Erupciones, infanticidios y mentiras de cine: el año más extraño del buque científico

“Desde la película hasta ahora, con el volcán, ha sido un año muy raro”, reconoce el capitán Antonio Álvarez, al timón del buque científico Ángeles Alvariño, después de varios días trabajando frente a la colada de lava que ha llegado al mar en la isla de La Palma. Cuando Álvarez habla de “la película” se refiere al rodaje de la millonaria serie dirigida por Alejandro Amenábar que acaba de estrenarse en televisión, La Fortuna, que se realizó en Ferrol usando el buque como plató en octubre de 2020. Como contraste, este verano vivieron momentos mucho más duros: rastrear el fondo marino frente a la costa de Tenerife para encontrar a las niñas asesinadas por su padre, Tomás Gimeno. Y ahora, sin tiempo de digerirlo, captan imágenes de la lava en la fajana palmera.

“Ha sido muy intenso… Y encima es mi último año. Se burlan diciéndome que me pusieron a propósito un volcán para que tenga una despedida por todo lo alto”, dice Álvarez, que se jubila en diciembre. El Alvariño se encuentra estos días estudiando el efecto de la erupción de La Palma para darle el relevo a su gemelo, el Ramón Margalef, que fue el primero en acudir a la emergencia volcánica. Curiosamente, hace justo diez años, el Margalef se estrenaba tras su botadura acudiendo a El Hierro, otra isla canaria, a vigilar otra erupción, en aquella ocasión submarina. Los dos buques son la mejor herramienta del Instituto Español de Oceanografía (IEO-CSIC) para la investigación de los mares.

Pero a veces surgen emergencias que precisan ojos y manos bajo el mar, al margen de las investigaciones programadas. Como señala el jefe de flota del Oceanográfico, Pablo Carrera: ”Somos un servicio público y entendemos lo que es prioritario. Cuando te piden algo así, no te andas con rodeos, solo miras cuándo lo puedes tener listo”. “Algo así”, en palabras de Carrera, es un volcán inesperado o la trágica búsqueda de los cadáveres de dos niñas pequeñas en los fondos submarinos, cuando todo indicaba que su padre las había hundido en el Atlántico tras matarlas.

El 'Alvariño' en plenas labores de rastreo en la costa de Santa Cruz de Tenerife, en su búsqueda de las niñas Anna y Olivia.
El ‘Alvariño’ en plenas labores de rastreo en la costa de Santa Cruz de Tenerife, en su búsqueda de las niñas Anna y Olivia.MARINE TRAFFIC (Europa Press)

Ese rastreo, realizado en junio de este año, llevó al buque y su instrumental al límite, pero también a la tripulación, siempre ajetreada sobre la encharcada cubierta verde. “Eso nos rompió, la gente se quedó tocada: tenemos la cáscara bastante dura, pero también tenemos hijos y no es fácil”, reconoce el capitán Álvarez. El submarino dirigible Liropus 2000 halló el cadáver de Olivia, la hermana mayor, a 1.000 metros de profundidad.

Fue una demostración de las capacidades de este robot sumergible (ROV), que costó un millón y medio hace once años y que quedó seriamente deteriorado en ese esfuerzo, tras cartografiar un área de 250 km² y filmar casi 400 horas en las inmersiones. Un trabajo a esas profundidades estresa cualquier material, tanto la electrónica como la mecánica, señala Carrera, y al doblar turnos para trabajar 24 horas al día, “sabíamos que iba a fallar porque faltaba el mantenimiento”. El Instituto advertía en julio: “Su estado ha comenzado a suponer un riesgo para la navegabilidad, lo que podría suponer su pérdida”.

“Claro que queríamos colaborar con el juzgado y la sociedad, pero no puede trabajar sine die. Se decidió hacer la mejor búsqueda posible en el menor tiempo posible”, resume Carrera. Tras un mes de reconocimiento y con los recursos maltrechos, la magistrada dio por “imposible” hallar los cuerpos que faltaban y permitió irse al Alvariño, que costó 20 millones y cumplirá 10 años en febrero. El hallazgo de Olivia, en circunstancias que mostraban una cruel premeditación, sirvió al menos para aclarar lo que había pasado: violencia vicaria. “Si nos dicen ‘esto hay que hacerlo’, lo hacemos lo mejor posible”, concluye el jefe de flota.

Trabajos con el ROV para recuperar los restos de 'La Mercedes' en 2015.
Trabajos con el ROV para recuperar los restos de ‘La Mercedes’ en 2015.Ministerio de Cultura y Deporte

Poco después de esa difícil misión, en agosto, otra captura digna de película esperaba al Ángeles Alvariño. Fue cuando se acercó a las costas gallegas para ayudar a localizar el narcovelero Benirrás, hundido en pleno confinamiento por la pandemia de covid por sus tripulantes, según publicó el Diario de Pontevedra.

