Españoles a la deriva


Sean Kelly, director nacional de rendimiento de la federación española de natación, se definía como una persona “muy positiva” antes de viajar a Tokio. Una vez que la expedición desembarcó en Japón para hacer los últimos ajustes a la preparación de los Juegos, la primera manifestación pública del máximo responsable del equipo consistió en inmortalizarse en el flamante centro acuático de la capital de Japón y publicar su retrato en su perfil de Instagram con una leyenda que despertó el estupor de todos los nadadores: “Me siento un impostor”.

Diez días después, la natación en línea de España registró sus peores resultados desde los Juegos de 2008. Aquella competición precipitó la destitución del italiano Maurizio Coconi como director deportivo. Es poco probable que esta vez la federación, dirigida desde 2008 por Fernando Carpena y su brazo derecho Luis Villanueva, tome la misma medida con Kelly, a quien nombraron apenas hace un año para dar un nuevo impulso a los centros de alto rendimiento y crear un equipo competitivo que trascienda el estado de forma de Mireia Belmonte, que cuenta 30 años —edad la que la mayoría de las nadadoras están retiradas— y tendrá 33 en los Juegos de París.

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El nombramiento del técnico irlandés se produjo en la estela del naufragio español en los Mundiales de Gwangjou. Entonces el equipo, encabezado por una Mireia Belmonte que comenzaba a denunciar lesiones de hombro, apenas consiguió clasificar tres nadadores en finales. Exactamente lo que ha sucedido en Tokio, en donde España metió en finales a Mireia Belmonte, Hugo González de Oliveira y Nicolás García.

Nueve años después de su primera medalla olímpica, quien más se aproximó al podio fue Mireia Belmonte, gracias a su cuarto puesto en los 400 estilos.

Cuando Carpena y Villanueva llegaron al poder se encontraron con un equipo de carreras que integraba a Mireia Belmonte, Rafa Muñoz y Aschwin Wildeboer, los tres con margen de desarrollo y marcas que los situaban entre los primeros 20 del ránking mundial. Durante la década que siguió, los éxitos deportivos que avalaron a la federación se cimentaron en las cuatro medallas olímpicas de Mireia Belmonte, además de las dos platas que conquistó el equipo de natación sincronizada en Londres 2012. Desde entonces, salvo los aciertos del waterpolo, la natación de España ha vivido un largo declive. Primero sin Muñoz, luego sin Wildeboer, luego sin el equipo de sincronizada, desarticulado tras el despido improcedente de su entrenadora, Anna Tarrés, y, desde 2017, con una Mireia Belmonte cada vez más dependiente de su disposición física y anímica.

“Tenemos grandes nadadores, sprinters, mediofondistas y fondistas”, decía Kelly hace unas semanas. “Tenemos un gran clima para nadar, grandes instalaciones y grandes entrenadores. Tenemos un potencial gigantesco. Lo que necesitamos es una visión común. Un objetivo común. Y creo que debemos compartirlo para que los nadadores y los entrenadores lo sepan. Cuando compites por tu país es importante tener una visión para competir en Europeos, Mundiales y Juegos. Eso es lo que queremos crear: una cultura de rendimiento cuando de verdad cuenta rendir”.

“La cultura puede cambiar”, insistía el dirigente. “A veces bastan dos o tres nadadores para cambiar la cultura de todo un país. Ahora España depende de uno o dos nadadores. No hay escapatoria en esta pelea. En el Reino Unido sucedía exactamente lo mismo. Mejoramos invirtiendo en natación, poniendo la lupa en los detalles, cambiando la cultura. Espero que algunas de las cosas que aprendí en el Reino Unido las podré implantar aquí. Podemos hacerlo. Se lo digo a la gente con la que trabajo. Debemos partir no de los nadadores olímpicos sino de los niños de ocho años que comienzan sus cursos en piscinas provinciales. ¿Tienen buenos entrenadores? ¿Están aprendiendo bien la técnica? ¿Disfrutan de este deporte? El desafío es elevar el nivel para que más júniors puedan acceder al alto rendimiento. Si tenemos éxito en eso, seremos exitosos en todo”.

A la espera de que los júniors crezcan, decía Kelly que a sus deportistas expedicionarios en Tokio solo les pedía mejorar sus propias marcas: “Deben ser lo mejor de sí mismos”. Solo tres de nueve lo consiguieron: Hugo González, Nicolás García y Juanllu Pons.

Demasiado poco. Y demasiado poco tiempo para mejorar las perspectivas hasta París 24.

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