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¿Es probable una guerra entre EE UU y China en esta década? Radiografía de un riesgo creciente

EL PAÍS


Zhang Youxia (en el centro) jura el cargo como nuevo vicepresidente de la Comisión Militar Central, el pasado día 11, durante la Asamblea Nacional Popular, en Pekín.POOL (via REUTERS)

La relación entre las dos grandes potencias del mundo, Estados Unidos y China, se halla en un estado pésimo, y va empeorando en múltiples frentes. La esperanza de principios de siglo de que el estrechamiento de los lazos comerciales generara una dinámica positiva ha dejado paso a la constatación de una competición descarnada, una rivalidad con visos de moverse hacia la confrontación y que despierta inquietud. ¿Hay riesgo real de que esta espiral negativa degenere en un conflicto bélico? ¿Es posible que esto ocurra incluso ya en esta década, como alertan algunas voces autorizadas?

Los expertos consultados para esta información y muchos de los estudios y opiniones publicadas en la materia coinciden en una zona de consenso que puede resumirse así: una conflagración militar que implique a las dos potencias en el corto y medio plazo no es probable, pero el riesgo existe y está claramente al alza ―sobre todo por la posibilidad de escalada accidental en medio de tanta tensión, desconfianza y deficiente comunicación―. Este concepto es casi omnipresente en los análisis, que alertan de que sería un grave error no tenerlo adecuadamente en cuenta en todo cálculo político y económico.

El análisis tiene dos planos principales. Uno, gran angular, es el devenir de conjunto de la relación entre las dos potencias. Otro, más enfocado, es la cuestión de Taiwán, el epicentro en el que la fricción entre las dos placas tectónicas puede convertirse en guerra. Ambos muestran dinámicas preocupantes.

En el primero, “el desarrollo más probable es que la competición, la rivalidad, probablemente se intensificará y ampliará en su espectro”, dice Ben Bland, director del programa Asia-Pacífico del centro de estudios Chatham House. “Antes del incidente del globo [sobre territorio de EE UU], ambos Gobiernos habían mostrado una voluntad de contener las tensiones. Pero luego han ido ocurriendo cosas, y esto es sintomático de una relación con mucha fricción. Una vez que se han desatado ciertas fuerzas dentro de una sociedad, en los ámbitos políticos, económicos, mediáticos, es muy difícil reconducir”.

En el otro también hay síntomas problemáticos. “La paz y la estabilidad alrededor de Taiwán se han mantenido porque las tres partes [China, Taiwán y EE UU] aceptaron un alto grado de ambigüedad. El problema es que el espacio para la ambigüedad se está reduciendo en todas las partes. Con él, encoge la posibilidad de hallar rampas de salida”, prosigue Bland.

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“La relación bilateral se halla en un punto muy bajo. La tensión es muy alta. Esto no significa que alguna de las partes quiera la guerra. Pero cuanto más se eleva la tensión, más probabilidad hay de que pueda estallar un conflicto tanto de manera intencional como accidental”, dice Helena Legarda, analista líder del Instituto Mercator para Estudios sobre China especializada en política de defensa y exterior. “De momento no creo que sea un riesgo altísimo, no creo que vaya a pasar de manera inminente, pero el riesgo existe y está al alza según la competición empeora”, concluye, en una opinión que resume un consenso amplio.

A continuación, una mirada sobre la cuestión, desde cómo se ha ido elevando la tensión a las razones para confiar que prime la contención y los elementos de riesgos que pueden detonar un conflicto.

