Estas son las profesiones que conseguirán las ciudades sostenibles y saludables del futuro


A solo un día de que la Cumbre del Clima de Glasgow eche el cierre, los países se esfuerzan por llegar a un compromiso que podría acelerar sus planes de recorte de emisiones incluso para finales de 2022. En un contexto de emergencia climática y teniendo en cuenta que el 70 % de las emisiones de CO2 tiene su origen en las ciudades, emprender una profunda transformación del modelo urbanístico actual se antoja ya imprescindible: “El impacto ambiental es potencialmente muy negativo: la urbanización masiva, la elevada demanda energética, la contaminación atmosférica, lumínica y acústica o el gran consumo de recursos hídricos tienen efectos muy perniciosos sobre el medio ambiente y la salud de las personas”, explica Silvia Organista, experta en desarrollo sostenible seleccionada por LinkedIn en su lista de Top Voices Sostenibilidad. E insiste: “Corre prisa, porque vamos a pasar de un 55 % de la población mundial que vive actualmente en las grandes ciudades a un 70 % para 2050″. En otras palabras: ni estamos haciendo lo suficiente, ni lo hacemos lo suficientemente rápido.

El cambio, apuntan los expertos, ha de ser transversal y contar con profesionales de todas las áreas, con el objetivo de dibujar “una ciudad sostenible, inclusiva y saludable” que contemple una adecuada gestión de los residuos y del agua, pero también “una mayor accesibilidad, un transporte público eficiente, servicios básicos para todas las personas, más zonas verdes e infraestructuras de calidad”, añade Organista. Y entender la sostenibilidad en un sentido amplio que, más allá de los aspectos medioambientales, priorice el bienestar físico, emocional y psicológico de sus ciudadanos. “La arquitectura tiene mucho que aportar a este respecto: las zonas comunes son protagonistas en un modelo de vida de la sociedad actual y del futuro, potenciando las relaciones sociales, la cohesión comunitaria y la felicidad”, afirma Iker Marcaide, ingeniero industrial, emprendedor y fundador de Zubi Labs. “Ha llegado el momento de que las ciudades se adapten a las personas, y no viceversa”.

“No hay una solución única”, advierte Eva Saldaña, directora de Greenpeace España. “Hay que actuar sobre diferentes sectores mejorando la eficiencia energética en la edificación; potenciando la autogeneración de energía renovable, fomentando el consumo alimentario de proximidad; reduciendo la generación de residuos y priorizando los sistemas de transporte sostenibles para que el automóvil sea la excepción y no la norma en nuestras calles”. Se trata de rediseñar los espacios para poder adaptarnos de manera eficiente, social y sostenible a los cambios hasta lograr, quizá, que la mayoría de nuestras necesidades básicas se encuentren a menos de 15 minutos a pie.

Los ecobarrios, el modelo a seguir

Aspectos como la sostenibilidad (económica, social y ambiental), el consumo energético eficiente y la economía circular son precisamente los motores de los llamados ecobarrios, modelos urbanísticos de cercanía que priorizan el bienestar de sus vecinos y un uso inteligente de los recursos. Es el caso, por ejemplo, de La Pinada, un futuro barrio impulsado por Zubi Labs que dará cabida a casi 1.000 nuevas viviendas en Paterna (Valencia), y en cuyo desarrollo se involucran los vecinos de forma activa. “Tradicionalmente, hubiera sido un proyecto hecho por arquitectos, pero el presente complejo y cambiante en el que vivimos exige una aproximación desde la sociología, la biología, la fisioterapia, la economía, la ingeniería, la gestión empresarial, la educación y, por supuesto, la arquitectura”, describe Marcaide.

En el diseño de La Pinada han participado desde urbanistas, arquitectos, paisajistas e interioristas hasta sociólogos (integrando a la comunidad en los procesos de cocreación), abogados, ingenieros industriales, de caminos, de telecomunicaciones y agrícolas, periodistas y economistas que garanticen que es un proyecto asequible, “porque el cambio que necesita el planeta no se resuelve con soluciones para ciertos segmentos de la población; es imprescindible que todos seamos parte de ese cambio”. Un entramado que se va a ampliar aún más con profesionales vinculados al desarrollo tecnológico: “Junto a arquitectos e ingenieros que diseñen edificios, sistemas de movilidad o redes energéticas, van a necesitarse profesionales formados en ciencias de datos, programación cloud, matemáticos e informáticos”, apunta.

