El “verano del descontento” inglés que Europa mira de reojo

El “verano del descontento” inglés que Europa mira de reojo

El primer día de huelga de los ferrocarriles del Reino Unido, que paralizó casi por completo el país, el presentador de Good Morning Britain, lanzó a bocajarro a su entrevistado, Mick Lynch, el secretario general del sindicato RMT, plantado frente a uno de los piquetes informativos, una pregunta pretendidamente provocadora: “¿Es o no es usted un marxista, como dicen algunos diputados conservadores?”

– “Richard, a veces sales con la mayor de las estupideces”, respondió Lynch.

Richard Madeley también había caído en el tópico, como gran parte de los medios de comunicación, de intentar comparar el actual malestar social que está germinando en el Reino Unido ―y en gran parte de Europa― con el histórico “invierno del descontento” de finales de 1978 y principios de 1979. Los sindicatos británicos, con un poderío que hoy resultaría inimaginable, pusieron en jaque entonces al país. También reclamaban en aquellos días subidas salariales, en el sector público y el privado, y el Gobierno de James Callaghan también se resistía, por temor a una espiral de inflación. El resultado fue la llegada de Margareth Thatcher y su programa neoliberal, que crujió a las organizaciones obreras.

La estación de Liverpool Street, en Londres, amaneció vacía el 23 de junio, el tercer día de la huelga del personal de ferrocarriles del Reino UnidoFoto: Reuters | Vídeo: EPV

La memoria es perezosa, y es más fácil bautizar de nuevo los problemas actuales con la fórmula shakesperiana, el “verano del descontento”, que profundizar en las razones concretas de esta particular inquietud.

“Es muy probable que nos estemos dirigiendo hacia un mini verano del descontento, porque la realidad es que las centrales sindicales son mucho menos poderosas que en la década de los setenta”, explica Alan Manning, profesor de Economía de la London School of Economics. “Veremos huelgas sobre todo en aquellos sectores donde el sindicalismo tiene aún fuerza: en los ferrocarriles, en las líneas aéreas… en el sector público en general. La economía privada no tiene ya capacidad para dar un golpe de efecto inmediato como es una huelga”, dice Manning.

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Para entender lo que está sucediendo, y el potencial de caos que conlleva, hay que fijar el foco en un fenómeno extraordinario y en dos sectores concretos. El fenómeno es una pandemia global que puso el mundo patas arriba, al final de la cual muchas cosas cambiaron para siempre. Los dos sectores son el de la industria aérea y el de los servicios públicos.

El primero despidió a cerca de 2,3 millones de trabajadores durante la larga hibernación del coronavirus, según Air Transport Action Group, que agrupa a cientos de empresas de la industria aérea. Cuando se levantaron las restricciones sociales y la gente pudo viajar de nuevo, se produjo lo que los expertos han llamado el “turismo de venganza”, que ha desbordado por completo las previsiones. Todo el mundo se lanzó a recuperar los planes de viaje perdidos. Muchas de las personas que trabajaban en mantenimiento, como personal de aeropuerto o en otro tipo de servicios del sector, se han resistido a volver a sus puestos. Y los que quedan, no están dispuestos a soportar una sobrecarga de trabajo con salarios bajos y congelados desde hace muchos años, y una inflación galopante.

“Con una inflación impulsada además por una subida imparable del coste de la energía y de los alimentos, los hogares más pobres están sufriendo las peores presiones por la crisis del coste de la vida, con su propia tasa de inflación situada ya en los dos dígitos”, explica Jack Lesley, economista senior del centro de pensamiento británico Resolution Foundation.

En el Reino Unido, la cifra del IPC se sitúa ya en el 9.1%, y el Banco de Inglaterra pronostica que llegue al 11% a finales de año. En la zona euro, a mediados de mayo, la inflación media estaba en el 8,1%.

A lo largo de la primavera, la escasez de mano de obra y las huelgas han provocado importantes atascos y graves disrupciones en aeropuertos de Londres, Ámsterdam, París, Roma o Fráncfort. Para la campaña de verano, los setecientos trabajadores de British Airways en el aeropuerto londinense de Heathrow han convocado una serie de paros que alterarán considerablemente los planes de vacaciones de muchos británicos. El personal español de Ryanair ha anunciado también varias jornadas de huelga para finales de junio. La compañía de bajo coste EasyJet ha cancelado ya cientos de vuelos en lo que va de año, incapaz de dar respuesta a unas reservas que, sin embargo, no tuvo reparo en vender. Las autoridades de Heathrow tuvieron que pedir la semana pasada a algunas líneas aéreas que suspendieran sus vuelos porque se amontonaban, sin distribuir, gran parte de las maletas facturadas. De nuevo, falta de personal.

