Escritor, actor, espía y vividor: las infinitas vidas de Noël Coward, el genio al que los británicos se empeñaron en odiar


“Noël Coward fue como 15 personas distintas”, explica Brad Rosenstein, comisario de la exposición Noël Coward: Art & Style que se acaba de inaugurar en la londinense Guildhall Art Gallery. Y las 15 fueron sobresalientes, sería la conclusión obvia. Compositor, actor, director, productor, dramaturgo, pintor, cantante, políglota autodidacta, espía al servicio de su Majestad… Una institución en el West End, en Broadway y en Hollywood que fue nombrado Caballero y recibió un Oscar Honorífico. Nuevas adaptaciones de sus textos siguen estrenándnose en teatros y cines de todo el mundo (la última adaptación cinematográfica de Un espíritu burlón tiene apenas unos meses). “Lo que pretendemos conseguir con la exposición es restaurar en la memoria del público su poliédrico talento, porque para muchos hoy es solo el creador de ingeniosas comedias y canciones pegadizas, pero Noël Coward (Middlesex, Londres, 1899) fue una personalidad de muchas capas y un artista con infinitos dones”, prosigue Rosenstein.

A los 11 años dejó el colegio y debutó como actor en el West End. A los 14 empezó su relación con el pintor Philip Streatfeild. Este le introdujo en la alta sociedad británica de largos fines de semana en casas de campo con doncellas y mayordomos, una clase social que retrataría en sus obras. “Estoy decidido a viajar por la vida en primera clase”, llegó a escribir. A los 18 se libró de participar en la Primera Guerra Mundial por problemas de salud y a los 21 empezó a encadenar obras de teatro en Londres (comedias como I’ll leave It to you, musicales como London calling! o dramas de intensidad psicológica como Cavalcade, que cubría 30 años de historia británica) escritas, producidas, dirigidas y, a menudo, protagonizadas por él, trufadas de canciones y diálogos brillantes. Se convirtieron en virales instantáneos cien años antes de que la viralidad existiera.

Como actor llegó a tener destacados papeles en Hollywood junto a estrellas como Elizabeth Taylor, Yul Brynner o Michael Caine. “Todo lo que hacía tenía éxito y todo sucedía a la vez”, explica Rosenstein. “Desde los años veinte hasta principios de los cuarenta, todo lo que llevara el sello de Coward se convertía en fenómeno: no existe una personalidad comparable en la historia del teatro británico, tanto por la duración de su estado de gracia como por su excelencia en tantísimos campos diferentes”.

Y entonces llegó la guerra

¿Qué pasó para que el público dejara de venerar a The Master, como lo llamaba la prensa de su época? La Segunda Guerra Mundial. Mientras el pueblo británico sufría los rigores bélicos, Coward viajaba de Nueva York a París pasando por la Costa Azul y Australia sin renunciar a su glamouroso estilo de vida. “La realidad es que nunca se sintió orgulloso de su papel en la Primera Guerra Mundial y siempre deseó hacer más por su país”, apunta su biógrafo. “A finales de los treinta era una celebridad internacional con muy buenos contactos, por eso en la Segunda Guerra Mundial trabajó activamente como agente secreto británico instruido con los más altos estándares del MI5 y el MI6”.

Entre sus misiones, un viaje a Escandinavia, Rusia y Polonia en 1939 tras el que advirtió a sus superiores del riesgo de una inminente ocupación nazi. Su informe fue ignorado. “Siguió trabajando para el Ministerio de Propaganda en París hasta poco antes de que Francia fuera invadida y, cuando Reino Unido se convirtió en objeto de los bombardeos alemanes, Coward fue de los primeros en señalar la necesidad de que Estados Unidos interviniera”, prosigue Rosenstein.

Bajo su tapadera en Nueva York como presidente del orfanato de actores Actors’ Orphanage (“la filantropía es otra faceta desconocida de la biografía de Coward: trasladó a unos 50 niños de la Inglaterra bombardeada a una mansión de lujo en Nueva York”, apostilla Rosenstein), siguió estableciendo alianzas para ayudar a su país. “Organizó varias reuniones de altos cargos ingleses con Franklin Delano Roosevelt y, de hecho, muchos historiadores creen que los encuentros auspiciados por Coward, así como la relación cálida y de confianza que estableció con el presidente y su esposa Eleanor tuvieron una influencia decisiva en la entrada de Estados Unidos en la guerra”, cuenta Rosenstein sobre Coward, que también espiaba para el MI6 en Hollywood y Broadway a celebridades sospechosas de simpatizar con los nazis.

