Los dos se sintieron cerca de la derrota, pero la pelea terminó en un empate vibrante, el 2º del duelo entre el noruego Magnus Carlsen y el ruso Ian Niepómniachi, al mejor de 14 partidas, que deja el marcador en 1-1. La tercera se juega este domingo desde las 13.30 (hora peninsular española) en la Expo Universal de Dubái (Emiratos Árabes Unidos).
“Cuando me veía con clara ventaja, se me ha escapado una jugada muy buena de Ian [18 …Cac5], que me ha dejado en situación comprometida. Aun así, me parecía que en una partida entre humanos, más allá de lo que indiquen las máquinas en esa posición, mis recursos podían ser suficientes, y así ha sido”, reconoció el noruego, número uno desde 2010 y campeón del mundo desde 2013. “En efecto, me he dado cuenta de que Magnus había omitido ese detalle y me he sentido muy cómodo ahí. Pero luego él ha jugado muy bien, de modo que no tengo grandes objeciones al empate”, replicó el aspirante.
Los prolegómenos de esta pelea feroz incluyeron detalles sorprendentes, observados desde la primera fila por el secretario de Estado para el Deporte, José Manuel Franco, desplazado a Dubái para clausurar este lunes el Torneo Mundial Escolar, que organiza el pabellón de España en la Expo. El ruso Arkady Dvorkóvich, presidente de la Federación Internacional (FIDE), hizo el saque de honor, como en la víspera, pero esta vez su jugada (1 e4) no fue la que Carlsen hizo de verdad (1 d4) cuando se puso el reloj en marcha; nunca sabremos si fue un malentendido entre ambos cuando Dvorkóvich preguntó al noruego o si este provocó la confusión para poner nervioso a Niepómniachi.
El campeón planteó la Apertura Catalana, que, curiosamente, debe ese nombre a que se empleó por primera vez en el torneo que se organizó en Sitges en 1929 con motivo de la Expo de Barcelona. Y surgió una situación similar a la del viernes: un peón de ventaja para el ruso, pero con la iniciativa y la armonía en manos del escandinavo. Con un indicio de que Niepómniachi no estaba a gusto: tardó unos 10 minutos en regresar al escenario desde su camerino tras la décima jugada de Carlsen.
Seis lances después volvió a ocurrir algo sorprendente. El campeón disponía de un par de movimientos tranquilos que le daban una cómoda compensación por el peón entregado. En lugar de ellas, optó sin necesidad por una idea de doble filo y alto riesgo. Y ahí fue donde cometió el desliz. Carlsen tenía que bajar al barro, el terreno favorito del aspirante, porque era su mejor recurso. Y lo hacía sacrificando calidad (en la jerga, diferencia de valor entre una torre y una pieza menor) a cambio de que sus piezas fueran muy activas. Era una pelea a muerte, sin escudos.
Además, el reloj empezaba a apretar. Mientras el noruego, muy tenso, se sumía en una larga reflexión, Mike Klein, periodista principal de Chess.com, encontró un dato estadístico que quizá merodeaba el subconsciente del campeón: “En las tres primeras que Carlsen perdió ante Niepómniachi [2003, 2011 y 2017], él sacrificó también la calidad”.
Ciertamente, los programas inhumanos dictaminaban una gran ventaja del ruso. Pero Niepómniachi es humano y, por tanto, resulta improbable que juegue como una computadora. Sus imprecisiones fueron aprovechadas por Carlsen, quien dio un vuelco a la partida. Aun así, su ventaja no era suficiente para ganar, y el empate se firmó tras cuatro horas y media.
Lo sucedido en este segundo asalto confirma lo que se sabe de Carlsen: es fortísimo en todo tipo de posiciones, pero resulta más probable que sus escasos errores se produzcan en las muy complejas, no en las de apariencia sencilla, donde su técnica es celestial. Por el contrario, Niepómniachi muestra una cara muy poco frecuente: en lugar de su estilo de alto riesgo, deja que sea el campeón quien se la juegue. Al menos, de momento. Quizás espere a aclimatarse a la tensión especial de la final de un Campeonato del Mundo antes de lanzarse, como en él es habitual. Hay un detalle que por ahora va en su contra: en las dos primeras partidas, Carlsen le ha sorprendido en las aperturas (primeros movimientos) preparadas por los respectivos equipos durante los últimos meses. No es aventurado suponer que el ruso se siente incómodo con ello.
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