Pues no me termina de convencer el nuevo formato de la Copa. O mejor dicho, no acabo de notar las ventajas y acicates que nos vendieron. Aquello de que los equipos de menor categoría no sólo pondrían contra las cuerdas a unos cuantos Primeras, sino que los eliminarían; que volveríamos a vivir aquellas eliminatorias del pasado bien pasado en las que un Numancia, un Alcorcón o un Eibar en Segunda B eliminaban a los más ilustres y longevos del cuadro. Todo aquello quedó atrás y hoy en día parece un auténtico milagro la posibilidad de volver a reeditar semejantes hazañas.
Los motivos son fundamentalmente dos. El primero motivado por el hecho de que todos los clubes de Primera han aprendido la lección y apenas arriesgan en sus onces, buscando la sentencia lo antes posible para evitarse segunda partes subiditas de tono o incluso prórrogas de infarto.
Y en segundo lugar, la decisión federativa de sustituir una jornada de Liga por una ronda copera, dando chance a los clubes de mayor pedigrí y gancho televisivo a poder planificar dicho partido como si de un encuentro de Liga se tratase. En otras palabras, que ya no es un incordio entre semana en el que dar descansos con rotaciones por la sobrecarga del calendario.
Tampoco es menos cierta la influencia de cierta desnaturalización en el traslado de unos cuantos modestos a otros campos para jugar de local por motivos de seguridad, aforo, caja y televisión. Lo vimos con el Intercity. Exilias a un equipo cuasi de barrio a jugar contra el Athletic en el estadio más ancho del fútbol estatal y en la segunda parte los alicantinos no podían ni con las botas. Argumentos suficientes como para desconfiar de una supuesta vuelta a épicas del pasado. Se cargaron el factor sorpresa, se favorece a los grandes incluso más que antes. No me pone tanto esta Copa.
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