Por su propia naturaleza, esas actividades eran alto secreto, prosigue el comisario, “y Coward empezó a recibir una crítica feroz por parte de la prensa británica, que se preguntaba por qué él vivía y viajaba tan lujosamente mientras sus compatriotas estaban obligados a toda clase de sacrificios. Se creó tal animadversión hacia él que el escándalo se llegó a debatir en la Cámara de los Comunes. Todos los altos cargos del gobierno británico sabían lo que pasaba en realidad. Coward les pidió que le defendieran, pero nadie lo hizo”.

No se resarció de esta fama injusta hasta 1969, cuando por fin fue nombrado Caballero. Casi todo indica que Winston Churchill (quien desaprobaba la reconocida homosexualidad de Coward) fue el responsable de que este no recibiera el reconocimiento en su momento, pero “es justo decir que él también tenía una gran presión precisamente por toda la prensa negativa sobre Noël. No está tan claro el veto del Primer Ministro, de hecho, ambos mantenían una relación muy cordial y fue Churchill quien convenció a Coward de pasar de acuarela a temple en sus pinturas”. ¿Eran amigos? “Esa es una cuestión complicada”, se ríe Rosenstein. “Es algo muy británico tener una relación aparentemente amistosa que esconde muchos celos. Creo que eso es lo que sucedía con muchas personas a las que Coward consideraba amigos”.

Un elegante extravagante

Sin embargo, sí hubo varios amigos fieles a Coward, especialmente amigas. Una de “las capas profundas” que Rosenstein descubrió al investigar la vida y obra de Coward fue su constante apoyo a las mujeres. “En esa época, el backstage estaba completamente dominado por hombres y no era habitual que nadie diera a conocer el nombre de sus colaboradores, mucho menos si eran mujeres, pero Coward siempre reconoció el mérito de Doris Clare Zinkeisen y Gladys Calthrop, a cargo de los escenarios y el vestuario de las obras de Coward durante décadas”.

Como muestra de su apoyo al talento femenino, Rosenstein cuenta que Calthrop ni siquiera tenía formación escénica, ya que era pintora, pero Noël Coward detectó sus dones y demostró estar en lo cierto. “Calthrop resultó ser un genio y hoy sigue siendo una gran influencia por su capacidad de crear escenarios para cualquier género con una sensibilidad exquisita”.

Varias piezas de la exposición de la Guildhall Art Gallery se encargan de recordar la influencia de Coward en la moda (toda la colección de Otoño/Invierno 2017 de Anna Sui era un guiño a Un espíritu burlón), en el cine, en el teatro, en la decoración y en todo lo que rime con lujo y buen gusto. Coward representaba un tipo de elegancia muy británica y nada anodina, casi exótica. Quizá porque vivió con intensidad los años veinte, que fueron el último destello de extravagancia en la sastrería masculina antes de entrar en su etapa más clásica en los años treinta. Desde sus trajes cruzados hasta sus complementos (corbatas, alfileres), todo tenía un punto teatral, excéntrico.

“Las suites de algunos de los mejores hoteles del mundo llevan su nombre, tal es su impacto estilístico incluso ahora”, explica el comisario de la muestra. “Al público le atraía mucho ver cómo vestían sus personajes y cómo eran los decorados de sus obras: era parte de la magia de ir a un estreno de Coward, y nosotros hemos querido volver a capturar esas sensaciones”.

Lo consiguen a través de disfraces originales (trajes que el escritor a menudo rescataba para su guardarropa habitual), bocetos, decorados, pinturas y hasta un proyector en 3D de unas grabaciones recuperadas en el garaje de su casa en Suiza, una de las viviendas que decoró él mismo con la ayuda de la diseñadora de interiores Syrie Maugham, como su granja del XVII en Kent o su última residencia en Jamaica, donde falleció en 1973 a los 73 años.

“Los colores y la libertad del Trópico se convirtieron en nuevos colores y libertad para sus últimas obras. En Jamaica tuvo una existencia tan fascinante como la que llevó en Nueva York y Hollywood: la vida, el trabajo y el juego eran todo uno para él”, recuerda Rosenstein. Sir Noël Coward, que dijo aquello de que “el trabajo es mucho más divertido que la diversión”, seguramente le daría la razón.

Puedes seguir ICON en Facebook, Twitter, Instagram,o suscribirte aquí a la Newsletter.




Source link