En la trinchera hospitalaria del frente ucraniano: “Mejor alargar la pandemia que volver a la guerra”

Gennady Gurzhyi levanta los ojos hacia el techo de su despacho y suspira. Lleva 40 años en la profesión y todos los ha ejercido en Svitlodarsk, una pequeña población de 8.000 habitantes en la región de Donetsk. Desde hace siete, vive en primera línea del frente. Gurzhyi es el director del hospital y necesita dos pausas para formular su respuesta. No tiene claro cuál, si la guerra o la crisis sanitaria, ha provocado más dificultades para desarrollar su labor.

El equipo de limpieza, con bata verde y guantes amarillos, es el único que salen al pasillo en el hospital de Svitlodars’k.

FOTOGALERÍA | Entre virus y balas

“Es complicado, no son situaciones del todo comparables. Es cierto que en 2014 caían bombas y había disparos, pero la Administración podía ayudar. Ahora, con la pandemia, estamos desbordados. No nos quedan camas”, confiesa.

Por desgracia, sus palabras no son una exageración. La mayor parte de la planta baja de este complejo lleva años ocupada para el uso exclusivo del ejército ucraniano y, desde el marzo pasado, la mitad de las cien camas restantes están dedicadas a pacientes afectados por el SARS-CoV-2.

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Con un conflicto que se ha recrudecido en 2021 y que ha vuelto a acaparar la atención de Occidente en los últimos meses, la tensión ha aumentado en los hospitales de primera línea que también tratan de lidiar con la covid-19. En estos momentos, algo más de millón y medio de personas han recibido una dosis de la vacuna y menos de 350.000 han completado la vacunación en un país de 44 millones de habitantes (en Ucrania, a día de hoy, se han contagiado más de dos millones de personas y han muerto 52.000 personas). Y, aunque las hospitalizaciones han descendido durante marzo y abril, se situaron por encima de las 3.000 diarias.

La situación provocó que muchos centros del frente hayan tenido que recibir pacientes de otras zonas del interior. Hace dos meses, cuando el enfrentamiento entre Ucrania y los separatistas apoyados por Rusia parecía inevitable, las camas covid del hospital de Svitlodarsk superaban el 94% de ocupación.

“La gran mayoría de pacientes no son de aquí, vienen desde otras ciudades y pueblos cercanos que, o no tienen hospital o no disponen de camas libres”, explica el director. Algo paradójico dado que, poco tiempo atrás, eran los habitantes de este enclave los que acudían a ciudades de mayor tamaño y alejadas de la línea enemiga para realizar intervenciones de cierta envergadura.

Y eso, a pesar de que la conexión no es nada fácil por el mal estado de las carreteras. Los 30 kilómetros a la urbe más cercana se recorren en una hora en minibús. Algo más en caso de utilizar las cuatro ambulancias que la capital administrativa cede para las urgencias. Los socavones del asfalto obligan a reducir la velocidad para evitar saltos y complicaciones en los pacientes.

Nadie quiere ir a la guerra

La jefa de enfermeras enseña un interior que parece haberse congelado 40 años atrás. El azul verdoso desaturado de las paredes, los juegos de cama de hostal barato y los pasillos en los que varias mujeres con uniforme verde y guantes amarillos friegan constantemente el suelo, subrayan el país y la zona en la que se encuentra el hospital.

Con 19 años de experiencia y seis en su puesto, Svetlana muestra su preocupación por la falta de sanitarios. Si una década atrás la población tan solo giraba en torno a la fábrica térmica que alimenta a la ciudad, desde el inicio del conflicto en 2014, las personas dispuestas a instalarse en Svitlodarsk se han visto reducidas de manera considerable. A escasa distancia de la línea enemiga, es fácil escuchar –y en ocasiones ver—por la noche el intercambio de fuego entre ambos bandos, aunque en los últimos dos años ningún proyectil ha impactado en el interior de la ciudad.

El hospital de Svitlodarsk cuenta con 18 médicos y 83 enfermeras para una población de 26.000 personas

En la actualidad, el hospital cuenta con 18 médicos y 83 enfermeras, que también se encargan de los pacientes de pueblos de menor tamaño como Luhanske o Myronivsky: 26.000 personas en total. Uno de ellos es Vasily, un hombre de 79 años que rompe el silencio de la segunda planta al caminar apoyado en un bastón. “Aquí nos cuidan muy bien”, exclama señalando a cuatro enfermeras que descansan cerca del quirófano.

