Que es una lata el trabajar no nos lo descubrió Luis Aguilé, quien lo probó lo sabe. Y no hace falta elevar la experiencia de muchos a categoría universal: si el trabajo fuera una recompensa, no nos pagarían por hacerlo. Se acaba de estrenar en Apple TV+ Separación, serie creada por Dan Erickson y protagonizada por Adam Scott rodeado de secundarios de relumbrón —John Turturro, Patricia Arquette y Christopher Walken, entre otros—. Separación retrata un mundo en el que existe la posibilidad de aislar por completo la vida personal de la profesional gracias a un chip insertado en el cerebro de quien se presta. La brecha es tal que el yo profesional, llamado dentri, no sabe nada del yo personal —fueri— y viceversa, categorías que en español remiten a los curris de Fraggle Rock (en inglés son doozers). La vida extramuros tampoco pasa felizmente porque no hay amor: las vicisitudes de los fueris son tan deprimentes como las de los dentris, que desempeñan uno de esos trabajos a lo Chandler Bing que no entienden ni ellos.
La semana pasada también se estrenó la cuarta temporada de La maravillosa sra. Maisel. Su creadora, Amy Sherman-Palladino, temía que los espectadores no recordaran dónde se quedó la trama de la serie, cuya temporada anterior data de diciembre de 2019. Algo parecido le ha pasado a Euphoria, cuya primera temporada terminó en agosto de 2019, por no hablar del regreso de Borgen, recién estrenado en Dinamarca. Aquí llegará en primavera —pase ligera— vía Netflix, siete años después de su final en España. La tele de la infancia y la adolescencia es inolvidable, el chip que nos urge a los que la burbuja de las series nos ha convertido en bulímicos televisivos es uno que nos recuerde la trama de las series emitidas en un pasado reciente.
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