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Estados Unidos y China


Se lleva tiempo hablando de la nueva pugna por el liderazgo económico mundial entre Estados Unidos y China. Las capas de esta disputa van, sin embargo, mucho más allá de una tensión comercial en bienes y servicios industriales. Esa es la parte visible en la que se esperaba alcanzar un acuerdo a corto plazo. La expectativa había impulsado a los mercados hasta que todo se ha torcido. EE UU acusó a China de echarse atrás en algunos compromisos y, en consecuencia, anunció una subida sustancial de los aranceles (del 10% al 25%) a exportaciones del gigante asiático cuantificadas en 200.000 millones de dólares. Desde Pekín se aseguró que la Administración americana malinterpretó sus intenciones, pero este lunes respondió con una subida arancelaria a las exportaciones estadounidenses Los mercados sufren estos vaivenes. Ahora más con la desaceleración económica mundial y la evidencia de que el dinero lo siguen moviendo principalmente los bancos centrales.
La bola geoestratégica tiene mucha más profundidad bajo la superficie de la hostilidad proteccionista. En los años que vienen, la vía de pugna por la dominancia será la tecnológica. En ella, los principios competitivos son distintos y las implicaciones globales aún mayores. La cuarta revolución industrial es más de exhibicionismo y control tecnológico que de proteccionismo y guerra comercial. Se trata de dos países que, desde órdenes políticos y sociales bastante distintos, cuentan con los principales avances y grandes empresas de la era digital. Con sus propios mercados, estas bigtech tienen de por sí un poder casi omnímodo. Las estadounidenses (Google, Amazon, Facebook, Apple, Microsoft) extienden además sus redes de forma amplia a otras jurisdicciones. Las chinas (Alibaba, Baidu, Tencent) tienen una penetración y capacidad de crecimiento brutal dentro de su propio mercado de origen, aunque también, poco a poco, llegan a otros países.
La gran baza de la nueva economía global es el control de la información. Hay dos jugadores perfectamente colocados en la tecnología antigua (industria pesada, energía) y que, además, dominan la nueva (información a gran escala). Si se toma como referencia la punta de lanza con mayor potencialidad futura, la inteligencia artificial, tanto EE UU como China van muy por delante en estos desarrollos, pero las limitaciones que puedan establecerse en el caso americano tienen poco que ver con el exhaustivo control de los ciudadanos que se plantea en el caso asiático. Con una sola aplicación de smartphone en China se hace casi de todo (pagar, hablar, enviar mensajes, registros…) y el acceso del Gobierno chino a esa información le otorga un control sin precedentes.
Asimismo, las empresas herederas de la potencia industrial del siglo pasado pueden transformarse en China y EE UU con alianzas con las bigtech. Esto ha propiciado, por ejemplo, que una aplicación de Alibaba como Ant Financial se haya convertido en una fintech con un valor de mercado mayor que el de Goldman Sachs.
Son todas ellas extensiones de la relación digital entre empresas y demanda con nuevas implicaciones y modelos de negocio en la que Europa, de momento, parece no tener mucho que decir o con lo que negociar.


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