Viajar a Marte es más fácil que dirigir Twitter. Muchos tuiteros, además de empleados y exempleados de la empresa le recuerdan esta idea a Elon Musk desde hace meses. Suena raro, pero no lo es tanto: enviar un cohete a otro planeta supone un problema tecnológico, pero gestionar una plataforma que usamos para opinar, discutir y contar chistes es un problema tecnológico y además social. Viene a ser como si en el cohete a Marte hubiera más de 200 millones de astronautas, todos discutiendo sobre si ir a Marte, si volver a la Tierra o, mejor aún, si estrellarse contra el Sol, que es mucho más divertido.
Elon Musk still completely fails to understand the situation he is in.
He thinks he can exploit programmers to make Twitter profitable.
Precisely NONE of Twitter’s problems are tech problems with tech solutions. They are ALL social problems.
— The Nerdskull, Woke Moralist (@the_nerd_skull) November 16, 2022
El último ejemplo de cambio de rumbo lo hemos vivido este fin de semana. Musk se define como un “absolutista de la libertad de expresión”, pero cuando llegó a la empresa intentó calmar a los anunciantes y aseguró que Twitter no puede convertirse en un “infierno de libertad” sin consecuencias. También anunció una medida que, sobre el papel, parecía incluso sensata: el nombramiento de un consejo asesor que le ayudaría a tomar decisiones importantes sobre contenidos y cuentas suspendidas.
Pero eso le debió parecer aburrido, porque el sábado optó por decidir si Donald Trump recuperaba o no su cuenta mediante una encuesta en Twitter. Tras 15 millones de votos y con un resultado muy ajustado, casi el 52% de los votantes se manifestó a favor de que el expresidente recupere su perfil y lo pueda usar, de nuevo, como arma electoral.
Estaría bien saber si Musk hará caso siempre al vox populi, vox Dei, el lema que tuiteó al cierre de la encuesta, y si, por ejemplo, someterá a votación el retorno a la empresa de los empleados despedidos por criticarle públicamente (24, según recogía en su crónica Carlos Rosillo). O si obedecerá a encuestas que no haya publicado él. Una cuenta parodia de The New York Times publicó una en la que preguntaba si Musk debe dimitir. Aunque solo han votado unas 11.000 personas, el sí gana con más del 90%.
No me sorprendería si lo hiciera: Musk ya vendió el 10% de sus acciones de Tesla en noviembre del año pasado después de someterlo a votación. Es más, poco antes de lanzar la encuesta sobre Trump tuiteó una pregunta: “¿Qué debería ser lo próximo que hiciera Twitter?”. Y hace unas semanas escribió que podemos “pensar en Twitter como en una superinteligencia colectiva y cibernética”. Si lo es (que no lo es), quizás tenga sentido delegar en ella las decisiones más difíciles (no lo tiene) y que el cohete se autogestione. A mí no me preguntes, solo soy el dueño.
Elon Musk should step down
— New York Times Pitchbot (@DougJBalloon) November 20, 2022
En cualquier caso, todo este caos le da la razón a Yoel Roth, responsable de moderación de contenidos de Twitter hasta hace unos días. El viernes publicó un artículo en The New York Times en el que explicaba que ha dejado la empresa porque, a pesar de decisiones sensatas, como el citado consejo asesor, a la hora de la verdad Musk hará lo que le apetezca. Por supuesto, es su empresa y tiene todo el derecho a hacerlo, pero Roth también tiene derecho a largarse si no está de acuerdo.
Y, por cierto, Trump tiene derecho a no usar su cuenta: este fin de semana ha dicho que no ve “ninguna razón” para volver a Twitter y prefiere quedarse en su propia red social, Truth. Ya veremos cuánto aguanta: Truth Social es una cámara de eco pequeña y moribunda en la que solo (“solo”) le siguen cuatro millones de personas, frente a los más de 87 millones de seguidores que tiene en Twitter, todos ellos impacientes por leer la primera barbaridad que suelte tras su retorno. Y Twitter también necesita a Trump: ahora mismo, la red social que ha comprado Elon Musk solo sirve para hablar de lo que Elon Musk está haciendo con la red social que ha comprado. Necesitamos material nuevo con urgencia.