Este tipo de misiones inesperadas son “excepcionales”, explica Carrera, y por eso este año ha sido tan peculiar. Lo normal en la flota del IEO es tener una agenda apretadísima de labores en torno a la península y el archipiélago canario. Unas encomiendas más “grises”, pero transcendentales: los compromisos de España con la UE para la colección de datos para la política pesquera común: “Son campañas delicadas porque tienen muchísimo impacto económico y social; los pescadores españoles y de otros países dependen de esos datos”. Si el Margalef no hubiera estado vigilando la llegada de la lava al mar frente a Puerto Naos, habría estado observando la cantidad de sardinas que podremos compartir con los marineros portugueses. Antes de ir a La Palma, el Alvariño estuvo en el golfo de Bizkaia estudiando cuántas crías de anchoa nacen y cuántas habrá el próximo año, para repartirse con los franceses.

El bueno y el malo

En la primera escena de la serie de Amenábar, se observa claramente la visera amarilla característica de estos dos buques gemelos de 46 metros de eslora. El Alvariño fue plató de televisión durante unas jornadas, a cambio del dinero que pagó la productora (el presupuesto total de la serie es de 18 millones), en un contrato confidencial que Carrera no puede desvelar. “Pagó las tarifas religiosamente y nos coincidió bien a todos”, indica. El equipo de La Fortuna se adaptó a la parada técnica que el buque tenía prevista en Ferrol. “Era la primera campaña del año en que se iba a usar el Liropus, así que aprovecharon una inmersión de prueba que habríamos hecho de todas formas; si encima lo han pagado, pues mejor”, bromea Carrera.

Así que cuando los espectadores de la serie asisten al abordaje del buque frente a las costas de Algeciras, “en realidad estábamos amarrados en el puerto de Ferrol”, asegura el capitán Álvarez. Aunque en la vida real no son ajenos a esas confrontaciones, como cuando las patrulleras gibraltareñas hostigaron a su tripulación hace unos años. La ficción, basada en un cómic de Paco Roca, reinterpreta la historia real de cómo una compañía robatesoros se hizo con el botín de La Mercedes, un buque cargado de oro hundido por Inglaterra.

La tripulación del 'Ángeles Alvariño' maniobra con el submarino dirigible Liropus 2000, con la pegatina del tiburón que se le puso durante el rodaje de Amenábar.
La tripulación del ‘Ángeles Alvariño’ maniobra con el submarino dirigible Liropus 2000, con la pegatina del tiburón que se le puso durante el rodaje de Amenábar.IEO

En la serie, el Alvariño es el barco que usa esta compañía (Atlantis, Odyssey en la historia real) para robar las monedas hundidas y una fragata de la Armada acude al lugar donde se hundió La Fortuna (La Mercedes, en realidad) para buscar restos del pecio, la clave para probar judicialmente el expolio. Pero si nos fijamos en los hechos hay un giro de guion muy vistoso, como explica Álvarez: “En realidad, nos encargaron a nosotros lo del Odyssey; no es como lo de la peli, que va la Armada”. “Fuimos nosotros a comprobar si era verdad que esas eran las coordenadas y para nuestra sorpresa, encontramos muchas cosas valiosas que habían dejado, como un cuenco de oro”, recuerda. Es decir, que Amenábar convierte en el malo al Alvariño, el buque que en realidad fue el bueno, y borra de la historia su verdadero papel. “Y allí no había ni rastro de calaveras, ni madera, ni barco, solo unos cañones clavados en el fango”, añade Álvarez.

El Liropus todavía mantiene la pegatina en forma de tiburón que el equipo de rodaje colocó en el robot para tapar el logotipo del IEO. Un aparato que ha vuelto a probar sus prestaciones estos días. Nada más llegar a La Palma mostró la vida submarina junto a la fajana, sepultada por la ceniza volcánica. Y mientras la tripulación científica recibía en cubierta a la ministra de Ciencia, Diana Morant, los geólogos ayudaban con el ROV a recuperar un anclaje que había perdido durante una maniobra el buque cisterna que abastece de agua a las plataneras.

“Estamos acostumbrados a hacer las cosas sobre la marcha, te cambian los planes y te adaptas”, responde con naturalidad el capitán del Ángeles Alvariño, cuyo nombre homenajea a la gallega pionera de la oceanografía. “Ahora estamos otra vez con mucha incertidumbre por la gente que lo está pasando mal [en La Palma]. Tenemos el barco todo lleno de ceniza, pendientes de la lava por si hay que separarse, trabajando incómodos en cubierta con máscaras. Parece que tenemos un plan monótono y siempre surge alguna cosa”, resume Álvarez.

“¿El año más difícil?”, se pregunta Carrera, que estrenaba este año sus funciones como jefe de flota. “Si me hubieran mostrado la letra pequeña, me lo hubiera replanteado”, bromea. “Ha sido un año complejo, un año de retos al que se suma la pandemia y sus restricciones. Pero yo me acuerdo de 2011, cuando mi predecesor José Ignacio Díaz, recién botado el Margalef, tuvo que llevárselo a El Hierro en un tiempo récord y con mucha presión. Quizá aquello fue más difícil, le decían: ‘La niña bonita recién estrenada y te la llevas al infierno’, por el volcán”. Una década después, un nuevo infierno libera su lava en los mares canarios y, de nuevo, la visera amarilla asoma por la costa para vigilarlo.

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