Contra la inflación

La huelga del pasado lunes en Bélgica reveló el descontento que hay en un país donde la tasa de afiliación sindical está muy por encima de la de otros países europeos y la capacidad de movilización de las centrales está contrastada. El paro iba acompañado de una manifestación que reunió a más de 70.000 personas. Pedían que se eliminen los límites legales que hay en el país para evitar aumentos de salarios por encima de los países vecinos y, así, no perder competitividad. Dicho de otra forma, lo que está detrás de la protesta es la pérdida de poder adquisitivo en un país en el que la inflación ha llegado al 13,4%.

En Holanda, la semana ha estado repleta de paros y protestas. A las movilizaciones de los granjeros por la exigencia de reducir los niveles de nitrógeno, se han añadido las protestas por los sueldos de los trabajadores de la limpieza en aeropuertos, en el transporte público y personal sanitario. Otra vez, los precios echan gasolina sobre estas contestaciones, un IPC en mayo en el 10,2%, ponen contra las cuerdas a los salarios y a sus negociaciones, informa Manuel V. Gómez desde Bruselas.

El fin de los aplausos

Miles de personas, en Londres, Madrid, París o Roma, salieron a sus balcones o a las puertas de sus casas para aplaudir a los trabajadores esenciales que seguían al pie del cañón durante la pandemia. La mayoría formaban parte del sector público, y desean que el cariño de aquellos días se traduzca ahora en respaldo a sus peticiones de subida salarial. La inflación galopante les ha acorralado.

A las puertas de la Estación Victoria, en Londres, un piquete informativo del sindicato RMT (Ferrocarriles, Marítimo y Transporte), que ha logrado que 40.000 trabajadores de la empresa pública Network Rail y de otras 13 operadoras privadas financiadas con los presupuestos respalden la huelga, habla y se deja fotografiar a cambio de no dar nombres. Hay cosas que no cambian, como la desconfianza en estas situaciones. “Todos tenemos que alimentar a nuestras familias, y muchos de los compañeros necesitan acogerse a las 700 u 800 libras del universal credit [entre 800 y mil euros de la prestación social principal del Gobierno británico] para llegar a fin de mes”, explica uno de los trabajadores del piquete. “Y te garantizo que el 99% de las personas que pasan por la calle nos ha mostrado su respaldo”, dice.

Un piquete informativo de los trabjadores de los ferrocarriles, este jueves, en la Estación Victoria de LondresRafa De Miguel

“Yo sí creo que se acerca un verdadero verano del descontento, al menos en el Reino Unido. Este Gobierno es actualmente un grupo de hombres y mujeres zombis, incapaces de gobernar, en el que todo gira en torno a Boris Johnson y sus mentiras, y en su necesidad de supervivencia”, asegura con contundencia Guy Standing, economista de la Escuela de Estudios Orientales y Africanos de la Universidad de Londres, creador del término “precariado” y uno de los intelectuales que más ha agitado en los últimos años las ideas de la izquierda política. “Lo que ocurre es similar a la era pre-Thatcher en dos aspectos: es un periodo en el que el viejo modelo económico se ha venido abajo, y en el que el Gobierno se muestra incapaz de gobernar. Se limita a reaccionar ante los acontecimientos, y a atacar a los sindicatos, para contentar a la extrema derecha. Los diputados conservadores más centrados intuyen que se trata de una mera táctica política que oculta la verdad”, denuncia Standing.

Profesores, enfermeros, empleados del servicio postal, funcionarios municipales, y hasta los abogados del turno de oficio han comenzado a organizarse para votar si van o no a la huelga. “Llevan una década de sueldos congelados, o recortados, y cada vez lo sienten más en sus bolsillos”, ha advertido al Gobierno de Johnson Frances O´Grady, la secretaria general de TUC, la principal confederación sindical del Reino Unido.

El primer ministro británico, acorralado por sus propios problemas internos, se resiste a ceder a las presiones del sector público, por temor a agravar la tensión inflacionaria, pero también porque le resulta tentador, como ocurrió con el Brexit, buscar un enemigo ―los sindicatos, en este caso― que le permita exprimir en su beneficio un clima de enfrentamiento. Como en otras ocasiones, el Reino Unido será el campo de experimento para responder a un problema mucho más global. Y se podrá comprobar si el “verano del descontento” acaba afectando a toda Europa, o la borrasca se agrava en la isla y no da el salto al continente.

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