Para Saldaña, la transición ecológica no debe limitarse a sustituir unas tecnologías por otras, sino que son necesarios cambios de mayor calado: “La mera revolución tecnológica no va a construir una sociedad más resiliente ni más justa. Es obvio que harán falta perfiles profesionales vinculados al mayor despliegue de estas tecnologías (energías renovables, coche eléctrico, eficiencia energética, circularidad de los materiales), pero sin cambios sistémicos en todos los sectores (financiero, energético, industrial, agroalimentario, de movilidad…) no habrá transformación”. Por eso, añade, es imprescindible favorecer la creación de un empleo focalizado en la economía descarbonizada, “en sectores como las renovables, la rehabilitación de edificios y construcción de viviendas sostenibles, la agricultura y ganadería ecológicas, la pesca sostenible, el mantenimiento y desarrollo de las redes de transporte público, o la industria conectada en procesos libres de emisiones”.

La economía circular

En este proceso de transformación ecológica, la gestión de residuos se erige como uno de los aspectos centrales. Optar por un modelo circular de producción y consumo “hará que el valor de los productos, materiales y recursos se mantenga en la economía durante el mayor tiempo posible; que se reduzca al mínimo la generación de residuos y se aprovechen al máximo los recursos”, cuenta Lucía Vázquez, directora ejecutiva del Centro Tecnológico de Investigación Multisectorial (CETIM) en A Coruña. Un campo en el que destaca, por encima de todo, la importancia de la investigación y la innovación como instrumentos para dar valor a residuos actuales como nuevos productos de valor añadido.

“Hay que destacar la dependencia actual de España y Europa de metales, minerales y materiales naturales, denominados materias primas críticas, cuyo riesgo de suministro es alto y que se ha agravado de forma alarmante con la crisis de la Covid-19″, explica Vázquez. Es el caso, por ejemplo, de la actual crisis de los semiconductores y los microchips, cuyo impacto ha obligado a ralentizar o detener la producción de la industria de la automoción. De los más de 50 proyectos en los que se trabaja hoy en CETIM, más de un 80 % se enmarcan dentro del ámbito de la economía circular, “desde la recuperación de recursos del agua, hasta la valorización de residuos de aparatos eléctricos y electrónicos, pasando por residuos mineros y del sector de la madera, entre otros”.

Biotecnólogos, biólogos, químicos, ingenieros químicos, electrónicos e informáticos forman parte de un equipo multidisciplinar que participa en iniciativas nacionales y europeas como el proyecto Life Green Sewer (coordinado por CETIM), cuyo objetivo es la regeneración de aguas residuales a través de tecnologías de membrana “para obtener agua de reúso, biogás y una corriente rica en nutrientes (fertilizante)”. El proyecto H2020 Biorecover se propone desarrollar “un proceso verde y sostenible, basado en la biotecnología, para la extracción selectiva con bacterias, hongos y proteínas de tres grupos de materias primarias y secundarias todavía sin explotar”, mientras que Life Ulises pretende reconvertir las plantas de tratamiento de aguas residuales en un nuevo modelo de biorrefinería urbana que produzca biocombustibles, fertilizantes y agua de riego.

Pero no solo son estos los perfiles laborales que tendrán un futuro verde. Se está produciendo también “un crecimiento exponencial de las llamadas habilidades verdes en roles que hasta ahora considerábamos tradicionales, no específicamente relacionados con la sostenibilidad y el medio ambiente”, señala Virginia Collera, redactora de LinkedIn Noticias. Así, pone como ejemplo a profesionales como el analista de negocio (que puede evaluar el impacto de la actividad empresarial en el entorno); el jefe de operaciones (que controla la manipulación de materiales peligrosos y residuos); el jefe de producto (que tiene en cuenta el factor medioambiental en su diseño); ingenieros o jefes de proyectos especializados en el sector verde; expertos en ventas que promuevan la economía circular; o ingenieros de software que usan la inteligencia artificial para gestionar mejor los residuos.

Del urbanismo moderno al sostenible

“Es necesario hacer un cambio de paradigma, de la modernidad del siglo pasado a la sostenibilidad de este”, afirma Carme Miralles, vicerrectora de Campus, Sostenibilidad y Territorio de la Universidad Autónoma de Barcelona: “El urbanismo moderno se ha fundamentado en una idea muy simple, que es el alejar lo máximo posible las actividades cotidianas de la población: trabajo, estudio, compras, vida relacional, residencia… Actividades que siempre habían estado cercanas unas de las otras”. Las consecuencias, apunta Miralles, han sido nefastas a muchos niveles: “Primero, a nivel energético, porque hacemos lo mismo pero más lejos, y consumimos más energía. Segundo, porque gastamos mucho más espacio, y eso tiene un coste territorial –nos cargamos, por ejemplo, la agricultura periurbana que abastecía a cada ciudad–; y tercero, que tuvimos que incorporar unos tiempos de desplazamiento muy largos: ¿Es normal que una persona tarde dos horas en ir al trabajo y otras dos en volver?”

