a los plomizos intereses visitantes, deseosos de que acabara cuanto antes el primer tiempo. Nacho concedió su espalda para que Josan, ayudado por la indiferencia de los centrales, encarara tras un envío desde su campo y anotara alegremente el 0-2.
El VAR anuló un gol de Weissman a la hora de partido tras una revisión eterna por una levísima mano en el suelo que hubo que descifrar para castigarla. Así de frío es el nuevo fútbol de gradas vacías y ojo de halcón. Tan loco es el panorama en Zorrilla que el recién ingresado Míchel, con la izquierda, superó a Badía con un preciso toque junto al poste desde la frontal. Quedaban 20 minutos para soñar con un empate. O lo que fuese. Alcaraz rondó la igualada con un potente intento lejano y tuvo que ser un defensa quien saldara el encuentro: Joaquín, con un tremendo cabezazo, dobló las manos blandas de Badía.
La milagrosa igualada equilibró las capacidades de ambos conjuntos, pues ninguno merecería ganar. Una semana más de tránsito entre la duda en Valladolid y Elche.
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