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En el séptimo cielo


Si fue como un ensayo general, no resultó muy tranquilizante, viendo el nivel de espesura que tuvo el juego de la Real en la primera parte de ayer ante, eso sí, un Valladolid bien organizado cuyo plan de ahogar la salida de balón txuri urdin, primero, y cerrar todos los caminos interiores, después, le salió a la perfección en ese primer acto. Si fue una especie de declaración de intenciones de cómo se siente la tropa blanquiazul en vísperas de acometer la madre de todas las batallas, de asaltar la final de Copa, todo la muchedumbre que se dio cita en Anoeta -otra vez más de 30.000- durmió a pierna suelta. Por intentarlo no va a quedar. El bando de asalto a la gloria ya está declarado.



Lo de ayer fue un anticipo, pero qué anticipo. La Real, toda ella, desde su presidente hasta el último de esos más de 35.000 socios de los que presumió ayer el club, durmió en el séptimo cielo al ver que su equipo se codea con la auténtica elite del fútbol estatal. A rebufo de Barcelona y Real Madrid, con los mismos partidos que el resto del campeonato menos el Eibar, los txuri urdin sumaron la séptima victoria consecutiva en Anoeta revelándose contra el tipo de partido, previsible por otra parte, que le reservaba el destino.

Contra la parsimonia, la paciencia, del primer acto, la Real metió electricidad en la segunda parte. Contra el academicismo que recomendaba amasar las jugadas ante el buen posicionamiento del rival, a moverle hasta desgastarle y encontrar el espacio, verticalidad. Contra la horizontalidad de una primera mitad sin un solo disparo entre los tres palos que llevarse a la boca, cuatro intentos en el primer cuarto de hora de la segunda mitad que le recordaran al Valladolid que se le avecinaba un bombardeo.

Y en medio de la rebelión,la clarividencia. Porque si hay algo que no abandona a esta Real, que los jugadores llevan consigo como el mejor de sus ases en la manga, es la categoría de estos futbolistas para fabricar una jugada como la que decidió el partido de anoche. De una clase a la altura de pocas escuadras en este campeonato. Odegaard filtró un pase magnífico, Oyarzabal ganó la ventaja con un control orientado decisivo, Zaldua le devolvió la pared a la primera y el Valladolid, que por primera vez en todo el partido corría para atrás en desventaja, sabía que ya no había nada que hacer. El cabezazo de Januzaj al centro del capitán elevó directamente a todo el estadio a un limbo, a un estado gaseoso que debe de ser lo más parecido a sentirse en el paraíso. Al menos en clave futbolística.

Los quince minutos finales, después de que no llegara el 2-0, fueron toda una fusión grada-equipo en medio de esa enorme euforia que se apodera de Anoeta cuando va a ganando la Real. Primero para sujetar tres puntos que eran vitales, para lo que hubo que recurrir a argumentos de toda la vida como achicar agua. Y segundo, como mensaje alto y claro de que la Real, todos juntos, está preparada para volver a hacer historia el miércoles en Miranda.


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