La tensión

Ante la constatación del fuerte auge de China y la convicción de que el régimen de Pekín se halla en una evolución cada vez más autoritaria y determinada a alterar a su favor el orden mundial, en los últimos años EE UU ha ido endureciendo su posición. Washington apoya su interpretación en varios elementos fácticos, desde un expansionismo chino por la vía de los hechos en aguas disputadas hasta el cierre de filas con regímenes como Rusia e Irán; desde la creciente represión interna y vigilancia total de la sociedad hasta el gran desarrollo militar o el tono cada vez más nacionalista. Su reacción ha sido a todo espectro, desde los aranceles de Donald Trump hasta el refuerzo de las alianzas en la región ―como Aukus―, pasando por las restricciones en las exportaciones de tecnología, especialmente los microchips. Este último elemento tiene un impacto enorme, provocando fortísima tensión.

“EE UU sostiene que [la medida de los microchips] es muy focalizada. Pero siendo honestos hay que reconocer que estos productos tienen un uso dual [civil además de militar], tan presente en varios sectores de la economía china, que hay un elemento de contención del ascenso de China, de la economía china como una potencia tecnológica”, dice Meia Nouwens, analista sénior del Instituto Internacional de Estudios Estratégicos especializada en cuestiones de defensa y seguridad chinas. “El objetivo de esto no es solo mantener el gap actual entre ambos, sino intentar que se ensanche. Obviamente, esto ha provocado un esfuerzo redoblado por parte de China para asegurarse una resiliencia en este ámbito, superar la dependencia”.

El conjunto de estas acciones está enfureciendo a Pekín. El nuevo ministro de Exteriores, Qin Gang, ha advertido recientemente: “Si Estados Unidos no pisa el freno y sigue acelerando en el camino equivocado, no habrá barandillas suficientes para prevenir el descarrilamiento, que se tornará conflicto y confrontación”. El propio Xi Jinping manifestó la irritación de forma inusualmente explícita hace poco: “Los países occidentales, encabezados por Estados Unidos, están implementando una contención, un cerco y una supresión total de China”. Las advertencias y resentimiento ante las presuntas maniobras de Occidente para provocar asfixia recuerdan a los muchos años de quejas de Putin antes de pasar a las más brutales vía de hecho.

La rivalidad abarca una carrera armamentística, otra tecnológica, grandes esfuerzos para reducir la dependencia mutua, un pulso para conquistar el apoyo de países no alineados entre otros ámbitos. Las chispas aparecen a diario.

Tan solo en los últimos días, la alianza Aukus ha presentado sus planes para dotar a Australia de submarinos con propulsión nuclear; Pekín conduce maniobras militares en el golfo de Omán junto con Rusia e Irán mientras ha anunciado que Xi visitará a Putin en Moscú la próxima semana; Washington ha avisado a TikTok de que le prohibirá operar en EE UU si los accionistas chinos no venden su cuota ―por temor a una transmisión de datos de ciudadanos estadounidense―; China ha nombrado ministro de Defensa a un general sancionado por Washington dificultando los canales de diálogo, y la empresa manufacturera taiwanesa Foxconn, célebre por ser un proveedor esencial para Apple, ha anunciado que pretende reducir mucho su actividad en China.

En el plano específico de Taiwán, la dinámica tampoco es tranquilizadora. Pekín insiste en que lo que llama la “reunificación” es un objetivo irrenunciable y, aunque subraya querer lograrlo por vías pacíficas, no descarta el recurso de la fuerza. “La preocupación está justificada, es evidente. Por una parte, Xi ha dicho que es un asunto que no puede ser dejado de generación en generación. Por el otro, en la sociedad taiwanesa una inmensa mayoría se reconoce en un sentimiento identitario local y cada vez menos en una identidad china. Evolucionan claramente en un sentido alejado de los intereses del continente”, dice Xulio Ríos, asesor emérito del Observatorio de Política China y autor de Taiwán, una crisis en gestación (Editorial Popular).

Varios gestos o palabras procedentes de EE UU también han agitado la situación. La visita a Taiwán el pasado mes de agosto de la entonces presidenta de la Cámara de Representantes ―la demócrata Nancy Pelosi― desató la ira de Pekín. Por otra parte, el presidente Joe Biden se ha alejado de las posiciones tradicionales afirmando en repetidas ocasiones que Washington acudiría en defensa de Taiwán si sufriera un ataque.

