Un verano violento ha dado paso a un otoño al rojo vivo. Los Ángeles, junto a otras ciudades de Estados Unidos, sufre una ola de violencia que se ha extendido a lo largo de 18 meses, desde mayo de 2020 hasta este noviembre. Álex Villanueva, el sheriff de la urbe californiana, dio recientemente una voz de alerta en una región donde varios delitos han ido al alza, principalmente los homicidios, que han aumentado un 16% y el asalto agravado —el que supone un delito mayor por hacerlo con un arma u otro motivo—, un 23%.
Villanueva, uno de los principales encargados de la paz en Los Ángeles, cree que la obligación de vacunar a los policías es “un peligro inminente a la seguridad pública” y se ha convertido en un obstáculo para combatir el crimen en plena crisis. El sheriff asegura que respetar esta política —que entró en vigor el pasado lunes y se hará cada vez más exigente hasta enero— ha creado un “éxodo masivo” que ha provocado la salida de 655 personas de una organización con 18.000 empleados.
“El mandato causará una significativa baja en las patrullas. Tendría que tomar medidas drásticas para reducir los servicios. Las unidades especializadas, incluida la aérea y la oficina especial, además de la oficina central de detectives, estarían cerca de desaparecer”, dijo Villanueva a principios de mes. En las próximas semanas, 4.000 empleados dejarían la oficina, que tiene un porcentaje de inmunización del 52%. De estos, 3.100 son oficiales.
Los cinco distritos de Los Ángeles han registrado un aumento en los homicidios. En el centro geográfico de la urbe, con barrios predominantemente negros, el incremento de asesinatos era hasta finales de octubre del 60%. En el distrito de Long Beach, al sur, la subida fue del 73%. A la espera de los datos de noviembre, la ciudad superó en octubre los 320 homicidios, cerca de los 355 documentados en todo 2020, el año más violento en una década. Si la cifra llega a las 400 víctimas, este será el año más sangriento de los últimos 15.
El Departamento de Policía de Los Ángeles atribuye gran parte de la violencia a las pandillas. Los trabajadores sociales aseguran que la pandemia ha jugado un gran papel en la explosión de la violencia. La crisis sanitaria cortó una serie de ayudas dirigidas a las poblaciones hispana y negra, comunidades que han dejado la mayor cantidad de víctimas sobre el asfalto. En el último año, hubo un aumento de 46% en las muertes violentas de latinos, que representan el 49% de la población, según cifras oficiales. Entre los afroamericanos, que componen el 9% de la ciudad, la subida fue de 27%. Las víctimas blancas de asesinatos crecieron marginalmente: son el 29% de la población, pero tan solo el 8% de los fallecidos.
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Estados Unidos vive la estela de una primavera del descontento. Los homicidios comenzaron a aumentar en todo el país inmediatamente después del asesinato de George Floyd, un hombre negro, por un policía en Minneapolis en mayo de 2020. “La conexión, si es que la hay, entre el malestar social y el repunte de la violencia permanece incierto”, advierte Richard Rosenfeld, profesor emérito de Criminología de la Universidad de Missouri. El verano del año pasado dejó un aumento de asesinatos del 36%. Ciudades como Austin (Texas), Louisville (Kentucky), Pittsburgh y Filadelfia (Pensilvania), Nashville (Tennessee), Washington D.C., y Detroit (Michigan) están documentando más homicidios este año que el pasado. En San Petersburgo, Florida, se han disparado un 129%.
“El incremento de los homicidios más allá de los cambios estacionales normales es profundamente preocupante y requiere la inmediata acción de los políticos”, añade Rosenfled, que ha documentado a lo largo de la pandemia el comportamiento de varios delitos. Aunque los asesinatos están por encima del promedio de los últimos tres años, el experto explica que las tasas de asesinatos por cada 100.000 habitantes son aún muy inferiores a los picos históricos que se vivieron en 1993.
Otros expertos estiman que lo peor está por venir. Es el caso de Garen Wintemute, un médico de la prestigiosa universidad UC Davis especializado en el impacto de la violencia en la salud pública. Wintemute señala los 21 meses ininterrumpidos en los que las ventas de armas han aumentado en Estados Unidos, un país que tiene más armas que personas. Tan solo en octubre crecieron un 60% las búsquedas de antecedentes penales, un trámite que debe hacerse antes de comprar pistolas o rifles. “No ha habido algo así nunca. Sabemos que los incrementos de compras de armas son seguidos de incrementos de la violencia”, explica.
El doctor aprecia un cambio en el perfil de los compradores de armas. Los aficionados lo siguen haciendo, pero conforme aumentan los crímenes de odio —en las 16 ciudades más grandes del país aumentaron más de 160% entre enero y abril— y también crece el escepticismo sobre la capacidad de respuesta de las policías, las armerías tienen cada vez más clientes.
Wintemute acaba de publicar un ensayo académico donde afirma que el encono político y la polarización pueden convertirse en factores para alimentar la violencia rumbo a las elecciones de medio mandato de 2022, donde se elegirá una nueva Cámara de Representantes, 34 miembros del Senado y los gobernadores de 36 Estados. Estos comicios tienen como antecedentes la derrota del expresidente Donald Trump, que este aún no reconoce, y su llamada a la violencia. La pandemia también ha polarizado a republicanos y demócratas en temas como las mascarillas y las vacunas.
“Todo esto ha traído como resultado un aumento en el número de personas que contempla la violencia para defender la sociedad en la que uno quiere vivir. Un tercio de los adultos cree que debe usarse la fuerza para restablecer las formas de vida tradicionales de los estadounidenses. Esto no tiene comparación con otras épocas de la vida moderna”, advierte Wintemute. La tormenta perfecta parece formarse en la nación más armada del mundo.
La ola de violencia representa un enorme reto para las autoridades, quienes deben investigar y resolver los homicidios. La tarea es cada vez más complicada. Los detectives de Los Ángeles, por ejemplo, tenían en 2019 la extraordinaria capacidad de resolver casi ocho de cada diez asesinatos. La marca está por encima del promedio nacional del 61% documentado por el Buró Federal de Investigaciones. La tasa de resolución de la policía angelina cayó en 2020 al 55% según el propio departamento. Algo similar pasó a nivel estatal. California pasó de resolver el 64% en 2019 al 59% el año pasado.
Al aumento de la carga de trabajo hay que sumar la amenaza del coronavirus. Muchos uniformados aún se resisten a ser vacunados. En Massachusetts, 150 agentes renunciaron para no ser castigados por la obligatoriedad. En la policía de San Francisco, 70 guardias fueron apartados la semana pasada por no cumplir con el mandato. Uno de estos falleció el jueves. La covid-19 se ha convertido en la principal causa de muerte entre los policías estadounidenses. Se ha cobrado 523 vidas, de acuerdo a la página Officer Down. Este año ha dejado más víctimas que el pasado con 270 (253 en 2020). El número supera con holgura a los 54 que han muerto en tiroteos en el ejercicio de sus funciones.
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