El verdadero terror laboral

Una gran empresa propone a sus empleados un plan irresistible: mediante la inserción de un chip en el cerebro, pueden separar sus recuerdos del trabajo de los de su tiempo libre. Una parte de la conciencia se queda encerrada en la oficina y la otra vive en un asueto eterno, sin saber nada la una de la otra. La serie se llama Separación (Apple TV+), y es una ironía maravillosa que esta alegoría del mesianismo tecnocrático la produzca y emita la empresa que quiso sustituir la cruz por una manzana mordida, y a Cristo, por Steve Jobs.

La serie es en el fondo un thriller tópico de conspiraciones más viejo que los rollos del mar Muerto. Lo bueno de Separación es que se disfruta pese al sermón de sal gruesa que imparte doctrina antineoliberal. La alegoría es tan refinada en lo estético como burda en su planteamiento distópico, por lo que impone una distancia enorme entre los personajes y el espectador. Si alguien que se gana la vida con un ordenador compara su realidad con la trama de la serie, apenas reconocerá nada: su empresa no quiere separarle en dos mitades, sino fundir todas sus partes en una única existencia conectada e ininterrumpida, sin horarios, vacaciones ni asuntos personales.

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La frontera entre la vida personal y el trabajo fue un muro impuesto por la lucha obrera, no por los empresarios. El terror laboral no es un chip en el cerebro, sino una de esas oficinas con futbolín y patinetes donde el trabajo parece un campamento juvenil. La amenaza perturbadora no es Patricia Arquette con melena de plata imitando a Cruella de Vil, sino tu jefe de 30 años vestido con una camiseta de The Big Bang Theory mandándote un whatsapp con emoticonos a las once de la noche y preguntándote de muy buen rollo si podrías entregar el proyecto mañana.

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