Enrique Krauze y la amistad como chivo expiatorio (Artículo)

“Lo que frustra al alter ego de Krauze es ver combatida su desbordada imaginación (tramas rusas, dictaduras de opereta y conspiraciones que sólo ocurren en su fantasía) con los datos duros del periodismo de hechos que él jamás ha practicado”, escribe el editorialista, Ricardo Sevilla.

Por Ricardo Sevilla

Fernando García Ramírez escribió ayer, en las páginas de El Financiero, un artículo titulado “Indignación selectiva”. En su columna, “Leer es poder”, no habla del estudio de televisión que, justo arriba de la oficina que ocupó durante 18 meses, en la casa ubicada en Berlín 245, se atareaba produciendo cientos de cápsulas ni de los programas que se transmitían por internet, ni de los memes, ni de los videos que se creaban para impulsar la figura de los panistas Josefina Vázquez MotaMargarita Zavala, en su momento— y Ricardo Anaya.

El ex director de la revista Letras Libres tampoco se refiere al contenido de las juntas que, en aquella casona ubicada en la alcaldía de Coyoacán, sostuvo en varias ocasiones con personajes como Margarita Zavala, Consuelo Sáizar, Ricardo Rojo y Jesús Ramón Rojo.

No habla, en suma, de la campaña en contra del actual presidente, Andrés Manuel López Obrador, en la que estuvo implicado y fue pieza fundamental.

Confieso que me sorprendió leer su texto evasivo. Crítico beligerante, como es, imaginé que aprovecharía su espacio para esgrimir argumentos que, al menos, tratasen de objetar los señalamientos que, durante las dos últimas semanas, se le han hecho en diferentes medios de comunicación, con pruebas y testimonios que pueden evaluarse por las correspondientes autoridades hacendarias y cibernéticas.

Cabe recordar que el 17 de marzo, en un artículo publicado en este mismo medio informativo, escribí un texto —con documentos y pruebas a la vista— donde hice la crónica de los poco más de 18 meses que trabajé en el equipo de Enrique Krauze, en una estrategia antilopezobradorista, que tenía el objetivo de descarrilar la candidatura del tabasqueño.

Foto: cuartoscuro.com

Dije entonces —y lo reitero ahora— que fui reclutado por el autor de El pueblo soy yo. Al día siguiente de que mi texto fue publicado en este portal —18 de marzo— (Krauze operó contra AMLO. Testimonio sobre la insidia), y mientras yo ofrecía mi testimonio, de viva voz, en el estudio de Aristegui Noticias, Enrique Krauze fue entrevistado, a su vez, por Ciro Gómez Leyva en Radio Fórmula.

El intelectual, miembro de El Colegio Nacional, aseguró no conocerme. No me sorprendió. Todo lo contrario: había previsto su actitud. El historiador, proclive al ninguneo, ya había menospreciado, entre otros tantos ex colaboradores, al crítico Rafael Lemus, quien, en 2013, decidió abandonar el consejo editorial de Letras Libres por considerar que la publicación censuraba “toda práctica de izquierda”. El historiador, al leer la “Carta abierta a Enrique Krauze” escrita por Lemus, exclamó, altivo: “¿Y yo por qué voy a discutir con ese enano?”. La anécdota —y la expresión literal— me la contó el mismo Fernando García Ramírez en una cena, en su casa.

El hábito de subestimar a sus críticos es moneda de uso corriente para Krauze. Lo que me sorprendió, acaso, en la entrevista con Gómez Leyva, fue escuchar al biógrafo —que no podía controlar su tembloroso timbre de voz— deslindándose de García Ramírez. En menos de treinta segundos, responsabilizó a su amigo de haber creado, por su cuenta, el equipo que había estado al frente de la operación en Berlín. Además de aceptar que el equipo existió (y reconocer que estuvo al tanto de su progreso), el historiador, arrojando por la borda treinta años de amistad con quien fuera subdirector de Editorial Clío, empresa del propio Krauze, lo lanzó sin contemplaciones al tribunal de la opinión pública, donde, hasta el momento, el hombre continúa siendo objeto de vilipendio.

García Ramírez, quien en sus redes sociales se refirió a mí como un “mitómano” y, en su cuenta de Facebook, luego de leer el reportaje publicado el 14 de marzo, en el semanario ejecentral, anunció que no lidiaría con los medios de comunicación y me demandaría penalmente, al final, decidió permanecer callado. Pero su silencio, junto con el categórico deslinde de Krauze, lejos de ayudarlo a restablecer su imagen, ha sido pasto seco para las llamas del escarnio.

