Epílogo vecinal en la casa que fotografió Robert Capa

El estruendo de la mina antipersona que acabó con la vida de Robert Capa en Vietnam el 25 de mayo de 1954 retumba todavía en el barrio madrileño de Entrevías. Allí, 67 años después, Andrés, Neira, Mustafá o Jesús saben quién fue aquel reportero húngaro nacido en 1916 bajo el nombre de Andre Friedman. Estos vecinos forman parte de las 14 familias que viven sus últimos días en el número 10 de la calle Peironcely, el inmueble acribillado que fotografió Capa en noviembre de 1936 con el arranque de la Guerra Civil. Aquel Madrid que recogió Manuel Chaves Nogales en A sangre y fuego. “En el casco de la ciudad las bombas de los aviones hacen carne siempre”. Más allá de esa casquería civil a la que se refiere el periodista sevillano, las heridas en la fachada de ladrillo de Peironcely perduran todavía hoy al paso de las décadas.

Lo hacen pese al intento de maquillar la metralla con yeso por parte de un albañil enviado hace unos años por el propietario, que quería de alguna manera evitar que el curso de la historia chafara sus planes de derribo para levantar un edificio nuevo. “Salimos y le dijimos que esto no se podía tapar porque esta es una fachada histórica”, recuerda Jesús Rico, de 49 años y vecino de Peironcely, 10 desde hace una década junto a su mujer, dos hijas, un hijo y tres nietos. Ahí, a la vista de todos, siguen los pegotes blancos tapando de forma tosca las postillas de la guerra.

En 1998 el fotógrafo José Latova identificó el lugar en el que se había tomado la imagen, en el distrito de Puente de Vallecas, aunque no se hizo público hasta 2010. Desde ese momento ya no se trataba de una casa vieja cualquiera. Así es como este edificio de una planta levantado en 1927, cuyo propietario pensaba derribar para levantar uno nuevo, pasó en 2017 a formar parte del catálogo de bienes y espacios protegidos del Ayuntamiento de la capital. La plataforma #SalvaPeironcely10, que recibió además en 2018 el Sello del Año Europeo del Patrimonio Cultural de la Comisión Europea, ha jugado un papel importante. “Aquí se aúna el valor de la historia con el valor de lo social”, admite satisfecho José María Uría, de la Fundación Anastasio de Gracia, una de las instituciones de la plataforma.

Mustafá Labasse, un marroquí que aterrizó en el barrio en 1999, es el inquilino más veterano. Se instaló en Peironcely, 10 hace 13 años. Lo hizo dando una “propinita” a un compatriota para que le pasara el alquiler. Empezó con una renta de 510 euros y hoy, gracias a la rebaja del propietario, paga 300. Asegura que ha visto desfilar a decenas de familias. La gente “no aguanta aquí mucho tiempo” porque la casa “no está en condiciones”. “Yo como estaba solo -tiene a su mujer e hijas en Marruecos- no me importaba estar aquí”.

Esa bofetada de precariedad es el recibimiento clásico. “Cuando llegamos aquí fue un poquito complicado, la verdad”, explica Andrés Torres mientras desayuna en el saloncito de su casa, que es a la vez la cocina y el dormitorio donde duerme su madre en un sofá cama encajonado entre la tele y la pared. “Estábamos viviendo en una casa aquí al lado, más grande. Llegamos aquí y esto estaba fatal”. Tiene un recuerdo especial para las plagas de cucarachas. “Mi madre es quien ha hecho de este lugar un hogar”, añade Andrés, que este domingo alcanza la mayoría de edad, en agradecimiento hacia Cristina, su madre, que se levanta cada día a las cuatro y media de la madrugada para entrar a trabajar en Mercamadrid.