El paso de la tradicional ambigüedad a una creciente claridad en este asunto es uno de los muchos elementos en metamorfosis. El cambio en las relaciones de fuerza y en las actitudes desestabiliza y produce una peligrosa tensión.

La contención

La perspectiva de una guerra alrededor de Taiwán que involucre a ambas potencias es tan pavorosa que, de por sí sola, constituye un elemento de pausa y contención para cualquier mente racional. El potencial destructivo de los dos ejércitos es prácticamente inimaginable. El impacto económico mundial tendría una escala colosal. “Se han hecho estudios que estiman que tan solo un bloqueo naval-aéreo podría en primera instancia restar dos billones a la economía mundial, sin ni siquiera tener en cuenta sanciones”, señala Legarda. Taiwán es un productor fundamental de microchips, componente esencial en un abanico enorme de sectores de la economía moderna.

Las dos partes, además, se hallan interconectadas por una relación comercial de volumen enorme, que no para de crecer pese a todas las tensiones, en lo que constituye la principal diferencia con la Guerra Fría, cuando las dos principales potencias no compartían vínculos de este tipo. El comercio de bienes entre EE UU y China alcanzó en 2022 un valor de unos 690.000 millones de dólares (de los cuales unos 536.000 son importaciones de EE UU).

Por otra parte, las voces más alarmistas deben ser puestas en contexto. En EE UU, altos mandos han señalado repetidamente la fecha de 2027 como un horizonte inquietante, siendo el que Xi apunta para el cumplimiento de ciertos objetivos de modernización de sus fuerzas armadas. El jefe de operaciones de la Armada de EE UU dijo en octubre pasado que deberían, sin embargo, considerarse fechas tan tempranas como este mismo año como posibles para un ataque chino contra Taiwán. “Cierta retórica en parte responde al intento de elevar la presión para que el Congreso y el Ejecutivo inviertan suficientemente en ciertas capacidades de Defensa, o espolear conversaciones diplomáticas sobre cómo reaccionar”, comenta Nouwens.

Los expertos señalan que hay múltiples factores que, racionalmente, inducen a pensar que China no tiene ningún interés en lanzarse ahora a un conflicto. “Si bien han dado pasos de gigante en las últimas décadas, todavía les queda un amplio recorrido para completar la modernización del país. Esto para ellos es una prioridad absoluta. Para lograrlo, necesitan estabilidad. Y, claro está, un conflicto alrededor de Taiwán dinamitaría ese camino de desarrollo”, señala Ríos. China se halla ahora embarcada en una campaña para elevar su grado de autosuficiencia manufacturera y económica, y lo lógico es pensar que, de entrada, querrá desarrollarlo antes de cualquier maniobra arriesgada.

En términos parecidos se pronuncia Nouwens con respecto a la dimensión militar. “Es cierto que en algunas áreas están reduciendo la brecha de distancia con respecto a EE UU, pero en otras no tanto. Este es un factor que me induce a pensar que una guerra no es inminente”, dice Nouwens.

En una reciente entrevista concedida a este diario, el director del Instituto Internacional de Estudios para la Paz de Estocolmo, Dan Smith, introducía otro elemento que induce a pensar que al menos en el corto plazo no habrá movimientos: la guerra de Ucrania. “Creo que China estará observando con mucho detenimiento el desarrollo de ese conflicto”. Algunas de las lecciones sin duda invitan a la cautela: las enormes dificultades que representa una invasión, la distancia que puede haber entre el estatus de potencia con fuerzas modernizadas y la eficacia real en el campo de combate, la reacción unitaria de Occidente, entre otras. En este contexto, Pekín observará con especial atención cuán duradera y sólida es la unidad de los occidentales.

El riesgo

Pero estos elementos no permiten llegar a la conclusión de que el riesgo de conflicto en el medio plazo es irrisorio. La dinámica es negativa en ambos planos principales.