Pero eso, al parecer, es lo que menos le interesa al crítico literario. En su columna de ayer, lejos de aceptar que existió —como ya ha sido expuesto con evidencias— un grupo multidisciplinario, subvencionado por empresarios que pertenecen al Consejo Mexicano de Negocios, y que tenía el fin de descarrilar la candidatura presidencial de López Obrador, García Ramírez —demostrándole a Enrique Krauze una lealtad a prueba de humillaciones y sobajamientos públicos— decidió, como suele decirse, pagar los platos rotos.

En un texto errático, donde lanza preguntas retóricas sin orden ni concierto, García Ramírez, quien a ojos del público fue denigrado por su propio jefe (y supuesto amigo), se pertrecha bajo un argumento tan artificioso como victimista: “Contra los que ahora detentan el poder mejor no meterse en estos tiempos de indignación selectiva”.

Una queja que, lejos de sus tintes líricos, no aporta más.

No obstante, su anotación más insidiosa —y grave, por lo que afirma en forma de taimada pregunta— se encuentra en el sexto párrafo de su artículo: “¿Cuándo dedicará el noticiero de Carmen Aristegui las horas destinadas a otros casos para transmitir el reportaje sobre los miles de millones de dólares (es decir, de las decenas de miles de millones de pesos que no van a ser utilizados en programas sociales) que provocó la cancelación caprichosa del NAIM? ¿Dedicará espacio a las consultas amañadas con las que se intentó justificar esa cancelación? ¿Dedicará mesas redondas a comentar la ausencia de investigaciones que avalen el dicho presidencial de la presunta corrupción de las empresas constructoras?”

Y ya entrado en la dinámica de los cuestionamientos retóricos, pregunto: ¿Realmente creerá García Ramírez que Raymundo Riva Palacio (director de ejecentral) y Carmen Aristegui —personajes que no pocas veces se han colocado en las antípodas del periodismo— se prestarían a un juego, orquestando una persecución “oficial”, como insinúa en ese texto delirante? Y me anticipo a su respuesta: Por supuesto que no es así. Y él lo sabe.

Lo que frustra al alter ego de Krauze es ver combatida su desbordada imaginación (tramas rusas, dictaduras de opereta y conspiraciones que sólo ocurren en su fantasía) con los datos duros del periodismo de hechos que él jamás ha practicado. ¿Es mentira lo que afirmo? Podrían demostrarlo (la propia Aristegui les ha ofrecido reiteradamente el espacio) mostrando pruebas sólidas, pero sin salir con hashtags chocarreros, como #YoLeCreoAKrauze, que es el peor —y más burdo— intento de rescatar a un intelectual que ha servido bien a los propósitos del poder empresarial y también la última prueba de que la ingeniería neoliberal que este hombre practica, jamás ha podido pensar en términos de dignidad.

El Presidente López Obrador aseguró que durante su administración el Estado no perseguirá a escritores. Y celebro estas palabras, justo porque le arrebata a Krauze, y al chivo expiatorio en que García Ramírez decidió convertirse por voluntad propia (o sin ella), el sudario de víctimas de una persecución (ficticia) orquestada por el gobierno.

Lo cierto es que, más allá de las digresiones retóricas que expone en El Financiero, el meollo del asunto sigue siendo el mismo: Enrique Krauze, en contubernio con una red de poderosos empresarios —sustentado con facturas expedidas por el SAT, conversaciones por WhatsApp, Facebook Messenger y correos electrónicos que estoy dispuesto a poner ante cualquier peritaje— intentó influenciar en el ánimo de los votantes. Y lo que es todavía peor: esta red sigue operando, en colaboración con el PAN, y ya no para descarrilar una candidatura, sino una Presidencia.

Y con respecto al boleto de avión publicado en el periódico Reforma, que intenta demostrar, de una manera burda, que el ingeniero Krauze no me vio en aquella fecha, me permito responder que la fecha de nuestro encuentro —que no estorbó para nada al equipo que operó en Berlín 245 y con el cual estuvo estrechamente vinculado— es anecdótica. Como dije a ejecentral, al final, terminaríamos por vernos otro día. Y, como corolario, me gustaría traer a cuento una reflexión que, en su momento y al calor de toda esta discusión, el periodista Alberto Barranco apuntó en su cuenta de Twitter: “Puede mostrar mil boletos de avión o facturas de hoteles y de todos modos Enrique Krauze no se libra del estigma de haber intentado a sueldo torcer la voluntad ciudadana para sacar de la posibilidad el triunfo a AMLO. Vaya demócrata”.

 




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