“Nuestro ángel de la guarda”

Andrés, Mustafá y el resto de vecinos destacan de manera especial la dedicación de José María Uría. “Es nuestro ángel de la guarda”, comenta de él Jesús Rico en referencia a quien no solo les abrió los ojos en torno a la figura de Capa sino quien, en definitiva, ha llevado el timón en la larga travesía hacia el realojo. Uría trata de escapar de todo protagonismo, pero no oculta su satisfacción porque en los últimos años varias de las familias en situación de vulnerabilidad han estado al borde del desahucio en lo que él califica de “momentos muy crueles”. “A nosotros esa foto nos dio esperanza”, dice Jesús refiriéndose al proceso que acabará en unos días con su salida definitiva de las estrecheces de Peironcely hacia un piso digno. La concejal socialista Mar Espinar ha puesto asimismo especial empeño. “La única luchadora que hemos visto aquí es a ella”, afirma embargado por las lágrimas y la emoción Rico, que gracias a ella percibe la política con menos desengaño.

Esta ola de solidaridad se ha dado gracias a “esta fotografía que se despertó como si hubiera estado dormida”, entiende Neira Adelina Montero, una auxiliar de geriatría de 60 años a la que el lupus, una enfermedad autoinmunitaria crónica, mantiene entre casa y el hospital desde hace varios años. “Hay días que puedo levantarme. Hay días que no”. Sentada en la parte de abajo de la litera, se refiere a su “casita” con cariño pese “al frío, al calor, las humedades, los insectos, las ratas…”. “Quién iba a pensar que estábamos viviendo en una vivienda que es historia. Esto es como un renacimiento de este gran fotógrafo. Es una pena si la llegaran a derribar”. Mario, su marido, es un cocinero al que la pandemia mantiene sin empleo. Mientras ella realiza la entrevista, él avanza con el papeleo previo para el realojo.

El inmueble ha cobrado un valor histórico a la sombra de la foto de Capa, pero lo que alberga dentro son 14 infraviviendas repartidas alrededor de dos estrechos patios. Algunas de las casas no alcanzan la treintena de metros. Ahí, sus moradores se agolpan como piojos en costura. Neira se refiere a ellas como casas para “enanitos”. “Aquí no sabemos lo que es tener intimidad”, describe Jesús, que empezó pagando 450 euros y que, con el paso del tiempo, ha acabado con una mensualidad de 350, alguna incluso salvada con ayuda del propietario. Echa la vista atrás y recuerda los tiempos en los que sacaba “un buen sueldo” en la construcción y tenía “un buen piso con plaza de garaje”. Después trabajó siete años en El Corte Inglés, donde pensó que iba a jubilarse antes del porrazo de la crisis. Ahora lleva cuatro años parado y los únicos ingresos que llegan a la familia son los 430 euros de ayuda estatal y 300 de su mujer por cuidar a un anciano. Las penas de Jesús parecen más pasajeras con su nieto Saúl en brazos junto al viejo pozo hoy seco que hay en uno de los patios.

La semana pasada el Consistorio pagó 870.000 euros para expropiar el inmueble y desde este miércoles los inquilinos están siendo citados para firmar el contrato de los pisos en los que serán realojados. El gobierno municipal no ha aclarado todavía a qué va a destinar Peironcely,10, pero sí que tendrá finalidad cultural. La plataforma #SalvaPeironcely10 ha desarrollado ya en parte el proyecto del Centro Robert Capa para la interpretación de los bombardeos aéreos de la capital.

“Para este pueblo de jugadores de lotería que es Madrid, el albur del avión en el cielo dejando caer sobre una pacífica familia su carga de metralla (…) es un azar al que todos se someten sin gran repugnancia”, describió Chaves Nogales. Hoy, estas pacíficas familias de Entrevías se sienten de alguna manera agraciadas a la inversa, les ha tocado el premio del realojo gracias a una foto de aquellos bombardeos. “Quién nos iba a decir que Robert Capa después de 80 años nos venga a dar una ayuda tan grande”, agradece Neira. “Ojalá que él se enterara”.


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