Para Miralles, esto se traduce en una pérdida del capital social más finito que tenemos: el tiempo, un recurso del que nos privan algunas ciudades. Marcaide se expresa en términos similares: “No tiene sentido que nuestra vida gire en torno al trabajo, al colegio de nuestros hijos, el lugar de residencia, el ocio… y estemos en continua necesidad de movilidad entre todos estos. Lo más eficiente sería concebir usos mixtos y tener todo eso próximo”. La movilidad y la optimización de las distancias, añade, son uno de los ejes vertebradores de las propuestas urbanísticas sostenibles.

Miralles, además, lleva el reto de la movilidad un poco más allá, y pone a Valencia como ejemplo: “Era una ciudad planificada para los coches, y en cuatro años la han enfocado hacia la bicicleta. Empezaron a hacer carriles bici, y a pesar de una oposición tremenda en los medios de comunicación, continuaron. Y seis años después, puedes ir a muchas partes de la ciudad en bici (…). Debemos plantearnos si acaso es necesario que todo el mundo tenga su propio coche, que está el 95 % del tiempo aparcado. ¿Es normal que una persona, para desplazarse, lo haga a través de un instrumento que pesa una tonelada y media? Hay que consumir de una manera distinta”.

Jordi Peris, coordinador general de Estrategias Urbanas y Agenda Sostenible del ayuntamiento de Valencia, recuerda que su ciudad es una de las primeras urbes europeas en asumir como propia la misión de la Comisión Europea de lograr 100 ciudades climáticamente neutras. Un proyecto que han concretado en una serie de proyectos transformadores que van desde la gestión energética a la gestión de las zonas comunes, “recuperando espacios públicos para las personas, estableciendo áreas de prioridad peatonal y dotando de infraestructuras verdes a todos los barrios de la ciudad, así como un modelo de turismo nulo en emisiones”.

Obstáculos y desafíos para la sostenibilidad

“En el sector privado (empresa y consumidores), hay dos obstáculos mentales que debemos vencer”, recuerda Organista. “El primero es que la sostenibilidad es cara. Un modelo sostenible tal vez sea, a corto plazo, más caro que uno que no lo es, pero nos garantiza seguir teniendo recursos dentro de mucho tiempo, mientras que el otro no”. El segundo obstáculo tiene que ver con la comodidad: “Vivimos en la era de la inmediatez, y eso es incompatible con la sostenibilidad”, añade.

La crisis climática pide acción inmediata, pero a pesar de la evidencia científica y de la demanda social, las barreras siguen siendo numerosas, tanto por parte de las distintas administraciones públicas como del mundo de la empresa: “Hay mucha distancia entre las palabras y los hechos, y asistimos a una apropiación del relato sobre la transición ecológica por parte de las mismas empresas y sectores económicos que han sido (y todavía son) responsables del problema ambiental y social que vivimos”, denuncia Saldaña: “Sus memorias y políticas de Responsabilidad Social Corporativa (RSC) están llenas de adhesiones a causas voluntarias, grupos de trabajo y certificaciones (…), pero siguen rechazando nuevos marcos regulatorios que eviten los impactos adversos de la actividad empresarial sobre el medio ambiente y los derechos humanos”. “Es necesario”, continúa, “abandonar el marketing y concretar el calendario de reducción de emisiones brutas de empresas y sectores, y asumir nuevos marcos regulatorios en sectores que hasta la fecha han estado fuera del mercado de emisiones (aviación) o que intentan esconder bajo la alfombra su enorme huella ambiental (sector agroalimentario). Hay demasiado greenwashing y poco compromiso real”.

La lentitud a la hora de tomar decisiones y la falta de cumplimiento respecto a los acuerdos logrados son dos de las barreras más significativas. “Han pasado seis años desde los acuerdos de París, pero este aún no se ha plasmado en una norma vinculante para los países firmantes. Eso nos sitúa en un plano de voluntariedad que ha demostrado no ser eficiente”, argumenta Organista. Las esperanzas con respecto a la cumbre del clima de Glasgow no son muy optimistas: “Quizá tenga que ver con un exceso de cortoplacismo: las personas tendemos a pensar que no vamos a presenciar las consecuencias reales de la crisis climática, y la clase política no sabe o no quiere ver más allá de su mandato. Además, en la COP26 se está pecando de falta de ambición y de incoherencia: no tiene sentido que los líderes sigan prorrogando viejos acuerdos como el compromiso de reforestación, mientras se alcanzan cifras récord de deforestación en la Amazonia o se realizan trayectos de 600 kilómetros en jet privado”.

Ni las advertencias de la comunidad científica ni los sucesivos acuerdos climáticos han conseguido evitar que entremos en la tercera década del siglo XXI enfrentados a una crisis sin precedentes, con dos grandes retos aún por delante: “Uno, frenar los peores efectos del cambio climático; y la crisis de biodiversidad. Ambos conectan con otras crisis como la social, la sanitaria o incluso la económica. Necesitamos un cambio de modelo y un compromiso vinculante”, afirma Saldaña.

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