Ensalada de calabacín, queso feta y nueces


Si vives en la creencia de que el calabacín sólo se puede comer cocinado, ha llegado el momento de que abandones la superstición y te ilumines con la luz del conocimiento empírico. O traducido a un lenguaje menos pomposo: es hora de que te dejes de historias y lo pruebes crudo.

Sin pasar por el fuego, esta verdura no va a causar una ola de sensaciones en tu paladar. Sin embargo, las acusaciones de sosa pierden fuerza cuando se piensa en su textura crujiente, su delicado sabor herbáceo y su capacidad para absorber condimientos. Para disfrutar el calabacín crudo se aconseja no cortarlo en tacos gruesos como si fueras a hacer un pisto: para no sentirte un real fooder concediéndose caprichos de conejo, “finura cercana al carpaccio” son las cuatro palabras que debes tener en la cabeza.

Además del corte, un marinado previo siempre ayuda a que la cucurbita pepo -me lo pido como nombre para cuando me haga drag queen– pierda rigidez y adquiera un tacto más amable en la boca. Vamos, que es buena idea tenerlo embadurnado en el aliño que sea entre 15 minutos y media hora, pero no mucho más porque perderá mordida y frescura.

El calabacín crudo es el ingrediente principal de la ensalada de hoy, inspirada en una que tomé este verano en la taberna Kokino Spaleto de Friligkianika (Grecia). Digo “inspirada” y no “copiada” porque toco de oídas sin tener la receta del restaurante, así que si no os gusta no vayáis a quemar el local y descuartizar a su cocinero. El plato posee las virtudes de la mejor comida griega: simplicidad, pocos ingredientes bien equilibrados e inequívoco aire mediterráneo. En el Kokino utilizan unos calabacines blancos pequeñitos cortados en rodajas finas, pero como por aquí son difíciles de encontrar, yo he usado los verde oscuro vulgaris cortados en cintas con el aparato de hacer espirales.

Si no posees tan imprescindible artilugio, haz unas simples rodajas finas con un cuchillo o unas láminas con un pelador y tira que te vas. Más claves para que el invento funcione: estírate y compra un feta griego de verdad, no un sucedáneo guarrindongo hecho en algún país nórdico. Un aceite de oliva virgen extra decente ayudará. Y si el eneldo no te pone, ponle alguna otra hierbecilla, aunque yo no soy ni mucho menos un eneldolover y en este plato me parece que queda fenomenal. La ensalada sirve igual de entrante curioso como de plato para táper: en este último caso, lo único que deberías vigilar es cuándo añades el aliño, respetando la media hora de marinado de rigor. El emulsionado lo puedes hacer cerrando la tartera y meneándola con las dos manos como si fuera una coctelera (siempre que cierre herméticamente; si no, acabarás toda chorreada).

Dificultad

Para cigotos.

Ingredientes

Para 4 personas

  • 2 calabacines medianos
  • 150 g de queso feta
  • 4 cucharadas de nueces peladas
  • Unas ramitas de eneldo
  • 1 limón
  • Aceite de oliva virgen extra
  • Sal y pimienta negra recién molida

Preparación

  1. Cortar los calabacines en rodajas o láminas finas (de entre 1 y 2 milímetros). Ponerlos en un bol, añadir 4 cucharadas de aceite de oliva, el zumo del medio limón, pimienta negra y un poco de sal. Remover bien y dejar marinando entre 15 minutos y media hora.
  2. Picar las nueces y el eneldo.
  3. Cuando haya pasado el tiempo del marinado, escurrir bien el calabacín y ponerlo en la fuente en la que lo vayamos a servir. Pasar lo que haya quedado del aliño en el bol a un bote (si no se tiene, a un bol pequeño). Añadir un par de cucharadas más de aceite, otro chorro de zumo de limón y un poco más de sal. Cerrar el bote y agitar para que emulsione (si se usa un bol, batir con un tenedor).
  4. Verter el aliño sobre el calabacín. Repartir por encima el feta desmigado con las manos, las nueces y, por último el eneldo. Servir inmediatamente.

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