El virus reabre las grietas entre castas en la sociedad israelí

Un judío ultraortodoxo, ante un centro de pruebas de coronavirus móvil en Jerusalén.
Un judío ultraortodoxo, ante un centro de pruebas de coronavirus móvil en Jerusalén.ABIR SULTAN / EFE

En Bnei Brak aún se recuerda el multitudinario funeral de Aharon Shteinman, líder espiritual askenazí, fallecido en 2017 a los 104 años. Cerca de 200.000 ultraortodoxos despidieron al gadol hador, el maestro judío más reverenciado de su generación y jefe del consejo de sabios de influyentes partidos ultrarreligiosos de Israel, en ese piadoso suburbio de la profana aglomeración de Tel Aviv. El pasado 30 de marzo, dos semanas después de la imposición del confinamiento de la población por la pandemia, cuatro centenares de seguidores de su yeshiva (escuela talmúdica) acudieron en la misma ciudad al entierro del rabino Tzvi Shenkar. Las imágenes del nutrido cortejo fúnebre colmaron la paciencia de los sectores laicos de la sociedad hebrea, enclaustrados en sus casas mientras los jaredíes, o temerosos de Dios, violaban las restricciones sanitarias.

Tres días después, el primer ministro Benjamín Netanyahu envió al Ejército y a la policía para sellar con puestos de control los accesos a Bnei Brak, cuyos 200.000 habitantes —familias empobrecidas con una media de siete u ocho hijos— se hacinan en apenas siete kilómetros cuadrados.

Aunque representan poco más de la décima parte de los nueve millones de habitantes de Israel, los ultraortodoxos concentran la tercera parte de los 15.000 casos de coronavirus registrados hasta ahora. Tras el foco de contagio inicial en el centro del país, las autoridades clausuraron también los barrios ultrarreligiosos de Jerusalén, habitados por 250.000 de sus 900.000 vecinos y que acaparaban el 75% de los casos positivos del virus. Además de sufrir con mayor intensidad la plaga de la pandemia, los jaredíes se han visto marcados por el estigma social de ignorar las medidas de contención.

“Son ante todo familias muy pobres y numerosas, que viven es casas muy pequeñas”, puntualiza Fleur Hassan-Nahoum, vicealcaldesa de Jerusalén, en un intento de tender puentes con los votantes religiosos, cuyos partidos sostienen el gobierno municipal conservador. Su Ayuntamiento distribuye unas 20.000 comidas diarias entre los hogares más necesitados de estas comunidades, donde una gran parte de los hombres se dedica en exclusiva al estudio de las sagradas escrituras y la oración, mientras son las mujeres (un 75% de tasa de actividad) las que sostienen la economía familiar con empleos precarios y ayudas sociales.

“No se han cerrado estos barrios por ser ultraortodoxos, sino porque son las zonas con mayor tasa de contagios”, enfatiza la alcaldesa adjunta responsable de Relaciones Internacionales. “Las disputas entre líderes religiosos judíos sobre las normas sanitarias han dejado sin orientación a muchos de sus seguidores”, reconoce Hassan-Nahoum.

Los contagios entre los ultrarreligiosos se multiplicaron a partir del 10 de marzo, con la celebración del Purim o carnaval judío. Mientras los responsables sanitarios advertían ya a los israelíes de la necesidad de mantener el distanciamiento social, cientos de miles de jaredíes participaban en festivales multitudinarios.

“Un mes más tarde, durante las festividades de la Pascua judía, se evitó cometer el mismo error al decretarse un toque de queda general”, destaca la vicealcaldesa, quien da cuenta del paulatino regreso a la normalidad tras el repliegue de las fuerzas de seguridad. En las calles de Mea Shearim, el mayor distrito ultraortodoxo de Jerusalén, se acata el uso de mascarillas, declarado obligatorio por el Gobierno bajo multa de 200 shequels (unos 50 euros). Entre tanto, el servicio de emergencias sanitarias Estrella de David Roja ha instalado un centro móvil de pruebas en ese barrio con el apoyo de tropas del Mando de Frente Doméstico, equivalente a la Unidad Militar de Emergencias española, con intérpretes de yiddish (dialecto judío centroeuropeo).

El cordón sanitario levantado en Bnei Brak y los barrios jerosolimitanos se acaba de trasladar a Beit Shemesh, otro feudo ultraortodoxo en la provincia de Jerusalén, entre cuyos 62.000 residentes se contabilizan 320 positivos, frente a los 202 en la laica Tel Aviv (450.000 habitantes).

Los ultrarreligiosos judíos se agrupan en dos grandes corrientes en Israel. La askenazí (centroeuropea), con ramas jasídica y lituana, y la sefardí u oriental. La primera tiene representación política en la Unión por la Torá y el Judaísmo (UTJ), mientras la segunda cuenta con el partido Shas. Ambas fuerzas se nutren del disciplinado voto de sus adeptos bajo las directrices de los rabinos.

El ministro de Sanidad ultrarreligioso anticipa su renuncia

Después de haber apuntalado en el poder a Netanyahu desde hace cinco años, aspiran a seguir manteniendo la generosa financiación pública de sus centros educativos y sociales en el seno de la nueva coalición, pactada por el primer ministro conservador con el centrista Benny Gantz.

El ministro de Sanidad en funciones, el ultraortodoxo de la UTJ Jacob Litzman, quien dirige la estrategia contra el coronavirus, se ha convertido en blanco de las críticas al haber dado positivo tras asistir al rezo colectivo en una sinagoga, pese a la prohibición impuesta por su propio departamento. Litzman ha anunciado este sábado que va a renunciar a la cartera sanitaria para pasar a desempeñar la de Vivienda en el nuevo Gabinete, según adelanta la prensa hebrea.

En el rito judío lituano que sigue Liztman, muchos responsables religiosos consideran que el estudio de la Torá protege a la comunidad judía de todo peligro. Decenas de miles de seguidores de rabinos radicales han exigido esta semana la reapertura de las yeshivas al Gobierno, que aplica un plan de recuperación gradual de la actividad económica dentro del proceso de desescalada de las medidas de contención.

“La Administración y los líderes espirituales comparten la responsabilidad de no haber preparado a la comunidad jaredí ante los riesgos de la pandemia”, sostiene el antropólogo de la Universidad Hebrea de Jerusalén Ben Kasstan al analizar el estigma social que ha recaído sobre los temerosos de Dios en esta crisis sanitaria. “Su tasa de infecciones ha sido desproporcionada”, argumenta en un estudio publicado por Haaretz, “y mucha gente les responsabiliza de causar un grave perjuicio a la sociedad al ignorar las restricciones dictadas durante la pandemia”.


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