En el general, Nouwens coincide con Bland en manifestar “preocupación” ante la constatación de que ambos Gobiernos parecieron buscar un freno al deterioro, que se visibilizó en la cumbre de Bali en noviembre, pero el intento “no ha funcionado”.

En la cuestión de Taiwán, todo se mueve en la dirección que señalaba Bland de reducir el margen de ambigüedad necesario para preservar el equilibrio. Xi, señalan los expertos, es un líder mucho más asertivo que los anteriores, y su lenguaje en la materia se ha ido afilando. Ha vinculado claramente la “reunificación”, según el lenguaje de Pekín, a su gran objetivo del “rejuvenecimiento” del país. “Xi es un líder que ha demostrado una disposición a sacrificar intereses económicos en nombre de objetivos políticos-estratégicos, de la ideología”, observa Legarda.

La retórica en Washington también es cada vez más afilada, con palabras cada vez más gruesas, sobre todo desde las filas republicanas, pero en definitiva con cierto consenso bipartidista. Mientras, la sociedad taiwanesa avanza en dirección contraria a los intereses de Pekín.

En paralelo, las lecciones de la guerra de Ucrania tampoco son todas negativas para Pekín. “Por un lado, porque suministrar apoyo a Taiwán, una isla, sería mucho más complejo que lo que ocurre con Ucrania. Por otra parte, porque China ha trabajado muchísimo en cuestiones deficitarias clave de la campaña rusa, como aspectos de logística y manutención”, comenta Nouwens.

Y la deriva ideologizada de las relaciones internacionales no ayuda. Cuanto más se afirme el marco democracias frente a autocracias, más se convertirá Taiwán en una cuestión simbólica, emocional, y se alejará del territorio de las gestiones pragmáticas, lo que representa un nuevo obstáculo.

2024 será un año clave, con elecciones presidenciales en Taiwán y EE UU. Una nueva derrota del Kuomintang ―partido que representa para Pekín la mejor opción de solución pacífica― en la isla representaría un mensaje muy contundente para el continente. No es descontado que ocurra. “La dinámica a nivel social es claramente desfavorable para el continente, pero luego está la dinámica partidista, y en esa el Kuomintang sigue teniendo sus opciones”, observa Ríos. Pero sin duda hay claras posibilidades de que sufra un enésimo revés. Por otra parte, una victoria de un halcón republicano en la Casa Blanca tensaría aún más la situación.

La gran pregunta es, ante una creciente evidencia de que alcanzar su objetivo por la vía pacífica es imposible, qué hará Pekín ―y cuándo―. Todos los expertos consultados señalan que no hay ninguna prueba de que China haya tomado una decisión de agredir y que tenga una fecha fijada para ello.

Pero más allá de las decisiones de Pekín, con estos elementos, la principal preocupación es una escalada inintencionada. Un conflicto que brote no de una decisión ponderada, sino de una espiral de acciones y reacciones. El escenario base es el de tensiones y presiones crecientes, con medidas de baja intensidad, intentos de interferencia en el proceso político taiwanés, creciente apoyo de EE UU, etc.

“Un conflicto militar a escala total alrededor de Taiwán sigue siendo improbable. Pero considerando la actividad en la región, el riesgo de errores de cálculo, de incidentes, está creciendo”, apunta Nouwens.

“Sin duda, hay preocupación por una escalada no intencionada”, dice Bland. “Las tensiones están aumentando, no hay confianza, no hay buena comunicación. Hay muchas incertidumbres. Cuando empiezas a tener más ejercicios y actividad militar en la zona, se eleva el riesgo de que las cosas descarrilen por error. Hay cada vez menos rampas de salida. Así que el riesgo está al alza. Sabemos que en el pasado algunas guerras empezaron de forma muy deliberada y explícita. En otras, se entró como en un estado de sonambulismo. Hay sin duda un riesgo de eso”.

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