España es el país que más redujo sus emisiones de CO₂ durante la primera ola de la pandemia

La agricultura brasileña, en la imagen irrigación de un campo cercano a Brasilia, ha aumentado el uso de fertilizantes en un 120% desde 1980.
La agricultura brasileña, en la imagen irrigación de un campo cercano a Brasilia, ha aumentado el uso de fertilizantes en un 120% desde 1980.Adriano Machado /

La lucha contra el cambio climático se ha topado con el óxido nitroso (N₂O) y es un serio problema. Este gas tiene un efecto invernadero 300 veces más potente que el dióxido de carbono (CO₂) y puede permanecer en el aire más de un siglo. Ahora, el mayor estudio realizado hasta la fecha identifica las distintas fuentes de este compuesto mostrando que las de origen natural se han mantenido estables, pero las emisiones humanas se han desbocado. Y si no se controlan, la reducción del CO₂ no serviría para frenar el cambio climático. Pero, a diferencia de lo que sucede con este último, no hay tecnologías para retirar el N₂O del aire. Lo peor es que forma parte esencial de la producción de comida.

La revista Nature ha publicado el que puede ser el mayor esfuerzo para saber cuánto óxido nitroso hay en la atmósfera y de dónde viene. En el trabajo han participado decenas de científicos de varios países y sus resultados no son nada buenos. Lo primero que destacan es que las emisiones de N₂O no han dejado de aumentar desde la Revolución Industrial. Así, de las 270 partes por 1.000 millones (de volumen de aire) en el año 1750 se ha pasado a 331 partes en 2018. Además, la mayor parte de este incremento se ha producido en las últimas cinco décadas.

El trabajo identifica y cuantifica 21 principales fuentes o sectores que emiten N₂O a la atmósfera. La mayor cantidad sigue siendo de origen natural. La actividad de microorganismos marinos y la vegetación, en especial la liberación desde la materia orgánica de las selvas tropicales, suponen el 57% de las emisiones, dejando el 43% restante a las actividades humanas. El problema es que, mientras las naturales son relativamente estables, las artificiales han crecido en un 30% en la última década. En total, acaban en el aire 17 millones de toneladas de óxido nitroso anualmente. Los procesos fotoquímicos que antes reducían hasta 13,5 millones de toneladas de este gas en nitrógeno atmosférico ya no pueden con tanto.

La principal aportación humana de N₂O no está en las chimeneas de las fábricas ni en los tubos de escape de los coches, está en la producción comida. La agricultura y la ganadería emiten cada año 4,1 millones toneladas de óxido nitroso, desestabilizando el círculo natural del nitrógeno. La primera lo necesita como fertilizante, que acaba liberado como óxido nitroso. La segunda lo genera en forma de purines o estiércol. El trabajo permite también repartir responsabilidades por países y algunos datos sorprenden, otros no tanto.

“Las mayores ratio de crecimiento de emisiones se producen en las economías emergentes, en especial en China, India o Brasil, donde han crecido la producción agraria y ganadera”, dice en un correo el investigador de la Universidad de Auburn y principal coautor del estudio Hanqin Tian. La aportación brasileña, por ejemplo, ha crecido en un 120% entre 1980 y 2016. Pero los críticos de los fertilizantes químicos no pueden usar esta investigación en sus ataques: “El estudio muestra que las emisiones de los fertilizantes sintéticos protagonizan el flujo en China, India y EE UU, mientras las procedentes del uso de abono animal como fertilizante dominan en África y Sudamérica”, añade el también director del Centro Internacional para la investigación del Clima y el Cambio Global.

Por eso es tan complicado solucionar este problema. Más que estratégica, la producción de comida es vital. También por eso el asunto del N₂O, aunque se ha venido incluyendo en los distintos informes de Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés), aparece arrinconado tras las cuestiones del CO₂ o el otro gran gas de efecto invernadero, el metano.

“Muchos países no quieren ni oír hablar del N₂O, ya que tiene mucho que ver con la seguridad alimentaria”, dice el director ejecutivo del Global Carbon Project, el catalán Pep Canadell. También coautor del estudio, Canadell aclara enseguida que las agriculturas estadounidense y europea son grandes emisoras de óxido nitroso, “pero donde crece es en las economías emergentes”.

El otro gran problema para reducir las emisiones es tecnológico. “Para el CO₂, tenemos energías alternativas que acabarían con sus emisiones mañana si quisiéramos, pero no hay alternativas para el N₂O”, lamenta Canadell. Ni las hay como fertilizante ni existen sistemas eficaces para retirar su exceso de la atmósfera. Eso no significa que no se puedan rebajar sus emisiones. Europa, tanto su industria como su agricultura, ha logrado reducir su aportación de óxido nitroso a la atmósfera.

“Pero en muchos países, los fertilizantes están subvencionados y no se paga el precio real”, recuerda Canadell. “Esto provoca un uso ineficiente y abuso”, añade. El científico, responsable también del Centro de la Ciencia para el Clima del CSIRO australiano (equivalente al CSIC en España), cree que la retirada de estas ayudas y una mejor eficiencia reducirían el peso de los fertilizantes en la emisión de N₂O. “La agricultura siempre será un sistema con fugas del gas pero su rebaja facilitaría que las reducciones en los otros gases [CO₂ y metano] las compensaran”.

En caso contrario, los autores del informe creen imposible lograr el compromiso del Acuerdo de París para mantener la subida media global de la temperatura por debajo de dos grados. De hecho, como alerta el profesor de la Universidad de Stanford (EE UU) Robert Jackson en una nota, “el ritmo actual de emisiones va camino de provocar un aumento térmico global por encima de los tres grados para finales de siglo, el doble del objetivo de París”.

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