Según los datos ofrecidos por el jefe del hospital, apenas una docena de empleados han resultado contagiados durante la crisis sanitaria, cinco de ellos durante el desempeño de su trabajo. Gurzhyi se lava las manos y lo achaca a la mala praxis de algunos profesionales en un hospital en el que no realizan especial ventilación y nadie utiliza mascarilla FFP2.

23 millones de grivnas

Olvidado hasta por los propios ucranianos, en este lugar existen muchas otras carencias que impiden ofrecer una atención especializada frente al coronavirus. La más llamativa es el edificio destruido que descansa en la parte trasera del hospital. Tiempo atrás, fue el área dedicada de forma exclusiva para tratar enfermedades infecciosas. Y no es que no haga falta. Solo una de ellas, la tuberculosis farmacorresistente “sigue siendo una amenaza para la salud pública en el país”, advierte la Organización Mundial de la Salud. El organismo estima que, entre los casos de la enfermedad confirmados en 2018, 6.900 no respondían a los medicamentos, lo que representa el 29% de los nuevos pacientes y el 46% de los tratados previamente. “Estas tasas se consideran altas en comparación con otros países de la región”.

“En 2017 eran necesarios 11 millones de grivnas (alrededor de 330.000 euros) para recuperar el centro, ahora es más del doble y tan solo han pasado años”, explica Gurzhyi antes de lamentar el poco caso que le hicieron “los políticos” en las diferentes peticiones que ha realizado desde entonces.

Vitaliy Pavlovich, secretario del Ayuntamiento presente durante la entrevista, añade: “La estimación actual ronda los 23 millones de grivnas (686.000 euros, aproximadamente), pero no sería necesaria esa cantidad. Podría ser en diferentes fases y arreglar el edificio área por área, pero nadie quiere hacerse cargo”.

Un edificio destruido en la parte trasera del hospital fue tiempo atrás el área dedicada de forma exclusiva para tratar enfermedades infecciosas

Lo que tampoco quieren muchos en el frente es una nueva reactivación de un enfrentamiento que se ha cobrado cerca de 14.000 vidas y que ahora amenaza con romper la calma tensa que se respira en las poblaciones de primera línea. Al igual que el jefe de médicos, Svetlana, que ascendió al cargo durante los primeros meses del conflicto, necesita madurar su respuesta sobre las complicaciones que presentan el aumento de muertos en las trincheras y la batalla frente al virus.

Sin embargo, las casi dos décadas de experiencia con todo tipo de pacientes le proporciona un diagnóstico distinto que a su superior: “Está siendo muy difícil, pero mejor alargar los meses de pandemia que volver a la guerra. Ahora tenemos control. Las últimas noticias están asustando a todos y tenemos miedo. No sabemos qué va a pasar”.

Escalada a las puertas de la UE

Las grandes potencias han vuelto a poner el foco en una guerra que no tiene visos de resolverse tras siete años de largo enfrentamiento. La reunión a mitad de este mes de junio entre Joe Biden y Vladimir Putin junto con las declaraciones del presidente ucraniano asegurando que su país será parte de la OTAN mantienen el foco sobre los futuros sucesos en el Donbás.

El conflicto viene de uno de los recrudecimientos más importantes que se recuerdan y que derivó en el traslado de más de 100.000 efectivos rusos a la frontera con Ucrania. El movimiento fue calificado por la OTAN como el mayor despliegue militar desde el inicio del conflicto, en 2014.

Desde entonces, Ucrania busca apoyos internacionales y ha denunciado que Rusia no ha retirado la mayor parte de sus tropas como llegó a anunciar en abril pasado. A todo ello, se suman las reiteradas violaciones del alto al fuego, las restricciones de movimiento de la OSCE en el lado ocupado o la filtración de un documento europeo que habla de un intento de integración “de facto” del Donbás por parte de Rusia.

La inseguridad e incertidumbre es tal que las autoridades de la capital ucraniana –a 600 kilómetros de las trincheras—compartieron a los ciudadanos, este mismo año, un mapa actualizado con espacios para ser utilizados como refugios antiaéreos. Provocación de Putin, guerra fría en territorio exsoviético o declaración de intenciones, los acontecimientos en el este de Ucrania siempre son dignos de atención.

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